La transformación del paso fronterizo más importante del corredor biocéanico que une el Atlántico y el Pacífico, fue cambiando desde la época virreinal. Primero con la construcción de uno de los correos reales, edificaciones impulsadas por Ambrosio O´Higgins (el padre del libertador) que servían de refugio a los viajeros, y luego con la creación de un campamento ferroviario, que formaba parte del sistema del Ferrocarril Trasandino.
Según explica la arquitecta patrimonialista Graciela Moretti, este corredor tiene una historia que se remonta a tiempos prehispánicos, por encontrarse en la senda andina -uno de los caminos transversales del Qhapaq Ñan- pero su carácter de villa fronteriza con fuerte identidad pintoresca fue dado a mediados del siglo XX.
En 1910, con la apertura del túnel del Trasandino, el poblado ferroviario contaba con una precaria estación y un conjunto de viviendas para los trabajadores.
Cuatro décadas más tarde, el gobierno nacional decidió encarar la transformación del lugar. El por entonces presidente Perón había observado, durante su paso en 1949, las malas condiciones en las que se encontraba el paso más relevante que nos vinculaba con Chile. Por este motivo, se encomendó a los técnicos del Departamento de construcciones de la Fundación Eva Perón (FEP) y a la Dirección Nacional de Arquitectura (DNA), dependiente del Ministerio de Obras Públicas (MOP), que se abocaran al proyecto y materialización de la obra.
Estilo pintoresquista
Cecilia Raffa, arquitecta e investigadora, comenta que en 1951 Eva Perón llegó a la localidad fronteriza de Las Cuevas, en la frontera argentino-chilena. A partir de esa visita, se lanzó con el auspicio de la FEP un conjunto de obras que ubicaría a Las Cuevas como puerta de acceso desde el Oeste al país. Era “el anticipo de la prosperidad del resto de la República”, al tiempo que proporcionaría las comodidades necesarias para el mejor desempeño de las labores del personal militar apostado en la zona.
En su libro “Proyectos y concreciones, obras y políticas públicas durante el primer peronismo en Mendoza”, Raffa cuenta que en un breve lapso la FEP, con el aporte del Gobierno Nacional, levantó una serie de dependencias estatales y privadas que permitían a viajeros y residentes disfrutar del paraje.
El diseño general de la villa fue pintoresquista, con un lenguaje cercano a la vertiente normanda en lo que se refiere a sus componentes: utilización de piedra, uso de la madera y pronunciadas pendientes de los techos.
El conjunto incluyó 15 edificios, entre ellos, usina eléctrica, hostería, estación de servicio, correo, aduana e inmigraciónes, comisaría y gendarmería, unidad básica, enfermería con capacidad para ocho camas, proveeduría y cuatro chalets. Todos los edificios tenían calefacción central.
El control y gestión de obra y el equipamiento de la villa estuvo a cargo del arquitecto Jorge Sabaté, quien desde 1950 se ocupó de la inspección de muchas de las realizaciones de la organización, entre ellas, las de Mendoza. Sabaté visitó las obras de la Villa Eva Perón entre el 8 y el 15 de febrero de 1952, unos días después sería nombrado intendente municipal de Buenos Aires por el presidente Perón. Esto llevó a que, una vez iniciadas las actividades del Consejo de la FEP en noviembre de 1952, se dispusiera que el Distrito de Construcciones de Mendoza del Ministerio de Obras Públicas (sic) fuera el organismo que se ocupara de inspeccionar y dirigir la prosecución de los trabajos hasta su inauguración.
Se hizo cargo del control de las obras de la FEP en Mendoza, Agustín Del Giusti, integrante de lo que luego sería la Dirección Nacional de Arquitectura, regional Cuyo. El 26 de febrero de 1953, Juan Domingo Perón, presidente de la Nación y sucesor de su esposa en la presidencia de la FEP, inauguró la villa, una de las dos obras construidas por esa organización en Mendoza. La segunda fue la escuela hogar del parque General San Martín.
Arco monumental
Moretti señala que el programa edilicio de la Villa Eva Perón, nombre que fue cambiado en 1955 por el que actualmente conserva, incluía -además del conjunto residencial- sala de cine, escuela y estación de servicio. La villa se completó con el monumental arco, convertido en el principal ícono del lugar, que marcaba el ascenso hacia el monumento al Cristo Redentor.
Con la salida de servicio del Tren Trasandino y la construcción del complejo aduanuero y migratorio de Horcones, la villa comenzó quedó relegada en los ‘80 y prácticamente pasó a ser un poblado abandonado por varios años. Un restaurante, un centro de servicios y el puesto de peaje es lo que se observa en el lugar.
Moretti resalta que el poblado es uno de los sitios más característicos del corredor andino, por lo tanto su recuperación y conservación deben encararse incorporando todas las huellas de las distintas etapas, desde las construcciones coloniales a las ferroviarias encaradas a fines del siglo XIX y también todas aquellas que le dieron su identidad en el XX.