Los árboles, las acequias, los viñedos, el campo sembrado: el agreste es el paisaje dominante de Mendoza y la montaña ocupa un lugar de privilegio. Desde los primeros cerros pedemontanos y las medianas elevaciones precordilleranas hasta las altas cumbres nevadas de la cordillera de los Andes, la provincia goza de esta mágica y atractiva geografía del oeste. “¿Dónde está el Aconcagua?”, pregunta un turista que llega a la ciudad y se encuentra con una vista precordillerana. “¿Ese es el Aconcagua?”, insiste el visitante, señalando al cerro El Plata, desde la ruta 7, camino a Potrerillos. Es que allí ya se puede ver la cordillera frontal. Pero no, hay que hacer 150 km más hacia el oeste para divisar el Coloso de América.
Con 6.962 metros sobre el nivel del mar, el Aconcagua reina en América y Occidente. Es un destino de miles de montañistas de todo el mundo, que año tras año visitan al Centinela de piedra (significado del nombre en quechua, o “monte nevado”, en aymará). Paradójicamente muy pocos mendocinos han visitado el principal sitio de montaña.
La mayoría de los comprovincianos vivimos en la zona urbana o semirrural con la montaña de fondo, una especie de “montañeses virtuales” beneficiados por el codiciado recurso que se genera en las alturas: el agua que alimenta las zonas más bajas del relieve provincial. Esa dependencia natural de la montaña se mantiene en el tiempo. Y aunque la relación es cada vez cada vez más difícil debido al cambio climático, una Mendoza turística con la montaña como pilar fundamental sigue siendo una apuesta firme de desarrollo sustentable. El cerro Aconcagua es la máxima expresión del turismo de montaña, que genera un movimiento de visitantes internacionales, interesados en hacer cumbre por la ruta normal.
Un grupo más reducido lo intenta por el Glaciar de los Polacos, una enorme extensión helada reservada para aquellas personas que saben desenvolverse en la nieve y unos pocos se animan por la Pared Sur (ruta de los franceses), de alto nivel técnico de escalada. Y si uno no busca la cumbre, está la posibilidad de participar de trekkings o cabalgatas en mula hasta Confluencia, el campamento base del cerro. O a Plaza de Mulas, el sitio más conocido y primera etapa de la ruta normal, o hasta Plaza Francia, a 4.2100 msnm, la base de la Pared Sur, donde se avista la enorme pared helada que alimenta a una extensa morena de hielo y piedra.
El techo de América, como otras cumbres del continente, guarda testimonios de tiempos precolombinos. La momia del Aconcagua fue hallada a mediados de los 80: corresponde a un niño que murió allí en un ritual inca hace unos 500 años. Otro de los secretos de la cordillera a la altura de nuestra provincia.
El Aconcagua es la punta del iceberg, su enorme tamaño se puede observar desde la Cruz de Paramillos, la parte más alta del camino de Villavicencio, la antigua ruta de Chile a Mendoza, en la precordillera. La Reserva Natural de Villavicencio es un sitio que convoca a miles de visitantes todos los años, que desean observar la flora y la fauna a lo largo de 62.000 hectáreas y cerros que superan los 3.000 msnm.
Si uno continúa el ascenso por Paramillos se encontrará con hitos del Cruce de los Andes, vestigios de las primeras actividades mineras y podrá acceder a los restos del bosque petrificado que describió Charles Darwin en su visita. Y ya casi en Uspallata, a un costado de la ruta 52, se encuentran los petroglifos del cerro Tunduqueral, figuras humanas talladas en las piedras, realizadas por los primeros habitantes humanos de estos lugares. En toda esta zona hay registros de asentamientos de tiempos prehistóricos. Agua de la Cueva, la Cueva del Toro o en la Pampa de Canota son algunos ejemplos.
Pero si regresamos a la base del Aconcagua, nos encontraremos con la posibilidad de conocer las montañas y poblados vecinos. Esforzados habitantes, muchos de ellos exferroviarios del tren Trasandino, mantienen en el tiempo el anhelo de contar con mejores servicios en una zona hostil por las condiciones meteorológicas y el olvido de las autoridades de turno. Pasan los años y así nos encontramos con muy poca gente viviendo en localidades tan bellas, naturales y turísticas como Las Cuevas, Puente del Inca, Punta de Vacas o Polvaredas, luchando contra los avatares de un destino marcado por el abandono.
Pero la montaña no está tan lejos de la Ciudad de Mendoza, salvo las cumbres más altas, que están 200 kilómetros del kilómetro 0. Mucho más cerca se puede disfrutar también de los cerros.
Potrerillos y Cacheuta marcan un destino de turismo interno, con una proyección internacional a partir del desarrollo del perilago de la presa. Y ya en la zona metropolitana uno cuenta con varias posibilidades de disfrutar desde las alturas. Desde una caminata al Cerro Arco, mountain bike por el oeste de Chacras de Coria y Godoy Cruz o enduro y travesías 4x4 a través de la ruta 13 que conecta Las Heras con Uspallata.
Y la montaña mendocina no termina aquí, en el norte provincial. Hacia el centro y sur nos encontramos tal vez con los recorridos más bellos, junto al volcán Tupungato en el Valle de Uco. La visita a El Manzano y los sitios de escalada se pueden combinar con el cruce a Chile a caballo por el Portillo Argentino. O conocer los extensos cañones de San Rafael hasta las montañas de origen volcánico de Malargüe y sus centros internacionales de esquí. Turismo histórico, arqueológico, deportivo, minero, recreativo y científico. En la montaña y todo en una misma provincia a lo largo de poco más de 600 kilómetros de extensión.