Desenvolver el ovillo de las múltiples “personalidades” de José Félix Esquivel Aldao (1785-1845) es realmente una madeja compleja. Porque bien lo han descripto sus historiadores, indomable ya desde pequeño, se intentó por mandato supuestamente materno, hacerlo un dócil fraile y por ello ingresó a la vida eclesiástica. Pero ese espíritu donde la sangre hervía por causas en las que creía y en ellas se embarcaba, lo llevó a convivir fuertemente con el sable y la pólvora como sus hermanos militares. Tomó fama de caudillo popular, y su leyenda se agigantó a medida que sus días concluían, fue por 4 años el Gobernador de Mendoza entre 1841 y 1845, antes de despedirse de sus funciones y a medida que se le apagaba la vida de una forma horrorosa, logró firmar un Reglamento de Aguas. Esa pieza del llamado período intermedio (desde la revolución de mayo hasta la sanción de la ley de aguas en 1884), fue durante 40 años la norma que legisló en materia de administración y regulación judicial los recursos hídricos en la provincia.
Hábitos y extremaunción
Tenía 21 años el mendocino José Félix Aldao cuando ingresó como sacerdote dominico (Santo Domingo de Guzmán, fue un presbítero español y santo católico, fundador de la Orden de Predicadores, conocidos como “dominicos”). Fue en el “Convento de los Predicadores” en Chile, donde incorporó los preceptos dominicos, entre los cuales estaban entregarse a una vida de pobreza, obediencia y castidad. Durante años el fraile que se apiadó de almas sufrientes, seguía con extrema atención los avatares políticos de la zona. Cuando llegó a sus 30 años, el General don José de San Martín ya desarrollaba su gesta libertadora, por lo cual sin dudarlo se incorporó a su ejército como capellán del Regimiento 11 de Infantería. Según atestiguan los historiadores, se puede imaginar que aquel esbelto hombre con hábitos, era un piadoso cura que atendía a los enfermos heridos en batalla y seguramente el encargado de dar extremaunción. Mismo hombre al cuál el General San Martín designó como teniente del Regimiento de Granaderos a Caballo. Como militar fue impiadoso con los enemigos, ferviente federal, al parecer una de las batallas que enfurecen su carácter, fue la del Pilar, donde ve morir a uno de sus hermanos (Francisco Aldao).
Era un 22 de septiembre de 1829, cuando se desarrolló la “La Batalla del Pilar” (actual zona de Godoy Cruz), fue un enfrentamiento armado entre unitarios y federales, en el marco de las guerras civiles argentinas, que significó la recuperación de la provincia de Mendoza para el partido federal. Aldao estuvo del lado de los victoriosos, pero no salió sin heridas, la peor fue el dolor que le causó ver muerto a uno de sus hermanos. La ira y venganza lo invadieron y una de sus principales víctimas fue nada menos que don Francisco Narciso Laprida, quien había sido presidente del Congreso independentista del 9 de julio de 1816. Se habría encargado personalmente de ordenar de las más horrorosas muertes para este enemigo, no se coincide en cuál fue efectivamente el castigo, pero lo cierto es que jamás se encontró su cuerpo. Ironías del destino, un horror le esperaba al propio Aldao para su muerte, cuando un tumor que le invadió parte de la cara lo hundió en un dolor insoportable. Con múltiples operaciones sin éxito, su cuerpo ya fallecido, nuevamente por las ironías del destino, también se perdió una vez sepultado. Fue luego del terremoto de 1861, que la tierra se “tragó” los cuerpos enterrados, entre ellos la del hombre que pidió en su agonía, ser ataviado tanto con sus hábitos de fraile, como por sus vestimentas militares. Dejaba sí una prolífica descendencia, porque el sacerdote desoyó las normas morales, y no tuvo problema en abiertamente tener varias mujeres y gran cantidad de hijos.
El orden del agua
Se sabe que cuando los conquistadores llegaron a América y especialmente a la zona geográfica de Mendoza, los “nativos” eran quienes conocían perfectamente el curso de las aguas, ellos mismos se habían encargado de hacerla llegar a los territorios que habitaban. Cuando la conquista fue una violenta realidad para ellos, debieron sentarse a negociar con los españoles, no solo que tierras les “cedían”, sino también transmitirles el conocimiento de cómo darle curso al agua para irrigar los cultivos. Ese saber lógicamente era en la práctica un ejercicio rudimentario transmitido oralmente, pero aún sin normas escritas, las que llegaron posteriormente desde los altos mandos de la colonia. “El primero y más importante cuerpo legal para América del Sur, lo constituyeron las Ordenanzas del virrey del Perú, Francisco de Toledo”, dice el investigador Pedro Santos Martínez, en la Revista de Historia del Derecho en “Consideraciones Histórico-Jurídicas sobre el Reglamento Mendocino de Aguas de 1844″. “Allí se asignan funciones de superintendente de aguas a uno de los regidores, elegido por el mismo virrey”, continúa el artículo. Luego toma afirmaciones del historiador José Mariluz Urquijo y las reproduce destacando que “todos los reglamentos sobre aguas dictados en la América meridional durante la dominación española que han llegado hasta nosotros, proceden del virreinato del Perú”. Igualmente, Santos Martínez dice “pero el precepto básico (en lo referido al “repartimiento” del agua) es la disposición dictada en 1536 por Carlos V.
Para llegar a la rúbrica del Reglamento de Aguas, que suscribe el multifacético gobernador de Mendoza José Félix Aldao, en 1844, antes se deben mencionar otras normas. Una es la que decide el Cabildo en 1782 quien nombra un “comisionado” en cada una de las acequias principales de la ciudad. El gobernador intendente de Córdoba (en cuya jurisdicción se encontraba Mendoza) se dirige a las autoridades mendocinas para recordarles que debían mejorar las acequias por medio de Jueces, nombrados por él. “Por lo tanto aquél comisionado era una magistratura”, continúa afirmando Pedro Santos Martínez. Llegado el período independiente de la corona, allá por 1810, las normas en materia hídrica se fueron adaptando al funcionamiento de la nueva urbe y así “puede afirmarse que el primer cuerpo legal ordenado y sistemático sobre las aguas de riego (urbanas y rurales) es el Reglamento del 23 de febrero de 1821, en el cual se establecen las competencias del Jefe de Policía y del Juez de Aguas”, es contundente Santos Martínez. Aunque, cuando se suprime el Cabildo en 1825 queda por consecuencia también suprimido el rol del Regidor Juez de Aguas, un cargo que asume el jefe de Policía y que se consolida en 1831 con el decreto que crea un Comisionado Especial para el “ramo de aguas” que efectivamente dependería del jefe de Policía. Y en una especie de rueda, donde todo vuelve al principio, en 1833 sí se restablece el cargo de “Juez de Aguas”, titularidad asignada siempre por el poder ejecutivo.
Una firma para encauzar el agua
En 1820 José Félix Aldao abandonó definitivamente los hábitos sacerdotales, y por pedido del propio General San Martín, parte a las batallas por la independencia del Perú. A su regreso a Mendoza, quiso ser comerciante, se compró una casa de dos plantas con granero, establo y mangrullo convencido a dedicarse a la actividad viñatera. Se casó con una mendocina ilustre, María del Carmen Anzorena Nieto y Ponce León, pero lejos estuvo ella de ser su única mujer, se dice desde antes de dejar los hábitos ya se entregaba al amor humano (y no solo al divino), y habría sido padre de 12 hijos. A pesar que estaba decidido a ser solo un terrateniente, afincando en su predio “La Chimba” cerca del actual canal Tajamar en Las Heras, la guerra fue un cauce natural en su frenética vida. Desde 1826 se agigantó su rol de gran caudillo de la zona, y aunque le siguieron duras batallas, en 1841 le llega el momento de dejar las armas y tomar la pluma para gobernar Mendoza. Durante su gobierno estimuló obras de riego, construcción de canales y deja un año antes de finalizar su gobernación, uno de los documentos fundamentales para la administración hídrica. El 1 de octubre de 1844 firma un conjunto de 21 artículos que reglamentan sobre el modo de aprovechamiento de las aguas. Según Guillermo Cano (gobernador de Mendoza 1935–1938) “es la ley más importante del período intermedio” y tuvo una vigencia de 40 años. Esa ley elaborada por una comisión que integraron Benito González, José Silvestre Videla, Juan Estrella, Alejo Mallea y Juan Moyano; otorgó el marco legal necesario para ver la Mendoza en expansión agraria y el inicio de su vitivinicultura como industria madre.
“Fui débil pero nunca unitario”
Según documenta el historiador Gustavo Capone, “los pasquines de la oposición” lo nombraban en sus páginas como “El cachudo de Aldao”, es que el tumor que le había crecido en su frente y abarcaba parte de su rostro lo empezaba a desfigurar. Ya poco se podía ver su nariz y su ojo derecho, su sufrimiento fue una tortura infinita sin embargo hasta último momento (muere un 19 de enero de 1845) como referencia Rogelio Alaniz, decía “fui débil pero nunca unitario”.
Fue nada menos que Domingo Faustino Sarmiento, uno de sus biógrafos. Sarmiento, que pudo escapar en aquella famosa batalla del Pilar de la ira despiadada de Aldao a sus opositores unitarios. Él deja escrito un perfil, que bien podría haber llevado su epitafio: “En medio de tantas cualidades malas, este hombre tenía algunas virtudes recomendables. Ha tenido amigos que lo han estimado entrañablemente y cuyo afecto lo ha sobrevivido a la distancia y a la muerte. Sabía hacerse amar por sus soldados. Solía distribuir granos en gran cantidad entre los pobres y muchos infelices le deben su subsistencia. Personas que lo han conocido de cerca aseguran que tenía un amor entrañable a sus hijos. Toda Mendoza acompañó su cadáver a la iglesia…”.
Fuentes
- Departamento General de Irrigación (Centro de Documentación y Patrimonio Histórico y Cultura del Agua).
- Las Políticas Hídricas y el proceso constitucional de Mendoza. Área Metropolitana (1561-1916) de Matías Edgardo Pascualotto.
- “Consideraciones Histórico-Jurídicas sobre el Reglamento Mendocino de Aguas de 1844″ de Pedro Santos Martínez.
- Régimen jurídico económico de las aguas de Mendoza. Durante el período intermedio (1810- 1884) de Guillermo J. Cano.
- Gustavo Capone (historiador).
- Rogelio Alaniz (historiador).
- Luis Alberto Romero para Diario Clarín.
- Juan Basterra para Infobae.