Durante los dos años de pandemia fue una de las caras más vistas y de las voces más escuchadas en las noticias locales. Iris Aguilar abrazó con más ímpetu su rol como jefa de Inmunizaciones de Mendoza -ése en el que se desempeña desde hace casi una década-, dejó de lado la indicación médica de aislamiento por su enfermedad autoinmune para planificar cada detalle de la campaña de vacunación contra el Covid-19 y convencer a la población sobre la necesidad de vacunarse.
Lejos de esa vorágine -que pareciera que quedó muy atrás en el tiempo- en la que llegaron a colocar 26 mil dosis de vacunas en un día, Iris se hace un tiempo en la “gira de capacitación” por los departamentos para la campaña de vacunación contra sarampión, rubeola y polio y nos recibe en su oficina que aún conserva un par de freezers de todos los que supo albergar para las vacunas.
“Fue incomparable el inicio de la campaña a cualquier cosa que se haya visto anteriormente. Teníamos que gestionar turnos día a día, calcular cuántas dosis teníamos. Estábamos pendientes de si el avión salía o no salía, cuándo llegaba. Los sábados y domingos dejaron de ser sábados y domingos. Arrancábamos muy temprano y terminábamos muy tarde”, describe el vértigo de aquellos días que dejaron que películas como Epidemia tan impactantes en su momento, que se veían como exageradas, resultaran de menor escala frente a lo que vivimos.
Resiliente y leal -tal como se define-, refleja en sus redes que es hincha de San Lorenzo, maradoniana y fanática de los perros (su familia se completa con Ramona, una beagle que le regalaron; Mingo, rescatado de la plaza Independencia, y Firulais, rescatado en Santa Rosa). Por otro lado, se respira en su espacio del Vacunatorio Central su devoción a San Expedito, conocido como el patrón de las causas justas y urgentes.
Iris se recibió de la facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo, en la segunda mitad de la década del ‘90. Desde entonces, atendió en consultorio -”tuve una cápita de 1.200 abuelos y creo que los vi a todos”, dice satisfecha- hasta que asumió la jefatura. “Me gusta mucho la docencia; hemos hecho intervenciones en las facultades de la Universidad Nacional de Cuyo y de la Aconcagua”, agrega quien también fue jefa de residentes en el hospital Perrupato.
Reconoce que tiene en la nebulosa cómo fue eligió la carrera de Medicina, pero sabe que descartó Veterinaria porque se “hubiera muerto con cada animal que se moría”, que un día de su adolescencia se levantó pensando que quería ser arquitecta y que tampoco optó por Ciencias Económicas que le “gustaba mucho” porque es “muy mala con los números”.
“Sí sé que, si volviera a nacer, no estudiaría lo mismo. ¿Sabés cuál es mi profesión, ‘profesión’ -reitera- frustrada? Sería feliz haciendo carpintería. Me encanta el trabajo con madera. Me hubiera encantado tener algún familiar carpintero y hacer cuestiones de carpintería como reciclados y demás”, relata y aclara que recicla muebles “de manera amateur”.
-¿Te ha desilusionado la Medicina?
-No. Pero me acuerdo de todo lo recorrido y no es algo que añoro. Me gustaría hacer algo más artístico. Ya arranqué; no tengo límites.
Una oportunidad
Hace unos años, allá por 2013/14 cuando Matías Roby era ministro de Salud de la gestión de Francisco Pérez y estaban a un mes del lanzamiento de la campaña de vacunación antigripal, se despertó la esclerosis múltiple en Iris.
Se había acostado un viernes a la noche como siempre y cuando se levantó el sábado para ir a Santa Rosa a brindar una capacitación, se sintió “rara, entumecida” del cuello para abajo. “Me paré para caminar y parecía que estaba borracha. Me serví el café y tenía dismetría (no lograba llevarse la taza a la boca). Fui lo mismo a Santa Rosa. Me acuerdo que me senté y me iba resbalando del asiento. Tenía una pérdida de sensibilidad desde el cuello hacia abajo”, rememora.
Recién al regreso de la capacitación, se puso en contacto con un neurólogo y recibió el diagnóstico. Y, así como dice la frase hecha, “de un segundo para el otro, te cambia todo”, reflexiona y cuenta que los únicos 20 días que ha faltado a su trabajo por enfermedad fueron aquellos en los que se dedicó a ir a rehabilitación “todos los días, todos los días” -reafirma-.
“Nunca dejé de hacer nada en mi casa ni nada por el estilo y volví con secuelas obviamente porque, desde ese día, los brazos los tengo entumecidos todo el tiempo, como si tuviera dos manguitas de tomar la presión”, grafica ya “acostumbrada” a esa sensación y agrega que después ha tenido síntomas “que vienen y van”, en tanto en el último tiempo ha sentido disminución de fuerza en las piernas.
“Hoy mi mayor desafío es poder subir el cordón de la vereda”, se sincera a la vez que advierte que todo es inaccesible para una persona con discapacidad. “Es muy complicado el acceso. A mí me queda joya subir por una rampa porque no tengo que levantar los pies, pero va y se estaciona uno delante de la rampa. O tenés una rampa sin baranda y no tenés de dónde tomarte para subir”, ejemplifica con la esperanza de que “algún día se resuelva porque las barreras son enormes”.
Desde el minuto uno, Iris confió en el equipo médico que eligió para el tratamiento y confiesa que nunca leyó un artículo sobre la esclerosis múltiple. “El neurólogo me dice andá y tirate, y yo voy y me tiro. Nunca le he cuestionado nada. Cuando me diagnosticó me dice ‘hay una desmielinizante’ y lo único que le pregunté fue si era esclerosis múltiple o ELA. Ésa era la preocupación por las herramientas terapéuticas”, apunta esta paciente prolija que cumple con todas las recomendaciones aunque admite que en lo único que no le ha “dado bolilla” fue en el no trabajar.
“Cuando empezó el aislamiento en Argentina, mi neurólogo me había pedido un control de analítica para ver mis linfocitos. Estaba recontrainmunosuprimida. Y me dijo: ‘Obvio que tenés indicación de quedarte en tu casa y hacer home office’. Y le dije: ‘Obvio que esto no me lo pierdo”, precisa.
Hoy puede decir orgullosa que no dejó de trabajar; que uno de las enseñanzas de la pandemia es que “si uno tiene ganas de laburar, no hay nada que te lo impida”; que al vacunarse con Sputnik sirvió de ejemplo para que lo hicieran otras personas inmunodeprimidas, que su papá de entonces 95 años y dialisado recibió su AstraZéneca cuando llegaron las dosis para hemodiálisis. “Creo que eso también fue una fortaleza para demostrar que no había privilegiados, que éramos todos iguales y que teníamos que respetar lo que hacíamos por el bien de todos”, apunta.
“Transité toda la pandemia y hasta hoy no he tenido Covid”, afirma a la vez que aclara que su enfermedad sí se vio afectada porque “el estrés es muy mal consejero para la esclerosis múltiple como para toda enfermedad autoinmune”.
Así, la pospandemia la encuentra más calmada, haciéndose todos los chequeos para ver si sigue la misma medicación o se la cambian.
-¿Has sentido frustraciones?
-Soy una persona con suerte. Me considero afortunada de hacer lo que me gusta; de haber estudiado lo que quise en su momento; de trabajar en un lugar cómodo, agradable, con buena gente... Tampoco veo como un obstáculo el tema de la salud, lo veo como una oportunidad. Todo pasa por algo. Es lo que toca y hay que readaptarse y seguir. Y, de hecho, se puede.
La hora de la pospandemia
Segunda hija de los inmigrantes Juana y Joaquín, Iris cuenta que es hincha de San Lorenzo y que conoce de fútbol porque leía las revistas El Gráfico que le compraban a su hermano Elio, quien fue asociado al Tomba a los siete días de nacido y ahora tiene su asiento en el renovado Feliciano Gambarte.
“Conozco el fútbol de esa época, de Bochini, de Alonso, de la Selección Argentina del ‘78, del ‘82 y demás”, confiesa esta “maradoniana a full” que verá el Mundial si es que se banca los partidos porque se pone muy nerviosa y si no ve el primero y Argentina gana promete -por cábala- no ver ningún otro. “¿Maradona o Messi? Maradona, obviamente”, se pregunta y se responde como para que no queden dudas. Tan ‘fana’ es, que plasmó al Diez en cubismo.
“Ahora se me ha dado por pintar cuadros”, confiesa y muestra desde su celular un Freddie Mercuri también realizado en cubismo. “La muestra será cuando me dejen de robar mis obras porque cada amigo que llega a mi casa se lleva una. Y así no vamos a ningún lado”, bromea.
Así como en la pandemia a mucha gente se le dio por cocinar, a Iris la pospandemia la sedujo con el reciclado, la pintura y la lectura de “cosas que no sean médicas”. Por estos días, está leyendo “El conflicto palestino-israelí”, de Pedro Brieger, y “Odorama, historia cultural del olor”. Y además, todos los lunes, está yendo a clases de canto.
“Me siento muy bien haciendo todo”, reconoce esta mujer que ahora está reciclando un “combinado-tocadiscos”. “Empecé en joda a retapizar unas sillas, seguí con un sillón y ahora voy por un sillón estilo barroco muy antiguo”, cuenta y agrega que su casa es una aplicación de Pinterest porque se basa en las sugerencias de esa plataforma para renovar los diferentes espacios de su hogar.
El saldo positivo de la pandemia y la gestión pública
Durante la charla en el Vacunatorio Central compartimos con Iris risas con sus ocurrencias, lágrimas por este año “horrible” que está transitando por la pérdida de tres personas fundamentales (la mamá de su hermana de la vida, su papá y Víctor su secretario ya jubilado), sentimientos de bronca e impotencia (por esos que teniendo trabajo, ponen cualquier excusa para faltar y no cumplir con su responsabilidad) y hasta algún consejo de retapizado.
-¿Qué te quedó del trabajo en pandemia?
-Me quedaron cosas positivas y algunas secuelas. Entre las positivas, que es imposible trabajar solo. Hay que trabajar en equipo, no es una cuestión discursiva. Sin el trabajo en equipo hubiera sido imposible llevar una estrategia de salud pública de estas dimensiones. Y todos son claves: desde el que venía el domingo a las 7 de la mañana recibir las vacunas hasta el Ejército que nos ayudó a descargar vacunas. La logística de distribución, el preparado de las cajas térmicas para que llegar a menos de 15° hasta quedarnos a última hora para que salieran los turnos en base a las dosis que había en cada sede. Trabajamos muy bien con la DGE, con las fuerzas de seguridad, con Desarrollo Social, con la Subsecretaría de Trabajo, con los municipios que pusieron los espacios físicos por fuera de los vacunatorios. Primero: el trabajo en equipo. Después me quedó la enseñanza de que si querés laburar no hay nada que justifique que no lo puedas
hacer.
-¿Qué te parece la gestión pública?
-La gestión pública es un lugar espectacular y lo hemos visto con la pandemia. Las muestras de gratitud que hemos tenido de gente tanto por redes sociales como personalmente. Por alguna queja o alguien que se descontroló y te hace pasar un mal momento, todos los demás se llevan el corazón. La gente ha sido muy afectuosa.