Un mundo paralelo, con sus códigos y reglas de la calle. Un barrio itinerante, sobre dos ruedas que ni figura en Google Maps, pero que cada jueves y domingo se instala en calle Ruta 7, de Maipú. No hay “autos que chocan” (por ahora), pero sí “motos que vuelan” (y a más de 130 km/h). Es en los 600 metros comprendidos entre Boedo y Jerónimo Ruíz, tramo que se transforma, pero que a la mañana siguiente retoma su normalidad rutinaria.
Quedan algunos rastros, porque sobre la carpeta asfáltica relucen las huellas de las frenadas. Ni hablar de los reductores de velocidad que, ya sea atornillados o de cemento instala la Municipalidad de Maipú, y que en una sola noche son reducidos (valga la metáfora) a escombros. Porque una o dos veces por semana, esos 600 metros se convierten en una pista de carrera. Con todo lo que ese mundo paralelo -y clandestino- encierra.
Vecinos de esta zona Maipú se han (mal) acostumbrado a que cada jueves y domingo por la noche esas 6 cuadras sean un atractivo clandestino, así como también una trampa mortal. Es el mismo escenario callejero al que llegan motociclistas de toda la provincia para darle lugar a la adrenalina, para “picar” y, de paso, hacerse unos pesos extras.
Son picadas clandestinas en una zona residencial. Todo el circuito organizado en las sombras y en una “pista” que no está pensada para tal fin (son calles de barrio). Ni hablar de lo que puede desencadenarse si uno de los conductores se accidenta, porque pensar en una ambulancia o cobertura médica en este contexto es algo utópico.
“El tema es complejo. Primero, porque se reúne una multitud cada noche. Segundo, porque muchas veces hay connivencia con los vecinos, ya que es una zona complicada en seguridad, y por eso las organizan en el lugar”, destaca uno de los vecinos que vive a varias cuadras del epicentro de las picadas y ya ha incorporado a su rutina el ruido de los motores rugir. No le quedó otra.
La Policía y los efectivos de Tránsito de de Maipú han intentado de una y mil formas controlar esta situación. Incluso, han llegado a secuestrar 30 motos en una sola noche. Pero nada es suficiente.
UNA MOVIDA QUE MUEVE
Las picadas en esta zona de Maipú (barrio Provincias Unidas e inmediaciones de Las Torcacitas) ya son un verdadero fenómeno popular. Las redes sociales son el principal canal de difusión, mientras que WhatsApp o Telegram son el medio oficial para convocar. En una sola noche pueden llegar a juntarse más de 1.000 personas.
“Mucha gente lo ve en las redes, sin ser de la zona, y quieren venir a ver las picadas como público. Pero al llegar se encuentran con un entorno para nada amigable. Así es como les roban. Y nadie hace la denuncia, porque saben que son clandestinas”, destaca alguien que hace ya tiempo viene trabajando en intentar ponerle fin a estas actividades.
“Imaginate si alguien va a ir a la policía a denunciar que lo asaltaron yendo a ver una picada clandestina”, sigue, con ironía.
Antes de las 22, cada domingo y jueves el público comienza a amontonarse en el borde de las calles. En Instagram, los habitués (“los mismos de siempre”, como cantaría La Renga) comienzan a llegar y saludarse. El ritual del saludo incluye también el estridente ruido del motor acelerando en el lugar.
En esa misma red social, esos “mismos de siempre” incluyen palabras como “Speed” en sus “@”, y abundan publicaciones con fotos y videos de sus atesoradas motos y de sus hazañas a bordo. Después de todo, son las protagonistas de esas noches de adrenalina, esas en las que el destino de los competidores queda ligado, en parte, buena fortuna.
“Hay gente que se pone a vender comida, es todo un circuito que se ha montado”, se sincera esa misma persona que ha visto -y vivido- estas ceremonias que rodean al antes, durante y después de las picadas.
Por noche, la asistencia promedio -entre competidores y público- ronda entre las 500 y 700 personas. Pero cuando empiezan los días cálidos y la temperatura acompaña, supera el millar de asistentes.
El tránsito regular y cotidiano queda suspendido cuando se corren las picadas. Tampoco es que sea muy frecuente a esa hora, ya que los propios vecinos son parte de la “organización blue” de este circuito callejero.
“Una moto que se despiste o uno de los muchachos que pierda el equilibrio y caiga a más de 130 km/h es sinónimo de una muerte segura”, advierten.
INSUFICIENTE
Periódicamente, la policía -con el apoyo de la comuna- lleva adelante operativos. Los hacen las mismas noches en que hay acción, por lo que muchos motocilcistas son enganchados in fraganti. Por momentos, las playas de secuestro no tiene lugar para más vehículos.
Sin embargo, nada parece ser suficiente. Porque, cuando los uniformados se van -con dos, tres o 30 motos secuestradas-, la acción se reanuda. A lo sumo, se suspenderá por esa noche. Pero el domingo o el jueves siguiente, la cita volverá a ser de nuevo en esos 600 metros.
“Los reductores duran una semana, como mucho. Pero los vecinos los destrozan y dejan el camino libre para que las picadas sigan”, se sincera una de las fuentes policiales.
“Después de todo, hay todo un circuito ahí que va desde la venta de comida y bebidas hasta los robos. Son los primeros que no quieren que terminen las picadas”, concluye.