La mejor recompensa que recibió Lucía Parra, la chica que vive en situación de pobreza estructural y sueña con ser escritora -cuya historia se reflejó en Los Andes el mes pasado- fue haber sentido que la sociedad no se comportó indiferente.
Porque desde aquel 2 de agosto, cuando mostró el contexto donde vive y confesó su deseo de progresar, de convertirse en una escritora reconocida, la cadena de solidaridad resultó incesante y trascendió límites inimaginados.
Casi de inmediato, su realidad empezó a cambiar. Al menos en cuanto a la igualdad con otros estudiantes para contar con herramientas tecnológicas y cumplir con sus clases virtuales en este contexto de pandemia.
Con su moderno teléfono y su tableta, Lucía ya está conectada con la Escuela Champagnat. Además, posee una flamante netbook que la remonta a palacios europeos y a historias de amor con final feliz, entre príncipes y plebeyas. Porque desde que tiene su propia computadora, se refugia más que nunca en sus cuentos maravillosos.
Pero eso no es todo. El Fondo de Becas para Estudiantes (FONBEC), ya hizo efectiva la ayuda económica mensual y el acompañamiento en su proceso de estudios mediante el madrinazgo de una organización de Buenos Aires, llamada “Send a child to school” (“Envía un niño a la escuela”).
Parece que van quedando atrás los tiempos en que Lucía debió abandonar sus estudios y dedicarse a cuidar coches en inmediaciones de la iglesia Nuestra Señora de Lourdes. Por entonces vivía lejos del colegio y ni siquiera tenía para el colectivo.
Colecciones de libros para su biblioteca personal y también para su escuela; un escritorio; dispositivos móviles para chicos de Campo El Molino que no accedían a la educación virtual; ropa y mercadería, entre otra ayuda, llegaron a sus manos.
El asombro de Lucía frente a tanta respuesta dio lugar, más tarde, a una abrumadora sensación de felicidad.
Claro, es que ha recibido un empujón que le llegó cuando menos lo esperaba. Pero ese aluvión fue insignificante comparado con la satisfacción de sentir que su historia había calado profundo en el corazón de miles de mendocinos. En realidad, de muchos argentinos, ya que luego de la publicación de este diario, varios medios del país dieron a conocer su situación. Y así se encontró, de pronto, exhibiendo, ya sin vergüenza, el cajón de manzanas amurado a la pared de ladrillos donde apila sus libros; el techo de chapa que pide a gritos ser reparado y el sillón desvencijado donde suele estudiar junto a su hermana.
Es que, quizá hoy, Lucía sea consciente de que su casa de piso de tierra, pero con biblioteca; sin agua ni gas, pero con papeles y lapiceras, terminaron siendo un boomerang para que el destino se torciera a su favor.
El sueño de Dante, su último cuento
Se ríe, nerviosa, mientras lee algunos tramos de su último cuento en primera persona, “El amor de Dante”, que transcurre en Inglaterra y en el que triunfa el sentimiento genuino entre un príncipe y una joven plebeya. “Escuché una voz hermosa, distinta, una voz que me hizo soñar. Cuando desperté era el príncipe Dante frente a mí”, lee, con la mirada clavada en la pantalla. En realidad, Lucía no sabe si el futuro será entre príncipes y palacios. Pero ella se arriesga a seguir soñando. Cómo no soñar si, de hecho, mucho de lo que siempre anheló ya se le está haciendo realidad.