Las naciones impulsan y negocian hace años, a través de los organismos internacionales, una reducción de hasta el 60% de las emisiones a fin de no superar los 1,5° C de aumento de temperatura media global (respecto de 1850). Límite estimado para no producir cambios impredecibles en el clima mundial como pueden ser la severidad de eventos climáticos extremos: sequías/inundaciones, incendios, reducción de los glaciares y pérdida de biodiversidad. Esta meta global es muy difícil de lograr debido a la fuerte dependencia del uso de combustibles fósiles, y requiere de un fuerte cambio de hábitos de consumo, en especial de los países más desarrollados y una adecuación tecnológica profunda en el resto de los países menos desarrollados.
Pero también es difícil consensuar esta reducción por objetivos a veces opuestos entre las naciones y de grandes grupos económicos internacionales.
La guerra ruso-ucraniana, como todos los conflictos, desnuda ante todo la catástrofe humanitaria con su saldo de muertes, destrucción de la familia, abandono y maltrato de personas, migraciones masivas, destrucción de viviendas y de infraestructura; en fin, pérdida de la paz y estabilidad social. A esto se suma también las emisiones a la atmósfera propiamente de la guerra. Emisiones directas producidas por el uso artillería, uso de combustibles en los vehículos militares (aviones, barcos, tanques, drones explosivos), artillería y daños provocados por éstos: incendios de ciudades y bosques, destrucción de edificios y centrales eléctricas. Pero hay otras emisiones indirectas como el consumo adicional de energía y materiales para la producción de armamento y envío del mismo desde su lugar de producción al frente de combate, los movimientos migratorios, la reconstrucción de infraestructura, entre otros.
En los primeros 12 meses de guerra se estima en más de 62 Mt (millones de toneladas) de CO2 (dióxido de carbono) por emisiones directas e indirectas. Para comparar este dato, Argentina emitió 186 Mt CO2 y Ucrania 201 Mt CO2 en 2021 (en tiempos de paz) por quema de combustibles fósiles (transporte, producción de energía eléctrica, uso de gas residencial e industrial). En tiempos de paz se estiman que las emisiones del sector militar no superan el 6% del total, mientras que en Ucrania ya han superado el 35% de las emisiones totales habituales. En la guerra del Golfo, en el año 1991 se emitieron 480 Mt CO2 nada más por la quema de los pozos petroleros, y así todas las guerras y conflictos significan un gran deterioro social y ambiental.
Otro impacto indirecto importante aún no evaluado completamente es el cambio del tipo de combustible usado, no solo en las ciudades afectadas, sino a nivel mundial. Por ejemplo, gran parte de Europa se alimentaba del gas natural proveniente de Rusia, pero ahora debió cambiar una parte de este consumo por otros combustibles como el gas-oil, fuel-oil y el carbón que son más dañinos al ambiente y la salud poblacional. En definitiva, se ha abandonado por necesidad el uso de energías limpias para reemplazar el gas natural faltante. También, Ucrania como productor de alimentos enviaba sus productos a muchos países del mundo, en especial a África y Asia. Estos países por efecto de la guerra han debido buscar otros proveedores a mayor costo, distancia, y en definitiva aumentando las emisiones por el transporte adicional. Vemos en estos casos que las necesidades y objetivos geopolíticos actuales han primado sobre los objetivos ambientales, mostrando una vez más la dificultad de llegar a acuerdos y estrategias globales para la reducción de las emisiones a la atmósfera.
En este contexto y aún con mucha incertidumbre en las estimaciones, el impacto directo e indirecto de la guerra en las emisiones a la atmósfera están produciendo un retardo notable en alcanzar las metas internacionales deseadas, responsabilizando a los países desarrollados involucrados directa o indirectamente en la guerra de empeorar la crisis climática.
Una discusión importante en los organismos ambientales internacionales, entre países desarrollados y en vías de desarrollo, se centra justamente en la pregunta sobre la responsabilidad de las emisiones, y el nivel de reducción a alcanzar por cada parte, a fin de obtener un balance nulo de emisiones. Pero con un desarrollo económico justo que asegure a todos los países a obtener una paz social y una vida con educación, salud y bienestar general.
La reciente pandemia del Covid mostró que una reducción de la actividad económica debido a las restricciones de movilidad produjo en Argentina una reducción de las emisiones de 12 Mt CO2 en el año 2020. Pero también produjo una retracción del 29% del Producto Bruto Nacional (o unos 200.000 millones de USD), con gran detrimento en la salud, educación, transporte y distribución del trabajo. Esto nos da una idea del costo o inversiones necesarias para una reducción neta de las emisiones de CO2.
Sin embargo, si en un ambiente de paz internacional, este intercambio tecnológico ya es difícil, en un contexto de guerra, las decisiones y gastos militares priman sobre las inversiones tecnológicas o ayudas a países necesitados en alcanzar un balance neto cero de emisiones.
Las implicancias geopolíticas de la guerra erosionan, entonces, los esfuerzos para alcanzar las metas de globales de reducción de emisiones, quedando en las manos de cada nación generar sus propias estrategias y herramientas para obtener un desarrollo tecnológico propio acorde con los objetivos productivos sociales y ambientales.
Sólo una economía justa, respetuosa del desarrollo de las familias y las naciones permitirá obtener un mundo armónico, en paz y ambientalmente sustentable.
*El autor es investigador Conicet. Profesor UTN - Facultad Regional Mendoza
Producción y edición: Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar