Encontrar un lugar puede ser un regalo de la suerte, un premio a la obcecada búsqueda, un hallazgo. Encontrarlo y mantenerlo, ya es una cuestión más compleja: se requiere no sólo una voluntad —la fuerza de alguien que busque ese objetivo—, sino una suma de voluntades, de esfuerzo, de trabajo conjunto.
Entre los muchos tópicos de esta Fiesta de la Vendimia que los mendocinos han cincelado, el premio al esfuerzo aparece siempre, incluso salpicado por las manchas de la fatalidad. Y es que el centro simbólico de esta celebración, desde cuyo nombre celebra la cosecha, no puede esquivar ese esfuerzo: el de la siembra, el riego, el cuidado, el temor de un granizo destructor, la cosecha, la bodega, el vino. El vino justamente es, con toda su simbología, el final de un camino destinado a regar, a su vez las bocas de quienes lo degusten.
Nuestra Fiesta Nacional de la Vendimia (o eso entiende el firmante) está sujeta, como cualquier otra manifestación cultural, a los vaivenes de las crisis, de las modas, de las decisiones gubernamentales, del talento y trabajo de los artistas. De mil y una cosas que a su favor o en su contra, en una situación análoga a la del viñatero o el bodeguero.
Una fiesta como esta sigue siendo tal sólo porque ya trazó su camino, ya estableció su tradición. Las personas que la hacen posible cada año se encuentran, así, ante la materia intangible de la Vendimia y deben abocarse a hacerla otra vez, a sabiendas de que en esa labor hay un equilibrio frágil, que es el que permite que esa tradición se mantenga y, a la vez, haya aspectos que la renueven.
No hablamos, en este sentido, de uno de sus aspectos que parecen simplemente ornamentales y que, guste más o menos, le dan su identidad, como es la elección de una reina (término que a algunos les repugna como si en ese mote figurativo se jugara la esencia de su republicanismo). Esas cuestiones tradicionales se mantienen desde hace tanto porque tienen mucho más valor del que le sabe hallar cierto progresismo reaccionario (permítase el oxímoron), que supone que en las mujeres que llegan a postularse como soberanas no hay nada más que un afán de ser consideradas bellas. Como si la figura de la reina no entrañara, para esta fiesta, un peso mayor, también simbólico. Será porque, piensan sus impugnadores que una mujer, reina de la Vendimia, aun mostrándose en todo su esplendor más superficial, sólo podría para ofrecer desde su papel esa estética, asumiendo que cuando una persona es bella no tiene otras capacidades. Nótese el tamaño de esa discriminación.
Pero, decíamos, no nos referimos puntualmente a la cuestión real, aunque los tiempos recientes nos obliguen a mencionarla. Hablamos del camino que año a año deben recorrer los hacedores de la Fiesta de la Vendimia para que su celebración cumpla con los objetivos que hoy tiene: ser un homenaje al trabajo de una de nuestras industrias madres (la vitivinicultura); ser una ratificación de rasgos culturales que se suman al de una cultura mayor con una historia de esplendor. Una fiesta que cumpla, también, ser un atractivo turístico. Una fiesta que, además, sea estéticamente notable, que dé trabajo a los artistas que aquí viven, y que, además, resulte mejor cada año.
Ese camino, entendemos al hacer este suplemento, también debe ser valorado, más allá de la parte subjetiva que luego nos permitirá evaluar sus resultados.
El camino que hacen todos los que trabajan año a año porque una fiesta de la Vendimia sea posible es comparable al del vendimiador, y eso es lo más apasionante de todo. Tiene que haber esfuerzo y sapiencia para hacer una Fiesta de la Vendimia, porque si no el fracaso está cerca.
Abelardo Vázquez, ese hacedor fundamental para la historia vendimial, trazó unos versos para el libreto de la fiesta que dirigió hace 60 años en el debut de la celebración en el Frank Romero Day y que suenan apropiados. Dicen: ”Nunca plantes la viña / junto al camino, / porque todo el que pasa / corta un racimo”. La fiesta, como la cosecha, siempre está expuesta a que algo la despoje de su esencia. Hacen falta voluntades para que la Vendimia siga siendo tal, encuentre su lugar perfecto para acabar siendo como un racimo de uvas en las que la pulpa desborda de su hollejo.
La Fiesta de la Vendimia debe año a año comenzar su tarea para cuidar de sí misma, no dejarse arrebatar por la desidia o el desmanejo. La Fiesta de la Vendimia debe mostrar siempre que ha encontrado su lugar, y que ese lugar se llama Mendoza.