Laura González (59) sonríe con una felicidad que no puede ocultar. Sonríe mientras repite el orgullo que siente por sus seis hijos, a los que educó sola y a puro esfuerzo. Hoy comienza a cosechar los logros.
A la inmensa alegría que para ella significa verlos repletos de valores morales le suma, ahora, un ingrediente que la llena de satisfacción: días atrás se recibió de profesora de Lengua y Literatura en el Instituto de Educación Superior Tomás Godoy donde también, en el mismo acto de colación, recibieron su diploma sus hijos Diego (31) y Aldana (26), profesores de Biología y Matemática, respectivamente.
Sin embargo, no fue ésta la primera hazaña de Laura a la hora de inculcarles a sus chicos el estudio, única manera de progresar y salir adelante, según sostiene, convencida.
Es que hace unos años, se anotó en un plan de la UTN para finalizar la secundaria. Fue justo cuando Valentina, la menor, había abandonado ese ciclo y ver a su madre con esa inquietud resultó inspirador para ella. Finalmente se inscribieron y ¡egresaron! juntas.
El tiempo siguió su curso. Laura ya tenía en su haber su diploma del secundario y se ganaba la vida como empleada doméstica. Decidió ir por más e intentar convertirse en profesora de Lengua y Literatura en el Instituto Godoy Cruz, con sede en Mitre y Montevideo de Ciudad.
La carrera le llevó 10 largos años porque en el camino hubo obstáculos y muchos hijos a los que mantener, siempre sola. Pero lo logró. Y el mismo día, en el mismo acto, tuvo el privilegio de recibir el diploma junto a Diego y Aldana.
Su historia “académica” comenzó cuando su marido se fue y debió salir a trabajar. Fue precisamente la motivación más grande a la hora de pensar en las posibilidades que brinda el estudio. Por entonces, las mellizas Ana Luz y Anabel, tenían 15 años; Diego, 10; Aldana, 5; Sofía, 4 y Valentina, 2. “Con Valentina me di cuenta de lo importante que es actuar con el ejemplo. Le expliqué que no podía obligarla a estudiar y ella sola decidió inscribirse conmigo. Yo pensaba: ´Si me vé se va a entusiasmar’ y así fue, vio los papeles sobre la mesa y sucedió”, repasa.
Laura soñaba con mejorar su status intelectual. Y mientras maduraba la idea de iniciar el profesorado, como si fuera poco colaboraba en un merendero. “Alguien me dijo que era buena para motivar a otros y me di cuenta de que era cierto. Al menos muchas mamás del merendero siguieron el ejemplo”, evoca, mientras cuenta que también en una etapa se volcó a las terapias holísticas. “Sabía que la única fuerza dentro mío es era la guía de Dios y de la Virgen”, rememora, siempre creyente.
Lo cierto es que Laura, Diego y Aldana comenzaron sus respectivas carreras. Algunos pudieron cumplirla con mayor celeridad mientras que otros fueron más lento. Luego llegó la pandemia. Finalmente, con una sonrisa de oreja a oreja -los tres- obtuvieron el diploma en un emotivo acto académico desarrollado a principios de mes.
Hoy, Laura recuerda cuando Diego iba y venía con varias carreras que iba abandonando. Fue así que puso “mano dura” y lo conminó a estudiar Biología dada su inclinación especial por las plantas y los animales.
“Había que actuar distinto, es mi único varón”, señala, entre risas, mientras reflexiona: “Hice lo mejor que pude con todos y estoy orgullosa de mis 6 hijos, de los cuales 5 son docentes y la restante se recibe el año próximo también de maestra”.
Diego quiso expresar el orgullo que siente por su madre, a quien define como una “gallina rodeada siempre de sus pollitos”. Asegura: “desde hace 21 años mi madre es soltera y se hizo cargo de todos nosotros. Trabajó limpiando casas y vendiendo lo que podía. Hace algunos años pudo instalar un negocio de artículos de limpieza mientras se hacía tiempo para su carrera espiritual y jamás dejó de estudiar. Es pura fuerza de la naturaleza. El año próximo se volcará de lleno a buscar horas para comenzar una nueva vida frente al aula”. Y agrega: “Mi vieja es un poco el modelo de estudiante de los institutos de educación superior: adulta y trabajadora que no pudo continuar sus estudios por las vicisitudes de la vida. En el Instituto Godoy Cruz pudo ejercer su derecho y llegó a su objetivo”.
También evoca el inicio de este camino, cuando hace una década la mujer decidió inscribirse en el también llamado “Normal”. “Lo hicimos junto a dos de mis hermanas. Creo que todos, por distintos motivos, nos merecíamos esa alegría”.