El 3 de noviembre de 1965, el avión Douglas C-54 TC-48 de la Fuerza Aérea Argentina partía desde la Escuela de Aviación Militar de Córdoba con 54 cadetes de los 14 tripulantes. Antes de despegar con destino a Costa Rica desde la provincia mediterránea, los jóvenes cadetes habían partido en esa misma aeronave desde Mendoza, tras celebrarse el acto formal encabezado por el entonces presidente Arturo Illia. De hecho, entre los pasajeros había 4 mendocinos. Pero esa fue la última vez que se tuvo precisiones sobre los 68 tripulantes.
Días después del despegue, los familiares de los integrantes de la Fuerza Aérea que partieron en ese vuelo recibieron la peor de las noticias: el avión había caído cuando realizaba un vuelo entre Panamá y El Salvador; y la primera versión –que es la que se mantiene, al menos oficialmente hasta el momento- era que la nave se había desplomado en el Mar Caribe.
Sin embargo, esta versión nunca les cerró del todo a los familiares de las víctimas de esta tragedia quienes, además, coinciden en que recibieron un constante destrato por parte de la Fuerza Aérea cada vez que intentaban averiguar certezas sobre el paradero de sus familiares. Y a casi 56 años de la tragedia y con muchos de estos familiares que jamás bajaron los brazos ni dieron la búsqueda por cerrada, se encendió recientemente una nueva luz de esperanza.
Y es que la empresa Missin.aero (especializada en búsqueda de aviones extraviados) detectó con sus radares 7 “anomalías”. Y no fue en la zona del Caribe, sino que los rastros fueron hallados en uno de los sectores de la Cordillera de Talamanca, también en Costa Rica.
Y aunque la primera de las recientes expediciones que partió para explorar el lugar señalado debió regresar porque las intensas lluvias impidieron el acceso, ya fue confirmado que la expedición regresará en septiembre, en coincidencia con la época seca. Son 200 metros cuadrados los señalados por los radares, y algunos de los familiares que jamás cesaron su incansable búsqueda resaltaron que –entre tantas versiones- había al menos 6 testimonios referidos a que el avión se había desplomado en esa zona cordillerana.
Esperanza
Si bien habrá que aguardar recién hasta septiembre para que la expedición de búsqueda acceda al punto ya identificado y pueda confirmarse (o no) el hallazgo, la noticia renueva la esperanza de los familiares de los cadetes que hace más de medio siglo necesitan cerrar esa historia.
Entre 2008 y 2013, la Fuerza Aérea Argentina organizó 5 operativos de búsqueda que permitieran, por lo menos, dar con algún rastro o pertenencia de los tripulantes. Y luego los operativos se reanudaron, de forma más esporádica; incluso hasta 2019 (en 2020 no se llevó adelante por la pandemia de coronavirus). Pero nunca llegaron a ninguna certeza.
De hecho, entre lo poco que llegó a encontrarse desde la tragedia, sobresalen algunos chalecos salvavidas, camisas, la cédula de uno de los cadetes (identificado como Oscar Vuistaz) y restos de la cobertura interna del fuselaje del avión; y todo fue “hallado” en el mar. Pero hay más dudas que certezas respecto a estos hallazgos, puesto que muchos de los familiares creen que se trata de elementos que fueron “plantados” en el lugar con una única finalidad: intentar dar por cerrada no solo la búsqueda, sino también la angustiante sensación de incertidumbre y los reclamos por este inconcluso capítulo trágico que apunta –de forma crítica- hacia la Fuerza Aérea Argentina.
Luego de que no recibieran más que malos tratos (o destratos) por parte de la Fuerza Aérea, y que posteriormente mutó a una fría indiferencia -de acuerdo a las palabras de los familiares de los pasajeros desaparecidos-; las últimas expediciones y operativos de búsqueda fueron organizados por las familias de los entonces jóvenes, quienes tenían entre 20 y 22 años al momento del misterioso accidente.
“Ni ellos ni nosotros podemos descansar en paz. Los seguimos buscando”, resaltó Cecilia Viberti, hija del capitán Esteban José Viberti (uno de los tres pilotos de la nave) en una nota con Los Andes publicada el 1 de noviembre del año pasado. “En los muchos años que llevo como buscadora activa del TC-48, se plantearon decenas de preguntas que continúan sin respuesta: ¿dónde?, ¿cómo?, ¿cuándo?. Y varios por qué. Uno de esos “por qué” nos desvela más que el resto, porque desafía principios fundamentales y sentido común: ¿por qué los abandonaron?. ¿Por qué el T-43 (NdA: el otro avión que participó de ese vuelo y llegó a destino) no regresó cuando escuchó el ‘mayday’? ¿Por qué siguió vuelo como si nada a pesar de las advertencias de las torres de control? Aunque no hubiera podido hacer nada, ¿por qué no volvió para ver dónde había impactado y tratar de ayudar en el rescate si hubiera existido esa posibilidad. ¿Por qué no lo hizo?. Nadie puede responder esta pregunta, ni siquiera lo pudo hacer el piloto del T-43 cuando los ya oficiales que regresaron en ese avión se lo preguntaron”, sintetizó Viberti
Cuatro mendocinos
Entre los pasajeros del avión Douglas C-54 TC-48 viajaban cuatro mendocinos (tres cadetes y un miembro de la tripulación). Ellos eran Juan Domingo Alguacil (sanrafaelino), Enrique Miguel Páez, Juan José García (de la Ciudad de Mendoza) y el capitán Jorge Santiago Horta.
“Los familiares seguimos con la búsqueda sin descanso. Ya no están en general los padres de los cadetes. Quedamos hijos y sobrinos, insistiendo. Estamos en contacto, desde el espacio que cada uno ocupa” destacó Mariano Alguacil, sobrino de Juan Domingo, en la citada nota de Los Andes.
El hijo del capitán Horta, Hernán Horta –y quien tenía un año cuando su papá partió- también rememoró aquel fatídico episodio. “La vida cambió en mi familia; éramos mi mamá Nelly Gil Mellado, maestra de grado, y un hermano de 7 años. Una postal típica de clase media argentina, habitantes del barrio de Villa Adelina (Gran Buenos Aires). Pero ya nada sería igual. Lo supe con los años; mamá se estremeció al conocer la noticia, pero obedeció las instrucciones de los uniformados. ‘No lea nada, no escuche radio, no vea televisión’. A los pocos días la búsqueda terminó, y la historia oficial decía que fue un accidente y que el avión cayó al mar, sin sobrevivientes. Esa madre, esa familia se aferró a la historia oficial, fue la forma de seguir adelante”, detalló.
“Tanto me impactó la historia del accidente que, que cuando me recibí en el Instituto Normal Tomás Godoy Cruz, mi tesis de graduación fue una investigación sobre el ‘Avión de los Cadetes’, en base a información periodística”, acotó a su turno Verónica García, sobrina del mencionado Juan José García.