Creo que un rol esencial de las artes plásticas es que nos permite reconectarnos con nuestra capacidad contemplativa y sensitiva: reencontrarnos con el hecho de que no somos meras máquinas de producción y consumo. En este sentido, es esencial que el arte nos siga interpelando en nuestra captación estética, nuestra expresión interior y en la conexión con el otro a través de un lenguaje no verbal, sensible e intuitivo. El arte no es un “producto”, es un portal a aquello que nos hace humanos.
El trabajo del artista visual es una manera de comunicar, pero esta comunicación no necesariamente es verbal ni secuencial, es decir que no se desarrolla en un lapso de tiempo con principio y fin: no hay un tiempo definido para contemplar una obra. Podés contemplarla a lo largo de toda tu vida y siempre será “diferente”, porque se transforma con el espectador. En épocas de vertiginosa euforia digital, en que la atención parece ser cada vez más breve y todo se transforma en un bien de consumo “desechable”, una pintura, una ilustración, etc., son una anomalía en el ritmo. De esta manera se transforman en un antídoto ante la deshumanización mecanicista que plantea el “consumo” vacuo de divertimento e información descartable.
Creo que el trabajo del artista se completa en el espectador, el acto creativo es una creación conjunta entre ambos. Es muy deseable que en este contexto y en lo que se avecina, este hecho creativo sea una pulsión vital que sirva como un “mensaje en una botella” ante la creciente alienación mediática y consumista. Una sociedad que se mantiene sensible no pierde la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de ser solidaria y sostenerse en conjunto. Un arte que no busque sólo el mero éxito comercial o la viralización en redes es como un faro hacia nuestro interior sensible, a esa vida que comprende sin palabras y no ve al otro como un bien utilizable.
En Mendoza se genera un oasis de creatividad que siempre ha luchado contra un entorno hostil. El desierto no solo es geográfico, también es interno y de concepción social. No es casual que en ese contexto surjan constantemente, como brotes en medio de los quiebres del asfalto, manifestaciones de arte que nos recuerdan que incluso en el desierto puede encontrarse el florecer de la vida. El desborde de la fragmentación perceptual que genera la tecnología y las pantallas tiene un potencial maravilloso sin precedentes, pero también una contracara de un individualismo violento y patológico. Se habla mucho de “viralizar”. El arte es un poderoso antídoto contra el virus.
(*) Andrés Caciani es artista plástico, profesor de Grado y Licenciado en Artes Visuales.