Gaucho Cubillos: la fe en el “santo” que fue forajido sigue tan vigente en Mendoza como hace 128 años

Leyendas regionales. Fue un bandido perseguido por la justicia y que actuó como un Robin Hood local. Tras ser abatido por la Policía en 1895, de inmediato se convirtió en objeto de un culto pagano que nació cuando Mendoza vivió crisis sociales, epidemias e inundaciones. Hace poco los fieles reformaron y arreglaron su santuario en el Cementerio de Capital. Tiene otro lugar de peregrinación en Paramillos, donde fue muerto.

Gaucho Cubillos: la fe en el “santo” que fue forajido sigue tan vigente en Mendoza como hace 128 años
Cementerio de la Ciudad de Mendoza Mausoleo del Guacho Cubillos Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Sola, la mujer llega al terreno 3 del cuadro H, en la parte antigua del Cementerio de Capital. El lugar es transitado, pero no todos los que dejan allí sus ofrendas lucen esas ropas, ese porte, ni traen un ramo de flores tan bien presentado. Tan caro. La mujer mira el lugar y parece satisfecha: el santuario está distinto desde que hace poco aportó su dinero para ponerle cerámicas, limpiarlo y restaurarlo. Es una persona adinerada, sin dudas, pero también agradecida. Y todo indica que tanto a ella, como a otras pobres almas que llegan ahí para rezar o para llevarse alguna caja de vino, el gaucho Cubillos les ha cumplido los favores solicitados.

La escena sucedió hace unos días y es muestra clara de una de las devociones populares más fascinantes de la historia mendocina, porque aúna en el culto a gente sin distinción de clases sociales y porque tiene de protagonista a ese bandido llamado Juan Francisco Cubillos, que actuó en Mendoza a fines del siglo XIX y que, de haber vivido en otras latitudes, quizá, sería alimento para Hollywood o Netflix.

Mártir de los humanos fue el Gaucho Cubillos. QEPD. Su alma milagrosa perdurará haciendo el bien a los humildes que le dedican esta morada en eterna paz”: esa es la inscripción de la lápida principal en el “santuario” dedicado al forajido santificado, placa colocada hace casi 100 años (en 1928) por los fieles de entonces. Pero hoy, esos seguidores que traen sus ofrendas y sus rezos siguen tan vigentes como entonces, 128 años después de la muerte del bandido.

Su veneración sigue siendo muy fuerte y al cementerio va a rezarle hoy en día mucha gente”, confirma a Los Andes Juan Carlos González, profesor de Historia especializado en Simbología, quien funge de guía en las visitas guiadas al cementerio de Capital, ubicado en Las Heras.

Cementerio de la Ciudad de Mendoza
Mausoleo del Guacho Cubillos 

Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
Cementerio de la Ciudad de Mendoza Mausoleo del Guacho Cubillos Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

Según explica el guía, quien también se reconoce “devoto de él”, “la forma de pagar favores es con ofrendas, básicamente flores y vino. Y no cualquier vino, sino el de tetrabrik, porque la gente supone que, si él ayudaba a los humildes, no tomaría vinos finos”.

La tumba, que incluye un santuario con techo, “parecida a una parada de micros”, según González, no ha dejado de ser frecuentada desde que comenzó el culto a Cubillos, poco después de su muerte en 1895. “Va todo tipo de personas: desde gente humilde o los que se roban el vino de las ofrendas, hasta gente más acaudalada. Las personas con las que he hablado dicen que es muy cumplidor”, asegura el guía.

Como ejemplo de la devoción, y también de la supuesta eficacia por el cumplimiento de “favores” o “milagros”, González cuenta que “hay una señora, siempre muy bien vestida, que va usualmente, limpia la tumba y deja muchas flores. Por otro lado, en enero de 2020, otra señora le cambió toda la cerámica al santuario y lo dejó como nuevo”.

El cuidado de la tumba y la incesante llegada de ofrendas no es nuevo. Alguna vez, en 1932, el municipio de Capital tuvo que emitir una resolución para prohibir la colocación de velas en su honor, para evitar un posible incendio. “Siempre han ido a rezarle mucho los estudiantes. Pero no sólo eso. Yo conozco a un amigo que le pidió una casa y ahí nomás salió sorteado en el Procrear”, ejemplifica Juan Carlos González.

Las andanzas de un forajido legendario

Juan Francisco Cubillos no era mendocino de nacimiento, sino chileno. El profesor José Francisco Pepe Navarrete, cuenta en una de sus investigaciones que “nació en 1869 en Curicó, República de Chile. No se tiene noticia de su padre, y de su madre se conoce que fue una humilde mujer que debió enfrentar sola las penurias que le impuso el destino. A los 18 años, buscando nuevos horizontes, Juan Francisco pasó la cordillera y se radicó en Tunuyán donde, al principio, llevó una vida solitaria y de escasos recursos. Al poco tiempo ya se había iniciado en las aventuras de sus primeros robos en compañía de su amigo Eliseo Puebla y de otros compinches”.

SANTUARIO DEL GAUCHO CUBILLOS
SANTUARIO DEL GAUCHO CUBILLOS

A partir de ese entonces, las fechorías de Cubillos comienzan a hacerle ganar fama. Su radio de acción incluye el norte de Mendoza, la montaña, el sur de San Juan y San Luis. “Desde ese momento comenzó a robar caballos con sus amigos. Era como los ladrones que hoy roban autos”, apunta el guía González. Es en ese momento cuando el mote “gaucho” comienza a adosarse al apellido.

Gustavo Capone, historiador y autor de varios libros, entre ellos el reciente San Martín, aporta un dato que explica en buena medida la recurrencia de bandidos como Cubillos, Juan Cuello o Bairoletto. “En la Argentina imperaba por estos tiempos la ‘papeleta de conchabo’, un documento obligatorio surgido por la ‘ley del vago y mal entretenido’. Las personas tenían que poseer un documento que justificara que estaban vinculadas a un emprendimiento productivo, como una estancia, una quinta. Y si no, la sanción era integrar los ejércitos o estar destinado en un fortín para evitar los malones”, explica Capone. “Ahí surgen estos gauchos populares, que se rebelaron, y se ganaron la vida cuatrereando”, puntualiza.

Lo cierto es que Cubillos comenzó a ser un bandido tan “exitoso” que el mismo gobernador de Mendoza de entonces, Francisco Moyano, puso una recompensa por su captura. Hábil y presumido, Cubillos empezó a jactarse de sus delitos y a cometer insolencias, como robarse los caballos (se dice, incluso, el de algún comisario) y dejar en el lugar un papel que decía: “Le aviso que los caballos se los he robado yo, no los busque. SSS Juan Francisco Cubillos”.

Por supuesto, el gaucho no era el único ladrón de la zona, así que otros comenzaron a dejar notitas diciendo que el robo era autoría de él. “Cubillos ya comprendía (...) que lo que hacía o dejaba de hacer era materia de admiración o inventos y que ya no quedaba casi nada que le perteneciera, ni siquiera sus andanzas y su escasa memoria. Si robaba diez eran cien, si le quitaba el caballo a un policía, terminaban ascendiendo a la víctima a comisario, para agigantar la humillación con lo encumbrado del cargo, si se escapó de las garras de la muerte una vez, la gente multiplicaba su suerte en varias vidas diferentes”, escribe Marcela Furlano al respecto, en un bello cuento que apareció en el libro Mitos y leyendas cuyanos.

Dueño y a la vez víctima de esa fama, Cubillos comenzó a ser una piedra en el zapato de la Policía y la Justicia. Tras vivir en diversos lugares (“como en la Chimba, el barrio alrededor del cementerio, donde era protegido por sus seguidores”, según González), el gaucho es visto en el Gran Mendoza, donde también comete fechorías. Luego cae preso, pero se escapa de la cárcel, ayudado por un penitenciario. La fama crece y el 31 de mayo de 1895, Los Andes publica un artículo en el que da cuenta de la insólita situación de que un delincuente tenga en vilo a la sociedad: “Creemos llegado el caso de que la Policía de Ciudad, poniéndose de acuerdo con la de Las Heras, se preocupe seriamente de la captura de aquel bandido, cuya libertad es un reto lanzado al rostro de la Justicia”.

El lugar de veneración a Juan Francisco Cubillos en Paramillos, Uspallata, donde murió en 1895.
El lugar de veneración a Juan Francisco Cubillos en Paramillos, Uspallata, donde murió en 1895.

Convertido en “enemigo público N°1″, Cubillos se refugia en Paramillos (Uspallata), un lugar donde los mineros lo respetan y protegen, ya que antes los ha surtido de obsequios y bienes robados, actuando cual Robin Hood vernáculo. Hasta ese lugar llegan dos agentes de la Policía, el cabo Juan Carrizo y el vigilante Felipe Quinteros, con el plan de infiltrarse entre los mineros y darle captura al bandido.

Pero Cubillos se entera y, quizás por estar harto de huir (como da a entender Furlano en su relato) o porque creía que “naides” era mejor que él (como dice una oración hecha cueca en su honor), va a enfrentar a los agentes. Lo que sigue se lo narra Carrizo a Los Andes con fascinante precisión. Cuenta que, estando el policía “acostado en una pieza de una pulpería y en momentos en que su compañero Quinteros había salido a una diligencia natural, se presentó repentinamente el gaucho Cubillos armado de una carabina Remington y haciéndole los puntos le dijo: ‘Sé que aquí están Carrizo y Quinteros, que han venido a matarme y yo vengo a madrugarlos’. ¿Quién es usted?. ‘Yo soy Muñoz’, respondió Carrizo en momentos que Cubillos le descerrajó un tiro, cargando rápidamente y apuntándole otra vez con la carabina”.

Tras eso, Carrizo se le arroja encima a Cubillos y ambos ruedan por el suelo. Alertado por el disparo llega Quinteros y dispara sin puntería al delincuente. Sin embargo, el policía que pelea con Cubillos le arrebata la daga que el gaucho lleva en la cintura: “Se la sepulté en el pecho, pegándole otros puntazos y un hachazo de revés en la frente”. Quinteros, entonces, por fin acierta, y le da un balazo a Juan Francisco Cubillos, causándole la muerte, en la madrugada del 26 de octubre de 1895.

Y Los mineros no dejan que los agentes se lleven el cadáver y lo velan por dos días, acongojados: el lugar será el primer sitio de culto a la leyenda. La Policía podía respirar aliviada, pero era evidente que la muerte del forajido estaba dando nacimiento no sólo a una leyenda, sino también al santo popular. Como explica Juan Carlos González, “cuando Cubillos muere, a Mendoza le toca padecer varios problemas con Francisco Moyano en el gobierno: justo hay plaga de langostas, una inundación en Ciudad, la llegada de la difteria y cólera. Entonces la gente pobre se acordó de que Cubillos los ayudaba en vida, y empezó la devoción. Cuando la gente no tiene fe en los santos conocidos, busca la alternativa”.

A 128 años de su muerte, el cuerpo del bandido sigue enterrado en el cementerio de Capital. Pero su fama y su mito siguen tan vivos como cuando el gaucho Cubillos cabalgaba por Mendoza, en busca de otra hazaña.

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