Lejos de actuar con indiferencia frente a situaciones de marginación, pobreza y desigualdad, un grupo de jóvenes mendocinos, solidarios y comprometidos, dedica buena parte de su tiempo a tender una mano a los más necesitados.
Se trata de 11 jóvenes de entre 18 y 25 años que integran el grupo denominado Los Amigos de la Calle, que todos los miércoles distribuyen un plato de comida -y un rato de oído y compañía-- a los “sin techo” del Gran Mendoza, que en su mayoría se encuentran en la ciudad capital y también en algunos sectores de Guaymallén.
Franco Cattáneo, Franco Venier y Jesús Rey forjaron una gran amistad durante los años que llevan involucrados en este proyecto que –coinciden- los hizo crecer como personas y les brindó muchísimo más de lo que ellos dan.
Con un corazón gigante y un profundo amor al prójimo, los jóvenes confiesan que esta misión, luego de tantos años, a esta altura representa una forma de vida.
“No es solamente entregar comida, sino mucho más. La gente de la calle necesita contención, atención, oído. La comida es importante, pero es solo una parte”, deduce Cattáneo, que es empleado de un negocio familiar y se inició en este grupo al igual que sus amigos, impulsado por el Movimiento de Schonestatt. A través de su primo, Jesús, empezó a frecuentar el movimiento y quedó conmovido desde un primer momento.
Como católico, asegura que las historias de las personas que habitan las calles atesoran historias “increíbles” y que a veces hay que hacerse de un rato y detenerse a escucharlos.
“Hoy la pandemia nos limita bastante, pero en años normales nos reuníamos a compartir risas, charlas y una oración, porque la cuestión espiritual también nos resulta importante”, sostiene.
Franco Venier recuerda que hace 9 años que integra esta iniciativa y que la olla popular que tradicionalmente se instaló en la Plaza San Martín oficiaba como vínculo. Allí, alrededor de esa olla donde cocinaban lo que habían logrado reunir en la semana, generó lazos afectivos inimaginables, destaca Franco. “Me asignaron estar a cargo del grupo, una gran responsabilidad”, evoca y agrega que las restricciones por la pandemia modificaron la manera de llegar a la gente. Es que mientras que hasta 2019 la Plaza San Martín era el epicentro, hoy se sale en burbujas a recorrer las calles y así pueden entregar las viandas prolijamente elaboradas.
En Los Amigos de la Calle cada uno tiene su rol: algunos recolectan las donaciones; otros manejan las redes sociales y un tercer grupo recorre las calles. Yaseguran que no hay excusas: con calor agobiante o frío que cala los huesos. “La idea es no contagiarnos y cumplir el protocolo, por eso salimos separados”, agrega “Fran” Cattáneo, que extraña “horrores” el contacto presencial y las inolvidables vivencias de reunirse todos.
El “plus” de la amistad
Los tres jóvenes “Fran”, Franco y Jesús fueron construyendo una amistad inquebrantable sustentada por algo que los hermana desde un principio: el amor al prójimo. A los muchachos y al resto del grupo los une la confianza, la complicidad y, sobre todo, el profundo deseo de construir un mundo más justo.
“Claro que compartimos otras cosas, asados, juntadas y sobre todo charlas eternas, profundas, y otras muy divertidas que ahora, por la pandemia, se reducen a los grupos de whatsapp. Eso sí, estamos en contacto todo el día”, cuenta “Fran”.
Jesús vuelve a la carga: “Como siempre digo –expresa—ellos son mis hermanos del movimiento”. Hace dos años “Fran” recibió una gran alegría. Franco Venier era director del grupo y lo eligió para formar parte de su equipo. “Eso reforzó nuestro lazo y hoy somos amigos entrañables. Los tres por igual”, define con orgullo.