Hermanas y amigas de Chapanay dejan sus tareas para ayudar a los niños de un comedor del este mendocino

Después de la pandemia, el lugar quedó sin docentes de apoyo para los niños con dificultades de aprendizaje. Tres hermanas y una amiga, todas de San Martín, pusieron manos a la obra.

Hermanas y amigas de Chapanay dejan sus tareas para ayudar a los niños de un comedor del este mendocino
Niños del comedor "Crece un sueño" durante una de las clases de apoyo. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes

Cuando las hermanas Nerina, Oriana y Giuliana Romero se enteraron de que el comedor “Crece un sueño”, en Chapanay, (San Martín) se había quedado sin maestras de apoyo para los numerosos chicos que concurren a recibir su alimento, enseguida pusieron manos a la obra.

Nerina, Oriana y Giuliana Romero en la entrada al comedor. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes
Nerina, Oriana y Giuliana Romero en la entrada al comedor. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes

Invitaron a una amiga, Milagros Coria, y armaron un proyecto solidario y a pulmón: dos veces a la semana, en distintos turnos, acuden al lugar a oficiar de maestras de apoyo.

El lugar fue fundado 22 años atrás por Juana Valdez, una vecina que es todo un ejemplo de amor al prójimo y que recibe en su propio domicilio, Sarmiento y Buenos Vecinos, a nada menos que 168 personas para retirar viandas. Lo hace día por medio.

Luego de las idas y vueltas que dejaron las restricciones por el Covid-19, las docentes que se habían incorporado, también de modo voluntario, dejaron de concurrir. Los chicos necesitaban imperiosamente esa contención escolar. Incluso solían asistir a la escuela sin sus tareas completas. Muchos de ellos no saben leer ni escribir y tienen numerosas dificultades de aprendizaje.

Momentos del dicatod de las clases, detrás Juanita con su infinita sonrisa. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes
Momentos del dicatod de las clases, detrás Juanita con su infinita sonrisa. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes

El panorama llegó a oídos de Nerina, quien se lo comentó a sus hermanas. Todas estuvieron de acuerdo y el plan se inició sin prisa ni pausa.

“Para nosotras es una alegría enorme realizar esta actividad solidaria y puedo asegurar que recibimos mucho más de lo que damos. No somos docentes, pero sí universitarias y aportamos todo lo que está a nuestro alcance para ayudar a estos chicos”, sostuvo.

Nerina tiene 24 años y estudia Ingeniería de Petróleos en la UNCuyo; Giuliana, de 25, es técnica en Seguridad e Higiene, al igual que Milagros, que tiene 19. Oriana, la menor del equipo, de 21 años, cursa Programación.

“Dividimos a los chicos en grupos, según sus edades y sus conocimientos y empezamos a trabajar. Son dos horas intensas en las que apuntamos a las tablas de multiplicar, ejercicios de matemática, lectura y, en particular, completamos la tarea de la escuela”, contó Nerina.

Las caritas de felicidad de los chicos son impagables. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes
Las caritas de felicidad de los chicos son impagables. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes

Agregó: “Las caritas de felicidad de los chicos son impagables, nos llegan al corazón y nos reciben con gran felicidad”.

Oriana dijo que descubrió una actividad maravillosa y que las muestras de cariño le “desbordan el alma”.

“Gritan y aplauden cuando nos ven llegar”, relató, para agregar que los dos kilómetros que separan el comedor de sus domicilios lo recorren a pie o en colectivo.

Llevan sus mochilas con hojas, cuadernos, lápices de colores, fibras y otros útiles escolares, además de algunas fotocopias didácticas. Todo, costeado por ellas.

Las clases se dictan en la galería de la vivienda, ya que años atrás se voló el techo del quincho donde los niños solían reunirse para estas actividades. El techo era de madera y se había percudido con el paso del tiempo.

Juana Valdez, de 72 años, fundadora del lugar que abrió sus puertas poco antes de la crisis de 2001, relató que a pesar de aquel incidente pudieron salir adelante.

“Los insumos y alimentos se logran a través de pedidos y campañas, todo a pulmón. Recorro mucho toda la zona, visito las chacras, hablo con la gente. Acá ya todos me conocen”, relató.

Un total de 168 niños -o sus madres- retiran las viandas del domicilio de Juana. El equipo de voluntarias lo integran nueve mujeres, una de ellas beneficiaria de un plan social.

“Gracias a esta ayuda podemos subsistir, pero no es fácil. Actualmente estamos luchando para conseguir el techo, que nunca más hemos podido reconstruir y se viene el invierno”, sostuvo.

De origen muy humilde, Juana se crío en la calle junto con su hermano.

Desde temprano Juana Valdez, coordina todas las tareas para que a los niños de su barrio no les falte nada. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes
Desde temprano Juana Valdez, coordina todas las tareas para que a los niños de su barrio no les falte nada. Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes

“No tuve ni madre ni padre, y con mi hermano pasamos una infancia dura, de acá para allá. Desde ese momento me juré que si algún día tenía la posibilidad, iba a darle de comer a los niños de la calle. Las necesidades abundan, pero puedo decir que lo logré”, reflexionó, emocionada.

Madre de cinco hijos, dos de ellos del corazón, Juana valoró el enorme apoyo de una gran cantidad de almas solidarias que ayudan al comedor sin recibir nada a cambio.

Y entre las personas que llegan casi por obra de Dios a dar una mano fueron Nerina, Giuliana, Oriana y Milagros. Sus nuevos ángeles, como ella dice.

Cómo ayudar

Quienes deseen aportar alimentos no perecederos, ropa, calzado, abrigos, frazadas y chapas o materiales para la construcción, pueden contactarse al teléfono 2634 68-4430 (Juana Valdez).

Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes
Foto: Orlando Pelichotti/ Los Andes

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