La inclusión de estudiantes con discapacidad en las escuelas es un desafío que sigue teniendo aristas irresueltas. Son tan diversas como la diversidad misma de las discapacidades - y de todos los individuos- pero está claro que conllevan problemáticas, frustraciones, sobrecarga y hasta angustia tanto para los chicos y las familias como para los docentes. La discapacidad es un abanico enorme de situaciones por lo que hay experiencias de todo tipo.
Además, el abordaje y acompañamiento es un trabajo en equipo que involucra diversos actores: desde la familia, hasta los docentes y diversos especialistas. Aunque claramente hay experiencias llamadas “exitosas”, a la luz de cambios en la perspectiva de la inclusión, lo cierto es que tanto desde el lado de los alumnos y sus familias como de los actores del sistema escolar queda claro que aún hay grandes problemáticas por resolver y, en muchos casos, la inclusión verdadera sigue siendo una deuda para una buena proporción.
También hay que decir que hay ciertas cuestiones que aparecen como un tabú, como señalar que a veces incluir un alumno en una escuela de nivel, o común, no es lo ideal o no siempre es posible, según observan los especialistas. Las experiencias muestran que algunas veces, entre un sistema que no tiene los recursos y las habilidades que pueden o no desarrollar los chicos, esa inclusión no se da y los estudiantes terminan sufriendo ese devenir, exigidos, frustrados y sin querer asistir al colegio. Incluso, en este contexto, el proceso de aprendizaje no puede darse adecuadamente. En definitiva, despojado el tema de cualquier edulcorante y de los discursos políticamente correctos, lo cierto es que ha habido grandes avances los últimos años pero aún queda un largo camino por recorrer y analizar sobre un terreno que resulta escabroso.
Los estudiantes y sus familias afrontan problemas para conseguir colegios de nivel (educación común) para sus hijos, no todos quieren aceptarlos, también para conseguir acompañantes, docentes de apoyo y terapeutas, las obras sociales no siempre acompañan y los profesionales formados en el tema son escasos.
En las escuelas, los docentes deben pararse frente a un aula con muchos alumnos y una amplia diversidad de situaciones y en ese plano, la falta de una formación específica al respecto, en la mayoría de los casos los deja con escasez de herramientas para una adaptación efectiva de la clase y sus contenidos. No siempre tienen un docente de apoyo y es entonces que hacen lo que pueden. Ante este enorme y complejo panorama, en esta nota recogemos las voces de quienes expresan las aristas fundamentales de la problemática e incluso, la sufren.
Cambio de paradigma en inclusión
Al interior del sistema educativo, la inclusión de chicos con discapacidad es algo en lo que se viene trabajando fuerte los últimos años, con la implementación de nuevos paradigmas a partir de nueva normativa internacional, nacional y local. Desde la Dirección de Educación Especial de la Dirección General de Escuelas explicaron que se trata de una posición totalmente distinta de la que se venía considerando y que plantea que no es que la persona con discapacidad tiene “un desafío por resolver” sino que la sociedad debe adaptarse y ofrecer entornos con eliminación de barreras para que sea accesible. Un cambio determinante, que capitalzó legislación previa con la nueva perspectiva, fue la resolución N° 311 de 2016 del Consejo Federal de Educación. La normativa busca propiciar condiciones para la inclusión escolar al interior del sistema educativo, el acompañamiento de las trayectorias escolares y la promoción, acreditación, y titulación de los y las estudiantes con discapacidad
Pese a los cambios, aún se presentan situaciones complejas para quienes se incorporan a las escuelas de nivel, aquellas conocidas como de educación “común”. La normativa vigente establece que los estudiantes pueden acceder a cualquier escuela que deseen, tanto del sector público como privado, en el marco de un nuevo paradigma de educación inclusiva que debe adaptarse para ofrecerles las estrategias y formas de enseñanza a toda la diversidad del alumnado.
La realidad muestra desafíos para lograr una inclusión real y un aprendizaje adecuado.
Desde la gestión educativa de la provincia advierten que se trabaja en continuar con mejoras, en lo cual mucho tiene que ver la formación de los docentes. Pero se presentan situaciones que van desde la negativa a aceptarlos hasta que la inclusión dentro del aula no sea real.
En las escuelas de Mendoza hay 6.500 estudiantes con discapacidad. De ellos, 2.565 van a escuelas sedes de educación especial y 3.935 a escuelas de nivel (comunes). En estas últimas hay 292 en Nivel Inicial, 2.500 en Primaria, 973 en Secundaria Orientada y 170 en Secundarias Técnicas.
“En educación hay avances pero muchas veces la desigualdad no disminuye. El modelo educativo sigue siendo un modelo que no se actualiza a paradigmas mundiales entonces siempre se fuerza a la inclusión social y muchos chicos quedan fuera del sistema aún estando “adentro”, explicó Nicolás Reynaga, subdirector de Accesibilidad, Inclusión y Derechos Humanos de la Municipalidad de la Ciudad y quien tiene una larga trayectoria trabajando con organizaciones.
Acceso a la escuela de estudiantes con discapacidad
Ante esto, hay dos grandes perspectivas: lo que viven los estudiantes y sus familias y la del sistema.
Las aulas numerosas son parte de la situación. En un espacio en que conviven 30 o 35 alumnos, los docentes no siempre pueden acompañarlos como requieren.
Por eso, hay padres que se trasladan muchos kilómetros porque les han recomendado algún colegio que por experiencia ofrece una mejor recepción y acompañamiento.
Pero además, hay coincidencia de opiniones en que un problema fundamental es la falta de formación adecuada por parte de los docentes para adaptar las formas de enseñanza así como la falta de profesionales con estas especialidades.
“Esto es desde la génesis, hay una perspectiva de discapacidad que no termina de instalarse en las carreras de educación”, afirmó Reynaga. Consideró que las personas con discapacidad sensorial son quizás más fáciles de incluir y dijo que se presentan más complicaciones en las discapacidades intelectuales.
Otro tema que se desprende de los relatos, es la falta de información adecuada en la sociedad en general, los prejuicios y al discriminación.
“Lo diverso incomoda, lo diverso saca a cada persona de su eje”, afirmó Elisa Espina, mamá de una chica de 11 años con autismo. Es una de las fundadoras de Marea Azul, una organización de familias y quien además está en 4to año del Profesorado de Educación Especial y trabaja como docente de apoyo a la inclusión.
Ella misma se encontró con obstáculos para la escolaridad de su hija. En primer lugar, el problema de encontrar una escuela lo que implicó un largo recorrido por varias. “Le hacían una evaluación y después no me volvían a llamar, me decían que no la podían recibir o que esperáramos un año más, pero yo pensaba durante ese año qué hacíamos, porque además la escolaridad es obligatoria, la normativa dice que los chicos tienen que estar escolarizados”, relató.
Luego, cuando consiguió escuela para sala de 4, se topó con otro problema: los prejuicios, la desinformación y la discriminación. “Me enteré a los 2 meses que había un grupo de mamás que estaban juntando firmas para sacar a mi hija de la escuela, porque no estaban de acuerdo con que sus hijos fuesen al mismo grado con una niña que tenía discapacidad, sin siquiera conocerla, pero ella tiene el mismo derecho que sus hijos a estar ahí, después me conocieron, me empezaron a preguntar sobre el autismo y se fueron derribando barreras”, contó.
En ese sentido señaló que, muchas veces, ante la desinformación, las familias tienden a creer que porque hay un chico con una discapacidad en el aula, eso va a atrasar a sus hijos. “Nada más lejos - subrayó- por el contrario, qué mejor que los niños desde chiquitos entiendan que existe lo diverso, que somos todos diferentes, porque en realidad lo que nos igualan son nuestras diferencias”. Además se les hace un proyecto adaptado, mediado por el docente de apoyo.
Luego vinieron otras experiencias: “En la pandemia fue a una escuela especial y la pasaba pésimo, venía llorando todos los días”. Parte de la problemática para las personas con autismo, es un entorno que no se adapta en cuanto a los estímulos que pueden afectarlos. Un sobreestímulo sensorial puede alterar su conducta y tal cual mencionó Elisa, a veces eso se toma como mala conducta o agresividad, cuando en realidad simplemente se trata de conocer la situación y generar estrategias.
Según relatan, en general los chicos suelen tomarlo con naturalidad e incluso con espíritu colaborativo, pero cuando crecen reciben esa información de los adultos que les hace enfocarse en la diferencia.
Aula heterogénea
El aula es heterogénea, hay muchas diversidades y el paradigma actual contempla considerarlas. Pero Elisa apuntó que muchas veces los docentes se sienten desbordados, o ante un alumno con discapacidad, sostienen que no se prepararon para eso.
“Incluir no quiere decir inclusión; estamos muy lejos de la inclusión en nivel inicial y en las escuelas en general, el sistema no está preparado del todo todavía”, afirmó tajante Tania Galván, docente de sala de 5 en una escuela pública.
“Somos profesoras de Nivel Inicial, no somos docentes especiales y esto es un gran desafío, a nosotras no nos capacitan en inclusión, nosotras tenemos que buscar los recursos, a través de cursos, de algún tutorial, vídeo o la experiencia misma, sería la típica prueba y error, lamentablemente”, explicó.
En su grupo hay tres chicos que están en proceso de diagnóstico, “son posibles CUD”, señaló en referencia a que accederían a certificado unico de discapacidad. Claro, cuando los chicos ingresan al sistema escolar es que empiezan a apreciarse sus desafíos, la necesidad de apoyos y es entonces que se inician los procesos de diagnóstico que no son simples. Por eso Tania contó que en septiembre, con casi todo el ciclo transcurrido, esto no se ha resuelto aún y los chicos no tienen un docente de apoyo que les permita adaptar la currícula para que puedan aprender acorde a sus condiciones ni tienen acompañante terapéutico. Por lo pronto saben que serían casos de Trastorno de Déficit Atencional con hiperactividad. Mientras tanto, ella ha hecho como pudo todo el año.
Sumó como otro desafío que los profesionales no siempre tienen el mismo criterio y que para las familias también es un proceso complejo. Agregó que muchos pediatras incluso recomiendan esperar, “y recién en nivel primario, en un segundo o tercer grado, pueden diagnosticar, cuando la atención temprana es fundamental (...) Por eso, a veces transitan todo al nivel inicial sin acompañante, sin certificado de discapacidad y nosotras conteniendo como podemos”, apuntó. Dijo que ante esto, a veces ella los contiene más como madre que como docente y a veces también se ve desbordada: “Me tienen que ayudar y contener los auxiliares de dirección, a mí y a los chicos; hay días que he salido llorando porque vos decís, ¿cómo los ayudo? ¿Cómo puedo contenerlos a los chicos? Al no tener un diagnóstico, no tener un acompañante, no tener pautas, herramientas, a veces vos hacés lo que podés, incluso a veces como mamá tratás de contenerlo y no como una profesional”. Aceptó que a veces se les pide mucho a los docentes. Es que estar frente al aula implica atender una enorme diversidad de situaciones de todos los chicos, adaptar las formas y hoy, según el contexto, contener desde lo socioafectivo.
Adaptar el sistema a la discapacidad
La escasez de docentes de apoyo y acompañantes terapéuticos es otro tema. Algunos alumnos requieren asistir con acompañante terapéutico, frente a lo cual sucede que ese alumno no siempre es incorporado a los procesos del resto del curso sino que muchas veces termina trabajando solo con el acompañante. Acceder a un acompañante o un docente de apoyo también puede resultar un desafío, ya sea por los obstáculos por parte de las obras sociales, que deben brindar esta cobertura, como por la escasez de profesionales formados en estas especialidades.
Elisa mencionó que para quienes no tienen cobertura, el módulo de docente de apoyo cuesta casi 300.000 pesos, algo que no todos pueden pagar. Además, apuntó que cuando a veces falta el docente de apoyo, en la escuela no los quieren recibir ese día, cuando aclaró que no debería ser así.
Para los estudiantes con Síndrome de Down, según los relatos de padres, docentes y quienes trabajan con ellos, muchas veces el patio de la escuela es donde pasar un recreo solitario. Más aún, Santi (9) terminó estudiando en su casa, con su mamá. La infinidad de obstáculos que afrontó su familia para incluirlo en la escuela los llevaron a tomar esa decisión. Tras pasar por tres colegios y recibir la negativa de una lista larga de varios más, no había un lugar para él en la escuela. La respuesta habitual es que no están preparados para recibirlo, que no hay cupo y que cuando lo han hecho no ha sido incluido sino integrado. Graciela, su mamá, explicó a Los Andes en una nota el año pasado, que lo habitual es que los docentes no adapten los materiales y clases a los chicos, lo cual asegura que no requiere tanto esfuerzo, sino que son dejados en un rincón para que en vez de seguir la clase, aprendan con su maestra de apoyo algo en paralelo.
Aunque no sea una discapacidad, para los chicos con condiciones como dislexia, disgrafia o discalculia, el desafío empieza cuando antes de tener un diagnóstico, son tratados de torpes, vagos, malos alumnos y hasta incapaces en el aula, incluso frente a los compañeros, lo que afecta gravemente su autoestima y salud mental. Se enmarcan dentro de las Dificultades Específicas del Aprendizaje (DEA) y simplemente necesitan otros apoyos, otras formas, ya que se afectan los procesos cognitivos relacionados con el lenguaje, la lectura, la escritura y/o el cálculo matemático.
Según relatan las familias, la escuela no logra adaptar su currícula y sus estrategias para hacerla más accesible. Gabriela Sánchez, referente de Disfam Argentina en Mendoza destacó: “Ellos pasan por situaciones complejas en cuanto a las vivencias diarias, no tienen confianza, porque por ejemplo no pueden escribir algo dictado y menos de chicos, por eso suelen tener baja autoestima, falta de confianza, ansiedad, depresión, frustración, trastornos del sueño y de alimentación, se desmotivan, se enojan, sufren bullying y hay casos extremos de depresiones severas y suicidios”, enumeró.
Señaló que la información hoy llega a las escuelas es por los padres, de docente en docente como así también de directivos, agregó que en las escuelas muchas veces manifiestan que no saben cómo trabajar.
En primera persona
Ignacio tiene 18 años, cursa quinto año del secundario en la escuela Edison, una institución inclusiva de educación común.
Tiene diagnóstico de Síndrome de Ásperger y certificado de discapacidad y en pocos meses habrá culminado su formación obligatoria. Es de las que se consideran exitosas. Pero Ignacio relata que no ha sido fácil, tuvo sus batallas, las que afrontó y ganó. Pero también tuvo oportunidades: una familia que pudo ir a la par de sus procesos y equipos de docentes y profesionales que aconsejaron y adaptaron.
Definitivamente la matemática no es lo suyo, nunca se llevó bien (como le pasa a tantos chicos y por eso los malos resultados en las pruebas de aprendizaje). Es lo primero que señala. Pero tampoco se le dan bien los dictados ni la letra cursiva y “la computadora me costó un montón”, apunta. También le resultaron un desafío los talleres de robótica del secundario, “hace falta una menta abierta”, asegura.
Pero acá está, casi acariciando el diploma.
“Repetí sala de 5, porque no sabía hacer algunas cosas, en el colegio y el instituto donde iba pidieron que me dejaran un año más, siempre me porté bien y he respetado a los mayores”, relata. Dijo que hasta se siente mejor con ellos que con los chicos de su edad, “porque a los que tenemos CUD lo que más nos cuesta es relacionarnos con nuestros pares”, sostiene.
Luego continúa: “Me sirvió repetir y me prometieron que se iban a adaptar”. Así fue. Para evitar el dictado la señorita o profe le daba su teléfono para copiar el texto, que debía seguir al mismo ritmo que el resto y, aunque no dejó de practicar la cursiva, pudo dedicarse de lleno a expresarse en imprenta, que se le da mejor.
“En la secundaria me cambié de colegio, antes iba a otro colegio muy diferente que era todo papel y lapicera, me costaba más pero por suerte la he podido remar muy bien”, asegura.
Dijo que eligió el colegio con sus padres porque tiene un alto compromiso con los estudiantes y se ha sentido verdaderamente acompañado. Los resultados, están a la vista.
Escasa formación docente en discapacidad
“Sinceramente yo trato de dar lo mejor de mí, pero acompañando como mamá, yo he sacado recursos del corazón y no recursos de estrategias profesionales (...) vos vas tirando informe tras informe, citas tras citas, actas tras actas y se te pasa el tiempo. Mientras tanto, el día a día en la sala es un ver cómo hacer”, se sinceró Tania
Señaló que en ese sentido los chicos, al no tener el acompañamiento necesario, no pueden seguir los procesos de aprendizaje que sigue todo el grupo, “porque si yo pudiera tener una bajada o una dirección, yo podría incluso adaptar y adaptar el contenido general que trato de dar en la sala, yo trato de hacerlo, pero nadie me dice sí, está bien, seguí por ahí. Yo lo sigo haciendo”. Aceptó, como coinciden otros docentes, que se le está pidiendo demasiado al docente.
Y afrontó un tema escabroso: “También está el derecho de los otros chicos, yo a veces tengo que dejar el grupo general, porque que hayan tratado de incluir no quiere decir que están también viendo los derechos del resto. También se vulneran los derechos del resto del grupo”.
La licenciada en Psicología Carina Carretero hace clínica infanto juvenil y trabaja el tema, además de ser parte de un gabinete escolar. “La inclusión como teoría está buenísima, pero la inclusión no funciona (a veces) no por la persona con discapacidad sino por un montón de factores externos a ellas”, señaló en relación al contraste entre el paradigma y la realidad.
Tras señalar que se trata de una situación compleja enumeró las barreras que encuentra.
Entre las más importantes mencionó que una de ellas es la diversidad de situaciones que implica y el escenario dentro del aula; otras es, una vez más, la falta de formación docente. Dijo que por lo general, si no hay un docente de apoyo, es muy difícil que se haga la inclusión solo con el docente de grado.
Hizo hincapié en que detrás hay todo un equipo de trabajo que involucra profesionales de diversas disciplinas, el sistema educativo y la familia, pero “eso no siempre se da y en las escuelas públicas menos, por ahí no tienen servicios de orientación o no hay profesionales en los colegios permanentemente. Entonces todo recae sobre las docentes. Y las docentes dicen que no están formadas y tampoco se las motiva para formarse”, planteó. Esto dado que la docencia implica trabajo fuera del horario de clases, por los bajos salarios muchos deben tomar doble turno, deben costear la capacitación y quizás sabiendo que no cambiarán mucho sus ingresos. Además dijo que ocurre en ocasiones que los docentes de apoyo no siempre son personas totalmente formadas en esto: “a veces son estudiantes o personas conocidas de las familias”. La falta de una remuneración adecuada desmotiva a los profesionales a elegir esta tarea.
Sobre el asunto, María de los Ángeles Zavaroni, directora de Educación Especial de la provincia, explicó que la formación al respecto hasta ahora quedaba en la intención que tuvieran de adquirir esos recursos, pero ahora se está incorporando en la formación inicial de los docentes y se trabaja en ampliarlo más.
“Estamos trabajando en jornadas de aula heterogénea y cultura inclusiva, teniendo en cuenta que todos los estudiantes son diversos, hoy hay un replanteo importante en cuanto a lo que requiere un estudiante, que tienen que ser todos con estrategias diversificadas”, apuntó Zavaroni.
Qué escuela es mejor para personas con discapacidad
En este punto aparece esta inquietud, un planteo difícil para todos los padres (todos): ¿cuál es la mejor escuela para mi hijo o hija? Y aquí los puntos de vista son bien diversos pero también las respuestas. Tras reunir opiniones en cuanto a discapacidad la conclusión es que todo depende de cada persona y de la experiencia que vaya teniendo y que lo fundamental es atender a las necesidades del alumno.
Entonces aparece lo que cuesta decir. Carretrero se refirió a que en estas condiciones, según el caso y la institución, la escuela de nivel elegida no siempre es la mejor opción aunque es un tema tabú y plantearlo puede implicar acusaciones por discriminación.
“La realidad es que hay muchos estudiantes que por el grado de discapacidad que tienen o la discapacidad que tienen, no logran ser incluidos en escuelas comunes o en algunas escuelas, quizás por la modalidad, por la cantidad de estudiantes o diferentes factores, no se puede hacer la inclusión real. Entonces, un poco lo que se trabaja es decir, bueno, ¿cuáles son las expectativas que tiene la familia? ¿Cuáles son los objetivos de la familia? ¿Cuáles son los objetivos de los terapeutas también? Porque a veces lo mandan a una escuela común para que sociabilice y a veces son tantas las habilidades que deben desarrollar y que no logran desarrollar que no se termina haciendo inclusión”. Esta situación puede hacerlo sentir mal e incluso no lograrse el objetivo de lograr los aprendizajes pretendidos, peor aun, hay chicos que no pueden expresar lo que les pasa, entonces pueden tener alguna crisis o conductas disruptivas porque no quieren estar ahí o porque no pueden y cuando van a otro colegio estas ceden o desaparecen, comentó Carretero desde su experiencia. “Porque esa otra escuela puede darles otra contención, quizás es más chica y con gente más preparada”, acotó.
Situaciones de este tipo ha visto Laura Privitera, acompañante terapéutica: relató que hay chicos que hacen jornadas compartidas, días que van a la escuela común y otros a la escuela especial. Y han observado como equipo terapéutico que el chico era más feliz en la segunda, aunque también a veces la familia prefiere que vaya a la comun. “La discapacidad es muy variada, es un abanico muy grande de todo, no solamente la discapacidad del niño sino la discapacidad de la familia porque también se tiene que trabajar eso, las docentes hacen lo que pueden y nosotras les simplificamos mucho el trabajo. En realidad hay maestras que directamente te piden el acompañante porque no pueden con el niño solo y no pueden desatender los 30 que tienen por uno, así que se está viendo mucho en las escuelas, muchos acompañantes, muchas maestras de apoyo”.
Reynaga expresó su punto de vista: “Cuando uno busca forzar e incluir a una persona, en el caso de personas con discapacidad, en establecimientos educativos donde no están preparados para eso, es muy probable que por más voluntad que le ponga la docente o el chico no termine de incluirse del todo en el sistema educativo y, por ende, de resolver todas las problemáticas y desafíos que tiene la escolaridad”. Luego agregó: “Y cuando se los incluye en educación común no terminan de completar los ciclos como el resto de los compañeros”. Además, dijo que hay escuelas que funcionan muy bien y otras que siguen con modelos como talleres de oficio que no necesariamente es algo que prefieran, porque “no todos somos emprendedores”. En definitiva, es fundamental escuchar y observar cuáles son sus deseos y necesidades
“Para hacer inclusión, primero tenemos que hablar todos de inclusión y todas las partes que hacen al sistema educativo, familias, terapeutas, la escuela, obviamente, que coincidamos en los objetivos de la inclusión”, remarcó Carretero.
Otros desafíos para la discapacidad en el aula
Maria Claudia Tejada, también es docente de Nivel Inicial, es referente en lengua de señas, trabaja como docente de apoyo y como docente de sala de 5 tiene dos alumnos incluidos. Tiene un punto de vista amplio y por ello pudo enumerar las principales problemáticas.
Como todos, puso como tema prioritario que la falta de formación docente especializada se ve reflejada en la tarea diaria y que esto puede generar inseguridad sobre cómo adaptar el currículo o las estrategias de enseñanza para incluir a estos alumnos.
No dejó de señalar la infraestructura inadecuada: “En muchos casos, las escuelas no cuentan con instalaciones accesibles, como rampas, ascensores, o baños adaptados. Esto dificulta que los estudiantes con discapacidades físicas puedan moverse libremente por los espacios educativos.
En ese sentido, la funcionaria de la DGE reconoció que en muchos establecimientos hay problemas en la accesibilidad para personas con discapacidad motriz, dado que se trata de edificaciones antiguas. Las más nuevas lo tienen incorporado y en las primeras se trabaja en la adaptación. “En Mendoza hemos sido pioneros en el apoyo de estudiantes con discapacidad auditiva o visual”, destacó de todas formas.
A esto Tejada agregó los recursos insuficientes: “Las escuelas suelen tener recursos limitados para proveer tecnologías asistivas, como lectores de pantalla, dispositivos auditivos o materiales en braille. Esto afecta la participación efectiva de estudiantes con discapacidades sensoriales o cognitivas”, observó.
En tanto, expresó que en el caso de niños con autismo, se observa que están incluidos pero en grados o cursos numerosos lo que perjudica su proceso de aprendizaje. “Se habla mucho de inclusión pero la realidad es que aunque el docente quiera incluirlos existen desventajas que no ayudan a esta situación”, afirmó.
Por otra parte, comentó que en algunos casos aún existen estigmatización y prejuicios: “Los prejuicios y la falta de sensibilización sobre la discapacidad pueden crear un ambiente de exclusión. Tanto los estudiantes como sus familias pueden enfrentarse a actitudes discriminatorias que afecten su integración y bienestar emocional.
Otra pata endeble es la dificultad para implementar modelos inclusivos y consideró fundamental para el acompañamiento el apoyo psicológico y emocional, en tanto los chicos y sus familias pueden requerir apoyo psicológico adicional. Sin embargo, dijo que en muchos contextos educativos no existen equipos interdisciplinarios con psicólogos o trabajadores sociales que puedan ofrecer este apoyo.
Para Tejeda, también hay desigualdad en las oportunidades de educación. En este sentido mencionó que en muchas zonas rurales o desfavorecidas económicamente, la falta de recursos es aún más acentuada, lo que limita gravemente el acceso de los estudiantes con discapacidad a una educación inclusiva de calidad.
“Estos desafíos reflejan la necesidad de un enfoque integral para abordar la inclusión, que combine la capacitación docente, la sensibilización social, la mejora de infraestructuras, y un apoyo adecuado para cada estudiante”, resumió.
Discapacidad en la escuela pública y la privada
El acceso a recursos claramente cambia realidades. Por eso, plantean que la realidad es diferente en las escuelas privadas y en las públicas.
Graciela Bertancud es directora de la escuela Tomás Édison, un establecimiento privado, referente en muchos aspectos y también en este.
Contó que fue una de las dos escuelas que iniciaron la inclusión en Mendoza y que esa experiencia les ha permitido hacerlo con mayor eficacia. Pero además, consideró que seguramente en la escuela pública es más difícil porque hay menos recursos.
“Por nuestra trayectoria, nuestras integraciones son el 90% exitosas porque tenemos todos los componentes que nos ayudan a que los niños se integren, tenemos un seguimiento, un equipo dotado de profesionales que acompañan estos procesos; el problema se nos da a la hora de tener los cupos”, comentó. En relación a los diferentes ámbitos planteó: “Nuestras familias pueden pagar un acompañante terapéutico que hace toda la adaptación y el proceso de estos estudiantes. O sea, yo desde mi lugar diría que estoy en un sector de privilegio”.
En el mismo sentido, opinó: “Creo que para el sector estatal, no sé si el Estado puede sostener un acompañante para cada estudiante y eso también pone a los docentes de las escuelas estatales en un estrés muy alto porque no hemos sido formados para tanta diversidad. Tenemos formación para la diversidad, pero hay especificidades de estas inclusiones que por ahí no tenemos la formación técnica para adaptar los contenidos, para acompañar a los estudiantes”.
Consideró que cuando se logra una integración efectiva se favorece al estudiante incluido y al resto “porque formamos en una sociedad más tolerante, más diversa y entendiendo la inclusión verdaderamente”.
Como todos, reconoció que algunas integraciones son más complejas que otras y que no siempre son positivas, por eso, subrayó que hay que poner por delante lo que quieren los estudiantes incluidos.”Tenemos que preguntarles cuáles son sus necesidades, porque a veces ellos no quieren estar expuestos a esa situación de desafío constante, de sentir que siempre están como dando lo máximo y por ahí no llegar a lo esperado”.
Contó el caso de un alumno con síndrome de Down que se escapaba permanentemente. Hasta que un día le consultó por qué. “Yo no quiero venir a esta escuela”, le contestó. “¿A dónde querés ir?”, le preguntó. “Yo quiero ir a la escuela donde voy los sábados”, dijo el chico.
Cuando le preguntó a la familia le explicaron que era un lugar donde hacía fútbol con chicos con sus mismas características. “Entonces él se sentía de igual a igual, sentía que ahí tenía amigos, sentía que podía compartir porque compartía la misma realidad. Me parece que también en el tema de las inclusiones hay que tener en cuenta qué necesita el estudiante y no los padres ni la escuela”, remarcó. Pero consideró que es fundamental que el alumno que no tolera el sistema tenga un lugar de calidad y con procesos de estándares de competencias acorde a sus necesidades.