Simón Vergara protagonizó una verdadera proeza: viajó a bordo de dos mulas desde su Colombia natal hasta Jesús María, uno de los festivales de doma y folclore más tradicionales del país que tiene lugar en Córdoba.
Comenzó su viaje hace un año con el objetivo de cumplir un sueño que comenzó hace tres, momento en el que conoció en persona el evento. Registró su mega travesía en las redes sociales, en donde suma más de 17 mil seguidores.
El joven vive junto a Cimitarra y Pluma de Oro, sus animales, en una zona rural, a 60 kilómetros de Bogotá, llamada Ubaté, “la capital lechera de Colombia”, según definió.
“Aquí nació este sueño”, dijo desde Jesús María, cuando llegó finalmente al festival. “Tuve la posibilidad de venir hace tres años, el último antes de la pandemia, y me enamoré del festival. Dije ‘tengo que volver’, me quedé con esa idea y dije ‘voy a volver montado’”, agregó.
Cómo fue el viaje
La travesía abarcó un total de cinco países. Después de atravesar suelo colombiano durante dos meses, Vergara pasó otros dos en Ecuador, cinco en Perú, y un mes y medio en Bolivia. “En Bolivia y en Perú madrugaba mucho: a las 5 y media ya estaba montando, hasta las 2, para que los animales descansaran por la tarde y durante la noche”, detalló Vergara, que compartió postales a lo largo de su travesía en las redes (@5_tierras en Instagram).
El 1° de diciembre ingresó a la Argentina a través del paso fronterizo Salvador Mazza, conocido popularmente como Pocitos. Allí lo esperó un ciudadano que reside en Villa Icho Cruz, una localidad serrana ubicada en el Valle de Punilla, a pocos kilómetros de Villa Carlos Paz. El cordobés se trasladó hasta Salta en camioneta, pero volvió en mula, junto a Vergara.
Según comentó el colombiano, en el país generalmente viajó por la tarde. “En la mañana montamos un poco y después hacíamos una siesta desde las 11 hasta las 4 o algo así. No estaba acostumbrado a que anocheciera tan tarde y aprovechábamos esas últimas horas de luz”, expresó en diálogo con distintos medios cordobeses.
Vergara destacó, además, que tuvo como prioridad en todo momento el bienestar de las mulas. “Me sorprendieron muchísimo. Siguen siendo animales muy resistentes y me sorprende su adaptabilidad a los cambios de pastura, temperatura y clima. En el año nunca mancaron ni les pasó nada, más que un par de sustos por una comida mala”, aseguró.
Momentos difíciles
“En Perú dije ‘me vuelvo, me voy para la casa’. El verano estaba muy fuerte, iba en altura a más de 4 mil metros”, recordó. “Por dos meses la comida de las mulas empezó a escasear, porque la gente hace las cosechas una vez al año y la guarda, tenían poca y no te vendían o no te recibían en la casa. Era difícil y estaba sufriendo”, agregó.
Sin embargo, según relató, en ese momento el apoyo de su familia resultó fundamental para tomar la decisión de continuar y lograr la hazaña. Además, desde el 19 de diciembre, se sumó al recorrido Sara, su novia, que llegó al país en avión y acompañó la travesía en camioneta.