Es imposible recortar a Mendoza de un panorama nacional estremecedor, y sombrío, que avanza y deshumaniza todo a su paso (me recuerda a Serrat, si no fueran tan temibles, nos darían risa). Es más, es imposible recortar a Mendoza de allí, porque ella es precisamente una de sus cabezas.
Las cosas que pasan, a Mendoza les resbala, pero porque Mendoza es una de las cosas que pasan. Su estatuto elegante, la idea sacralizada que se hace de sí misma, su señoreo, su fantasía de palco y plato gourmet, le recrea imaginariamente una distinción equivocada, que le enaltece lo falso y anticuado.
El futuro de Mendoza está con las demás provincias, porque cuando la han “pensado” sola (como sucedió con el Mendoza Exit) resultó como mínimo, horroroso, para colmo, el nuevo sujeto social que fuimos creando desde las redes, sumado a la postverdad que practicamos (capaz de límites Black Mirror), generó peligrosas adhesiones.
Las preguntas y respuestas que damos tienen que provenir de lo que nos interpela, y Mendoza también siempre tuvo un sótano, una cámara secreta. Hay que bajar hasta allí y abrir esos espacios para otra comunicación, defender las universidades públicas que es de lo poco que nos va quedando, y quitar la nariz de la postal y la fachada para poner el corazón y los ojos en todos/as los mendocinos.
Esa es la llave maestra. Parece la piedra filosofal de Harry Potter, pero es más sencillo. En la escuela nos jugamos el futuro (si el slogan provincial es que la Educación es prioridad, entonces no tengamos a los docentes en el lote de los peores pagos del país), para que los estudiantes descrean del cuento y tomen las riendas de su mundo, para que en la secundaria aprendan con novelas tan buenas como las de Dolores Reyes, para que revisiten la historia Argentina, y que la Feria del Libro se agrande, y que en la Universidad Nacional de Cuyo, los estudiantes defiendan con uñas y dientes lo que tanto ha costado tener, en las calles, en los parques, en las tomas. Que aprendamos a decir no, para abrir nuevos espacios, nuevas lecturas, nuevas músicas, nuevos textos, todas nuestras diversidades. Allí se juega el futuro: la ciudad como maqueta y señora de un sector siempre minoritario, o los estudiantes, los artistas, los trabajadores, los jubilados, siendo juez y parte del territorio donde viven y sobreviven.
*El autor es sociólogo