Juanita, una “heroína” en su barrio: alimenta a más de 100 niños y ahora es albañil

De niña, en Bolivia, fue esclavizada y abusada. En Mendoza terminó la primaria y abrió un comedor que ella misma está ampliando.

Juanita, una “heroína” en su barrio: alimenta a más de 100 niños y ahora es albañil
Juana hizo cursos de construcción en seco y ahora amplía el merendero. Foto: gentileza

La de Juana Santos, “Juanita” para los vecinos del barrio Flores y Olivares, en Ciudad, es una historia que sigue sorprendiendo: una historia de lucha, discriminación y pobreza pero también de superación y resiliencia.

Porque lejos de abatirse frente a los obstáculos que la vida le puso en el camino, se levantó siempre con una sonrisa y salió adelante dando el ejemplo a la numerosa comunidad de su barrio.

Tras abrir un comedor en su propia casa, donde atiende a diario a una gran cantidad de niños, pensó en adecuar su precaria construcción situada en pleno corazón del barrio.

Así, en medio de sus estudios primarios, Juanita se decidió a iniciar, a través del municipio, dos cursos tradicionalmente masculinos: construcción en seco y de paneles en friolatina.

“Sí, me decidí y no lo pensé dos veces. Creo que las mujeres podemos esto y mucho más. Tengo una vivienda muy precaria y cuando me dieron el certificado empecé a construir el techo en friolatina, un material novedoso”, comentó a Los Andes, para agregar que el año pasado también concluyó la capacitación en construcción en seco. “Me encanta”, dijo.

Eso sí, nada resultó fácil. De 15 personas que iniciaron el último curso, solo pudieron finalizarlo cinco: cuatro mujeres y un varón. “Fue difícil porque todas somos mujeres grandes y con ocupaciones. Además, no nos sobra nada, pero siempre digo que en la vida hay que seguir aprendiendo. Además, es todo un tema insertarse en una labor que siempre ha sido propia de hombres, pero estoy segura de que se puede. Como he podido atravesar otros desafíos, esto también lo podré hacer”, advirtió.

Juanita es una verdadera “líder” y en el barrio todos acuden a ella cuando necesitan algo. Organiza lo impensado para que a nadie le falte nada y es, precisamente, el combustible que la ayuda a salir adelante después de años de sufrimiento.

Padeció las consecuencias más dramáticas de la pobreza, como el maltrato, la esclavitud, la discriminación. Fue abusada y logró escapar del infierno. Hoy hace “malabares” para subsistir, pero eso sí: se duerme todos los días con el sabor del deber cumplido, del esfuerzo realizado y del trabajo digno.

“Huí de un hogar violento con promesas de una vida mejor, caí en la trampa de la esclavitud y fueron años para el olvido signados por los golpes que marcaron más mi alma que mi propio cuerpo”, contó en una anterior entrevista con Los Andes, cuando dio a conocer su historia.

Hoy, a los casi 45, admitió que haber crecido sin recibir afecto, educación ni derechos, finalmente la terminó impulsando a transformarse en una mujer con gran fortaleza.

“No creo en quedarme sentada esperando que lleguen las soluciones. Si veo un niño con hambre, sin guardalpolvo o zapatillas, enseguida salgo a ver qué puedo hacer. Si no tengo dinero utilizo el ingenio. Abrí mi propia verdulería no solo para tener un ingreso sino para alimentar a mi familia y todo esto me dio resultados muy buenos”, repasó.

Tampoco aquella etapa, cuando llegó al país, fue fácil: había llegado con una mano atrás y otra adelante y casi no conocía el dinero. No había ido a la escuela.

De pronto se encontró levantándose de madrugada para llevar la mercadería fresca al puesto de verduras, que primero funcionó en cercanías de la UNCuyo, sobre calle José Ingenieros y hoy prolonga en su casa.

Tuve que tener cuidado y poner todas las ‘luces’ porque a veces me engañaban con el dinero, pero aprendí. Como siempre digo, lo mejor de todo esto es sacar un aprendizaje”, reflexionó.

Descubrió así el apasionante mundo de la matemática y fue por más: se anotó en el Cebja 126 “Fabián Testa”, donde cumplió su sueño de iniciar la primaria. Este año pasó a quinto grado.

Juanita comenzó a comprobar que podía con todo. Y siguió por más y más: adoptó a una niña discapacitada y embarazada. Hoy la mujer y el niño viven en su casa, junto a los hijos que le quedaron, ya que algunos crecieron y se independizaron.

“Nunca siento que tengo la vida acomodada, siempre tengo que seguir luchando. Sin embargo, sentía que era el mejor momento para empezar a aprender un oficio ¿Por qué no? Si pude abrir un comedor, criar a hijos propios y del corazón, empezar la escuela e instalar una verdulería, cómo no voy a aprender un trabajo solo porque los hombres lo hacen…”, se cuestionó.

“Me dicen que soy un roble y tienen razón. Yo no lo sé. Solo puedo decir que el día no me alcanza y que tengo tantos proyectos que a veces pienso que la vida me queda chica”, resumió.

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