Desde muy chiquita Gilda Giacovino supe aferrarse a San Cayetano, tal vez por el ejemplo de Olga, su mamá, quien pudo salir adelante cuando la atravesó la tragedia y quedó en bancarrota a los 28 años, viuda y tras perder una hijita.
“Mi mamá fue todo un ejemplo, vivía bien, con su esposo y sus dos hijas y, con poco tiempo de diferencia fallecieron mi papá y mi hermana”, relata a Los Andes.
Olga salió a pelearla y terminó trabajando como empleada de la misma regalería que su padre había fundado. En definitiva, era empleada del local que supo ser suyo.
“Las cosas de la vida. Pero nunca me hizo faltar nada y, lejos de quejarse, siempre íbamos a la iglesia de San Cayetano más para agradecer que para pedir”, relata con admiración. Esa herencia por el santo que tanto la ayudó de niña se trasladó a ella, quien también, ya siendo adulta, debió modificar su buen pasar por una vida de trabajo.
“Cuando me divorcié tuve que salir a trabajar y hoy hago lo que se me presenta, vendo aceite de oliva de la fábrica de mi primo y trabajo en un local de Palmares gracias a amigas que me ayudaron. San Cayetano jamás me abandonó, pero lógicamente yo pongo todas las ganas y la predisposición”, aclara Gilda, que es mamá de dos hijos.
Por eso muchas veces regresó a la calle Anatole France 642, de Godoy Cruz, donde se emplaza la parroquia donde los días 7 de cada mes se llena de devotos. Especialmente cada 7 de agosto.
“Empecé de cero a los 50 años, no fue fácil y hace siete que la vengo remando, pero volví a salir adelante. Siempre le agradezco a este santo a quien admiro. Pienso en los políticos llenos de plata que tenemos en la Argentina y en el mundo, muchos de los cuales se jactan hablando de los pobres”, reflexiona.
“Pero el que demostró un gesto inmenso de generosidad fue San Cayetano, que donó sus riquezas materiales en favor de los que menos tenían. Muchas veces pienso cuánto ganaríamos si los políticos se dedicaran a hacer escuelas y hospitales. Nos falta humanidad”, completa.
Hoy, dice Gilda, el mundo vive en una verdadera vorágine. “Nada alcanza, todo es tener y tener”, sostiene.
Gilda estuvo casada durante 25 años y vivía holgadamente. Su presente es muy distinto. A veces, reconoce, “la soga le llega al cuello” pero ahí aparece otra vez San Cayetano con su magia.
“Claro, yo me enfoco en el trabajo, por supuesto, las cosas no llegan solo por milagro. Y cuando creo que estoy ‘ahorcada’ vendo un poco más de lo esperado”, ejemplifica, para agregar: “Eso sí, hay que tener fe, porque la fe mueve montañas”.
“Creer, pero sin demostrar devoción, sería lo mismo que nada”, concluye.
El dolor, el milagro y el trabajo
Lita Laporte tiene 80 años y desde los últimos 30 es la directora de Cáritas de la parroquia San Cayetano de Godoy Cruz. Por eso conoce ese lugar como la “palma de su mano” y ha visto numerosos milagros y fieles agradecidos –y también desesperados—a lo largo de los años.
Esas tres décadas que Lita lleva en la iglesia han sido en gran parte muy duros para ella, que perdió dos hijos: Tomás, en 2009, y Rubén, en 2014.
Su actividad, siempre junto al Patrono del Trabajo, le dio la contención que tanto necesitaba.
“Tomás, que estaba casado, murió de manera trágica y Rubén, que era sacerdote (sucedió al padre Contreras en la iglesia del barrio La Gloria), partió a raíz de una enfermedad. Tiempo después, adopté a Antonella, hoy de 24 años, que es mi compañera”, repasa la mujer, que es viuda.
La gente, los fieles y la comunidad religiosa la ayudaron a salir adelante. Pese a sus 80 años, dice que se siente fuerte y con ganas de seguir.
Una de las anécdotas que más representan los milagros que suele conceder San Cayetano la vivió tiempo atrás con una mujer muy humilde que ayudaba con la limpieza de la parroquia.
“Se había anotado en un plan de viviendas y rezamos mucho para que tuviera su hogar. En el sorteo le asignaron la casa C7. Fue una alegría inmensa que su casa tenga la inicial de Cayetano y el día de ese patrono. Todo se da por algo”, señala.
Más allá del mes de agosto, todos los 7 la iglesia se llena de gente. También las misas, como la de este lunes, que ya se encontraba con mucho público antes de las 7 de la mañana.
“Quienes se acercan aquí son muy creyentes, muy devotos, y también confidentes. Muchas veces he puesto el oído frente a situaciones difíciles. Pero insisto, es recíproco, porque estos fieles fueron los que me sacaron adelante en los momentos más dolorosos.
Lita llegó a San Cayetano cuando su hijo Rubén acudía al seminario para convertirse en sacerdote.
“Me pidieron si podía enseñar tejido en Cáritas y a partir de allí este lugar se transformó en mi segundo hogar. Me encanta ver cómo la gente se acerca, se emociona, llora y demuestra su fe de mil maneras. Es una alegría saber que la fe todavía nos acompaña”, finaliza.