Dylan y Keyla Huenchuleo tienen 8 años y viven en el paraje Paso del Sapo en Chubut, desde que sus padres se separaron, los mellizos se quedaron viviendo con su papá Joaquín y dos hermanas mayores. Su vida siempre estuvo atravesada por las limitaciones del analfabetismo de su papá, que con esfuerzo logró abrir una peluquería y enviarlos al colegio.
“Yo no aprendí nada. No sé leer, no sé escribir ni sacar cuentas. ¿Sabés lo difícil que es tener que pedir ayuda para todo?”, declaró entre lágrimas Joaquín.
Hace cinco años que sus papás se separaron y los mellizos se quedaron viviendo con su papá y dos de sus hermanas mayores, Malena (13) y Araceli (16). Joaquín hace changas como albañil y con mucho esfuerzo se puso una peluquería para hombres que se llama “La peluquería de los Melli”.
“Yo trabajaba solo de albañil y un día se me ocurrió empezar a cortarle el pelo a otros. Y se me complicaba ir a domicilio porque siempre estoy con los chicos acá. Al ver que yo quería progresar, la gente del pueblo me ayudó mucho a abrir este local. Entonces ahora puedo, cocinando y estando con ellos”, dijo Joaquín en su entrevista con LA NACIÓN.
Lo que más le gusta a Dylan es jugar al fútbol, a la escondida y a la mancha con sus amigos. También pasar tiempo con sus perros o ir a regar las plantas de lechuga que sembró en el jardín. “Cuando sea grande quiero ser doctor porque así voy a aprender a ayudar a las personas a que vivan”, dice convencido.
Al ser mellizo, Dylan hace todo con su hermana: juega, se pelean, se divierten y aprenden. “A Keyla no le sale bien decir la erre y yo le digo palabras para que practique como ratón, rosa o trampolín”, cuenta Dylan con aire protector.
A pesar del esfuerzo que Joaquín le pone para educar y mantener a sus cuatro hijos, él es consciente de que le faltan herramientas para enfrentarse al mundo. “En la peluquería, le pido ayuda a mis hijas más grandes para que me bajen videos de cortes de pelo o para llevar las cuentas. Es un orgullo para un padre que un hijo le enseñe las cosas cuando uno le debería estar enseñando a ellos. Yo les enseño el respeto y a valorar las cosas que uno hace con mucho sacrificio”, agrega.
Joaquín creció en el campo y dejó la escuela en 3er grado. La buena para sus hijos es que tienen una escuela cerca y mejores oportunidades, pero cuando ya estaban en 3er grado Joaquín decidió mandarlos al apoyo escolar que brinda Cáritas en la parroquia del pueblo, en donde se implementa la Propuesta DALE para brindarles una mejor educación “Para mí como padre es un orgullo darles una buena educación. A mí me emociona ver el entusiasmo que Dylan y Keyla tienen para estudiar”, agrega Joaquín.
“No es fácil ser padre y madre a la vez. Uno va aprendiendo en el día a día. Ellos son el pilar de mi vida. No sé qué haría con ellos. Si yo tuviese un estudio podría tener un buen trabajo y no seguir viviendo de changas como yo ahora”, se lamentó el padre.
Estudiar apretados y sin luz
Dos veces por semana caminan a la parroquia que queda a unas diez cuadras, para que ellos puedan tener un futuro mejor. “No me enseñaban bien en la escuela. Acá me enseñan distinto. Hacemos una cantidad de cosas”, agrega Dylan. Siguiendo esa línea, Joaquín sostiene que no es lo mismo el tiempo que se toma la iglesia para explicarle las cosas al que le dedican en la escuela, ya que son muchos niños y entiende que se les debe complicar a los maestros. Por lo que los chicos se quedan con dudas.
Las clases se dictan en la casa del cura párroco por falta de un salón, cuando se corta la luz, las hermanas Misioneras de San Juan Bautista prenden el horno para soportar el frío. En ese lugar, Sandra Diez le enseña a los niños de la zona, la referente de Cáritas es docente jubilada y el año pasado hizo una capacitación en la metodología Dale para ayudar a los chicos a alfabetizarse.
Una vez que terminan de estudiar, los chicos disfrutan de una merienda antes de volver a su casa. Actualmente son 18 niños los que asisten y tienen una lista de espera. “No tenemos un espacio ideal para funcionar como aula. Además, contamos con un solo pizarrón, una tiza y nada más”, explica Diez.
La docente comentó que los mellizos fueron a Esquel porque Dylan usa anteojos y Keila va a la fonoaudióloga “Cuando volvieron me dijeron que habían podido leer un montón de carteles. Y eso quiere decir que algo bien estoy haciendo. Ahora pueden leer lo que dice la tele y las películas. Y eso hace que el efecto positivo también repercuta en toda la familia”, dice Diez muy emocionada.
Otra de las integrantes de la Hermanas Misioneras es Ruth Martínez Ramírez y una de las que empezó el apoyo escolar en Paso del Sapo, en donde estuvo ocho años de superiora. “Lo primero que identifiqué fue la falta de trabajo en la zona y cuando iban pasando los años veía cómo los niños iban atrasados en la escuela”, dice esta mujer de origen mexicano y con mucha experiencia en educación.
“Hay muchos papás que ni secundario han tenido porque son personas humildes, que trabajan y cuidan a sus hijos pero tienen pocos estudios. ¿Cómo les van a enseñar a sus hijos si ellos mismos no saben leer ni escribir?”, agrega Martínez Ramírez que hoy trabaja en la comunidad cercana de Dolavon.
“Joaquín siempre me causó buena impresión porque trae a sus hijos bien vestidos y limpios. La historia es bien triste porque él se quedó solo con sus hijos y trabajó mucho para que ellos estuvieran bien. Por eso vale la pena acompañarlos. Vemos que nuestro trabajo está dando frutos”, agregó la religiosa.
Paso del Sapo, el hogar de la familia
Es un pueblo pequeño, que tiene alrededor de 600 personas y pocas familias. Lo que más les cuesta es poder conseguir un trabajo fijo, y la mayoría trabaja como albañiles, en el campo o en la comuna.
Cuando no está estudiando, Dylan disfruta ir a la plaza o a visitar a su mamá. En un futuro, se imagina viviendo en Buenos Aires o en Cushamen. “Si pudiera pedir tres deseos sería tener dinero, una casa que nunca se destruye y plantitas. Me gustaría tener una huerta”, dice sonriente.
La dificultad de poder seguir estudios terciarios o universitarios para los chicos de las zonas rurales son las enormes distancias. Como no existen ofertas educativas cercanas, la única opción es tener que mudarse a otra ciudad, que por lo general sus familias no cuentan con los medios económicos para poder apoyarlos.
“El sueño sería que ellos lleguen bien lejos. Son muy pocos los chicos que terminan la secundaria acá y siguen sus estudios. Ahí vemos la posibilidad de que puedan ser becados, o si los padres de los chicos tienen la posibilidad de mandarlos con algún familiar o conocido. Los chicos no conocen mucho más allá de Paso del Sapo”, agrega Diez.
Joaquín quiere apoyar a Dylan a ser doctor o a Malena a ser profesora de educación física, les ha enseñado que siempre hay que soñar en grande. En este momento a sus hijos les faltan mochilas y cuadernos para la escuela. “Se me caen las lágrimas de emoción porque es una responsabilidad muy grande ser padre y la vida a veces es muy dura. Es un orgullo inmenso verlos crecer”, concluye.
Como ayudar a Dylan y Keila
Las personas que quieran ayudar que los niños sigan estudiando pueden:
-Comunicarse con Sandra Diez de Cáritas de Paso del Sapo al +54 9 2945 46-9033.
-Donar directamente en el siguiente link.