Sergio Daniel Gómez tiene 35 años. Cuando va por la calle muchos le piden fotos. El, aunque quisiera, no puede ocultarse, de hecho hace tiempo abandono la idea de permanecer en el anonimato. No es una cuestión de ego sino de centímetros: Sergio al día de hoy, es el hombre más alto de la Argentina. Mide 2,26 metros y calza 55.
Gómez o “Chiquito”, como lo llaman cariñosamente, nació el 21 de enero de 1986 en la provincia de Misiones y es el menor de dos varones. Antes de instalarse en la Ciudad de Buenos Aires, pasó su infancia y parte de su adolescencia en el barrio Evita, Candelaria, cerca de la capital misionera. En esas calles, cuando tenía 12 años, su altura comenzó a llamar la atención de los demás. Cada vez que iba a jugar a la pelota, dice, le pedían el documento porque no creían que, con esa edad, midiera 1,95 metros, según Infobae.
Sergio competía con su hermano, tres años mayor, para ver cual era el más alto: “Él se plantó en 1,70, pero yo me seguí yendo para arriba. A los 18, ya alcanzaba los 2,20″, explicó Gómez. Le diagnosticaron gigantismo tiempo después. Este es un trastorno poco habitual que deriva de un exceso de la hormona de crecimiento.
La fama tocó su puerta en octubre de 2019. En ese entonces, hizo su aparición en el programa ¿Quién quiere ser millonario?, donde concurrió con su pareja, Blanca Pereira, para juntar dinero y poder costear el tratamiento de un tumor que le apareció en el cerebro. “Las hormonas hacen que él siga creciendo. Incluido el tumor...”, explicaba su mujer.
En diálogo con Infobae, afirmó que actualmente se encuentra mejor de salud y que gracias a los 500.000 pesos que ganó en el programa, los tratamiento y medicación, los médicos lograron reducir y controlar el tumor.
En el show televisivo había dicho que no tenía empleo. Hoy su panorama es diferente: “De lunes a viernes, estoy vendiendo plantas en la esquina de mi casa. Los fines de semana, hago lo mismo pero en una feria en Palermo. Además de ser un ingreso económico, lo hago para no quedarme todo el día encerrado y despejar un poco la cabeza porque, aunque disminuyó su tamaño, el tumor todavía sigue ahí”.
Sergio, afirmó que nunca se sintió discriminado: “Nunca me sentí distinto por mi altura. En la escuela siempre era el último de la fila, y las profesoras me mandaban a sentarme al fondo del aula, pero a mí me parecía lógico. Si era el más alto, ¿por qué iba a estar adelante?”
Su vida de adulto tampoco parece ser diferente: “Trabajo nunca me faltó y cuando no tuve, me las rebusqué. A los 18 años, cuando llegué de Misiones a Buenos Aires, me iba al Obelisco con una camiseta de Argentina y ofrecía, aprovechando mi altura, sacar fotos a colaboración. Lo hice tres o cuatro meses hasta que conseguí un empleo formal como personal de Seguridad: primero en un estacionamiento en el barrio de Once y después en un boliche en Constitución”.
“El chiquito” ama los deportes, de hecho juega al fútbol. Por su altura quizás el básquet sea una opción tentadora sin embargo señaló que, “hubo un tiempo en que mis padres me llevaron a un club en Posadas. Jugué un par de meses, pero no me enganché”.
Ser alto tiene muchos beneficios, de hecho Sergio afirmó que, “tengo una perspectiva única: veo todo desde arriba sin tener que pararme en ninguna escalera. Cuando digo todo, eso aplica para las partes de arriba de las alacenas o los faroles de luz que, por lo general, juntan mucho polvo. Otra ventaja es que nunca me perdí en ningún recital. De hecho, mis amigos me usaban como punto de encuentro. “Si nos perdemos, nos encontramos en Sergio”, decían.
Las desventajas están ligadas con las prendas de vestir, “tengo problemas para conseguir zapatos, zapatillas y ropa porque necesito talles especiales. Hubo una época en que me traían todo eso desde el exterior y, si no, mandaba a hacer las prendas a una modista. Ahora, como mi pareja se da maña con la máquina de coser, hay mucha ropa que me la hace ella. En un momento, el colchón donde dormíamos me quedaba chico. Tenía que estar acurrucándome como un caracol para que no se me salieran los pies de la cama. Tiempo después, compramos una king size. ¿Y adiviná qué? Si me estiro, me quedan los dedos afuera. (Risas). Cuando viajaba en colectivo, no podía quedarme parado porque tocaba el techo. Lo mismo con el auto: si es muy chico, me tengo que acurrucar.
Sergio siempre está dispuesto a tomarse fotos en la calle, “yo siempre me sentí uno más. A los que se acercan a pedir fotos les digo: “Sí”, y se las saco humildemente. A veces, hasta se me acercan los policías. “¿Cuánto medís, flaco? ¿Te jode si nos sacamos una foto?”, me dicen.
Con respecto al amor, dice que su altura nunca fue un impedimento para encontrar pareja, “al ser tan alto, nunca pasé inadvertido. Tuve dos parejas antes de conocer a Blanca. Con ella, nos vimos por primera vez en septiembre de 2013 en una disco. Nos enamoramos y después nos casamos. Ella es madre de cinco hijas mujeres (de su pareja anterior), me lleva 13 años. Es mi gran compañera de vida, mi mano derecha, sin ella no hago nada”.