“Al calor del sol y con la ropa sucia en una finca me imaginé un día levantando el cartel de ingeniero electromecánico”, expresó este mendocino de San Martín en la red Linkedin. Lleva 15 mil “likes”.
Inevitable el nudo en la garganta cuando Joel Sánchez relata su historia con la humildad que lo caracteriza. Una historia llena de sacrificios y dificultades económicas que, finalmente, tuvo su fruto el 2 de agosto pasado, cuando rindió en la UTN “Proyecto Final” y rompió en un llanto eterno. Se había convertido en ingeniero electromecánico.
Todas las secuencias de su vida pasaron por su cabeza durante aquella mesa de examen, en especial el día en que, siendo un niño, falleció su papá y su mamá salió a limpiar casas de familia mientras él y sus hermanos comenzaron a cosechar uva en fincas de la zona para sobrevivir.
“Eramos menores y fue la única salida que encontramos para ganar dinero. La tarea era muy sacrificada pero aprendí mucho, le tomé la mano y pude terminar la secundaria. Me sentía motivado para seguir estudiando, siempre había soñado con ser ingeniero aunque muchos me decían que no era para mí, sino para otro tipo de gente, que era muy costoso y que no lo intentara. Pero yo me daba cuenta de que podía mucho más y que no había nada que perder. Ingresé al preuniversitario, conté mi historia en la firma constructora José Cartellone, que tomaba pasantes, y quedé seleccionado enseguida, me apuntalaron y me dieron todas las posibilidades para que jamás abandonara mi carrera. Siempre estaré agradecido”, recuerda hoy, en su departamento situado en pleno centro de la ciudad de Mendoza.
Joel se anotó en todas las becas posibles, las que si bien le exigían ir al día, al mismo tiempo le proporcionaban medios para continuar: transporte, comedor, fotocopias y una residencia para estudiantes.
“Una sola vez había visitado la ciudad de Mendoza, éramos una familia humilde que nunca antes había salido del barrio Municipal de San Martín. Me perdí un millón de veces y me sucedieron miles de anécdotas”, repasa con gran sentido del humor.
En la etapa universitaria más rigurosa, Joel conoció a Bianca, que también estudia ingeniería: “Me apoyó siempre; ahora siento que es el turno de ella, que va por el mismo rumbo”.
“Siempre soñé con un futuro mejor y no reniego de quienes me desalentaron. Mi experiencia dice que se puede y eso les quiero aconsejar a los estudiantes que en algún momento se sienten perdidos. Siempre anhelé llevar a mi familia a otro nivel y jamás perdí la esperanza. Nadie en nuestro entorno, familia ni amigos, había alcanzado a ser profesional”, confiesa.
Por razones financieras, Cartellone debió reducir personal y Joel fue despedido junto con gran parte del personal. Destinó la indemnización íntegramente a la carrera mientras veía a sus compañeros invertir, por ejemplo, en modernos automóviles.
Poco después, aunque aún no tenía el título, la firma Cartocor, que pertenece al grupo Arcor, lo contrató para hacer sus primeras armas como ingeniero. “Me recibí y me ascendieron inmediatamente”, cuenta hoy con profunda gratitud.
El logro más importante de su vida llevó a Joel a compartir una reflexión en Linkedin, donde publicó profundas palabras junto a dos imágenes contrapuestas: en una se lo ve cargando tachos de uva y en la otra con la toga, el día en que egresó. En ambas su rostro sonríe.
Escribió: “Luego de 5 años y 4 meses mi vida cambió para siempre. Todos los prejuicios quedaron atrás, que era una carrera infinita, que perdería tiempo y que se necesitaban recursos”. Inmediatamente obtuvo 15 mil “likes” y casi 600 comentarios alentadores.
“Al calor del sol y con la ropa sucia en una finca igual me imaginé un día levantando el cartel de ingeniero electromecánico”, expresó.
Joel motivó a los muchos que quedan en el camino: “Impulsemos a esas personas a seguir, a pelearla, a levantar también ese cartel”, concluyó el joven.
La ganchera y tijera que guardó su mamá para ese día
“Lloraba a mares, lloraba sin poder parar”, rememora Joel sobre el día de la graduación, en el pasillo la facultad. “Lo primero que hice fue abrazar a mi mamá, que era un mar de lágrimas como yo”, recuerda. Luego a su novia y a sus hermanos Rubén, Sofía e Ignacio, quienes, inspirados por Joel, siguen estudiando.
Sin embargo, la sorpresa más conmovedora la tenía guardada Graciela Sosa, su madre. “Se me acercó y me entregó mi ganchera y mi tijera, los elementos que me habían acompañado tantos años durante la cosecha para poder estudiar. Los había conservado todos estos años convencida de que este día iba a llegar –concluye--. Y me dijo: ´es para que nunca te olvides los lugares donde estuviste’”.