A Brisa Rodríguez y a Karen Marchan las une una gran amistad, pero sobre todo, una historia de muchas necesidades, algo que finalmente las terminó uniendo casi como hermanas.
Eran muy chiquitas cuando se cruzaron en un aula de la escuela primaria José Bruno Morón y nunca más se separaron. Las dificultades económicas comenzaron a abrumar a ambas familias y, así, Brisa terminó trabajando a los 16 años en un basural a cielo abierto de Puente de Hierro, en Guaymallén.
Fueron tiempos difíciles. A Brisa, menor de edad y mujer, todo el mundo la pasaba por arriba. Le robaban el material reciclado y solían engañarla con el peso de la basura, por ejemplo.
Al poco tiempo, Karen le pidió trabajar con ella. Y así comenzaron las dos en una tarea “inhumana” e insalubre.
“De todos modos conocimos gente buena. Siempre recordamos a un señor que después se enfermó, le decíamos ‘Catu’ y nos abrió los ojos en un montón de aspectos. Además, nos respetaba”, recuerda Brisa a Los Andes.
Poco tiempo después, la mamá de Karen se mudó de ciudad y ella pasó a vivir con la familia de Brisa. “Hermanas, ni más ni menos”, aclara.
El tiempo siguió su curso hasta que en una oportunidad vieron un aviso de una casita de fiestas infantiles que tomaba animadoras.
“Enseguida nos sacamos una foto, la enviamos y nos tomaron. Trabajamos un tiempo”, recuerda Brisa.
Aunque Karen se casó, tuvo un bebé y se fue a vivir a San Luis, la amistad sigue tan intacta como siempre. Brisa es madrina de Ciro, el bebé, y siempre que pueden se visitan.
“Afortunadamente las dos estamos un poco mejor que años atrás. Ella y su esposo trabajan y yo dejé de juntar desechos en un basural. Hoy trabajo en el Centro Verde de Guaymallén y la vida me cambió por completo, las condiciones son muy buenas y ya no estoy en contacto con el peligro”, relata.