Un año atrás, cuando el presente de la pandemia de Covid-19 era más oscuro incluso que el de ahora, el papa Francisco eligió en el mensaje de su bendición “urbi et orbi”, subrayar a sus fieles católicos otra cosa. Para el líder de la Iglesia, aun en medio de esa realidad compleja, “el escándalo de hoy” era el espectáculo de los “conflictos armados” y de cómo “los arsenales militares se refuerzan”. Más allá de la valoración geopolítica de cada contienda bélica, y con una guerra más en curso (más visible o “visibilizada”), cierto es que el mensaje de este año casi podría no variar.
Pero, se quiera o no, para los católicos de este arrabal del mundo llamado Mendoza, hay por ahora asuntos más acuciantes que una guerra de potencias en el ajedrez mundial. Preocupaciones más básicas, como la cantidad de pobres que se suman a diario a las estadísticas, la precariedad económica, las distintas grietas sociales abiertas en una Argentina que se polariza en extremos, en sí mismos, difusos.
A esa realidad urgente les toca, a los líderes católicos regionales, dirigirse año a año, cuando festividades como las Pascuas resultan una excusa para ello. Y deben hacerlo en un momento en que la propia fe religiosa que los anima está en crisis aunque, incluso en repliegue, sigue siendo el culto mayoritario, por un lado, y el culturalmente fundacional para el pueblo argentino, por el otro.
El arzobispo de Mendoza, Marcelo Colombo, sabe de esa realidad y la reconoce. En una pausa de su actividad ajetreada de estas festividades (tal vez, los momentos más activos del año), el prelado hizo una pausa para responder las preguntas de Los Andes. En ellas, cuidó mantener la serenidad y la parte más tradicional del mensaje religioso, pero también dejó espacio para pedir compromiso, acción, a los fieles. También reconoció que la fe hoy se encuentra “desafiada” y subrayó que hay familias mendocinas que están sufriendo “necesidades imperiosas”.
–¿Cuál sería el mensaje principal de estas Pascuas para los católicos de Mendoza?
–En Pascua, los cristianos tenemos la alegría de celebrar la Resurrección de Cristo. Nuestra fe nos invita a alegrarnos con esta victoria de Cristo que nos regala su vida en plenitud. En Pascua, Dios nos fortalece en los que tenemos fe en su Hijo Jesucristo, la certeza de una vida plena más allá de nuestra propia fragilidad y de nuestros errores. Hay vida más allá de la muerte. Y Cristo lo hace presente con su triunfo pascual.
–¿En qué sentido debe ser tomado el simbolismo de la resurrección para afrontar la dura realidad que viven hoy en día los argentinos?
–Lejos de ser un mensaje de resignación y aceptación sumisa de todo lo que nos hace mal y nos daña, la Resurrección nos compromete a poner nuestras energías al servicio de la vida. Si la realidad es dura, para un cristiano existe la convicción de que no podemos hacernos los distraídos, sino afrontarla en toda su magnitud, cada uno desde nuestro propio lugar de creyentes. Dios, su vida, su proyecto para los hombres, es más fuerte que nuestras incapacidades. Por eso, si nos ponemos la patria al hombro, como muchas veces nos ha dicho el entonces Cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, con la fuerza de la fe, creemos que podemos hacer mejor las cosas. Cuando digo con la fuerza de la fe, no me quedo en una perspectiva espiritual, sino que esa fe se traslade a nuestras acciones, a nuestras decisiones personales y como miembros de distintas formas asociativas, institucionales y partidarias.
–En el mensaje de Pascuas del año pasado, el papa Francisco puso especial énfasis en las guerras. Este año, teniendo en cuenta los conflictos vigentes y el último y más visible, entre Ucrania y Rusia, ¿qué reflexión haría por su parte desde la fe católica?
–En este momento hay numerosos conflictos bélicos en el mundo, algunos iniciados hace mucho tiempo. Sin embargo, apenas atenuada la crisis desatada mundialmente por el Covid, esta guerra inesperada para quienes no conocíamos tanto las razones que la desataron, ha sido un golpe muy fuerte. La humanidad ha crecido en su sensibilidad en relación con los derechos de las personas y de los pueblos, y toda invasión militar o acciones bélicas de cualquier índole, no pueden ser aceptadas de modo alguno. No es posible para nosotros como cristianos, justificar en modo alguno la guerra ni tolerarla como respuesta a un conflicto. Las escenas de ciudades destruidas, de personas ejecutadas, de niños y mujeres emigrados a la fuerza, son postales de guerra inaceptables para la humanidad y para la fe.
–Usted es porteño, pero ha tenido cargos episcopales en distintos lugares de la Argentina, como Salta y La Rioja. ¿Qué encuentra de particular en la comunidad mendocina?
–Es difícil caracterizar en pocas palabras una rica personalidad espiritual como es la del mendocino. Creo fundamentalmente que hay una gran sensibilidad espiritual en el pueblo mendocino, una dimensión mística contemplativa, probablemente vinculada al temple montañés del que tanto se habla, y también una gran capacidad para trabajar solidariamente junto a otros, en momentos difíciles o de extrema necesidad.
–Este año se cumplen cuatro desde que fue designado arzobispo. ¿Qué balance hace de estos años?
–Son años muy intensos para todos los creyentes; ciertamente la responsabilidad para el obispo o el sacerdote es mayor en cuanto su lugar de servicio; si tuviera que referirme a un balance, diría que es un período de tiempo donde la fe se ve desafiada a testimoniar el carácter sagrado de la vida, la importancia de Dios en la vida de las personas, el lugar de servicio y de aporte a la sociedad que tiene la Iglesia frente a quienes quieren invisibilizarla o cuestionarla; son años donde se hace imperiosa la unidad de los cristianos, no sólo los católicos, para ser signos creíbles del amor de Cristo,
–Dos casos relacionados con la Iglesia en Mendoza, y que golpearon fuertemente a la opinión pública, fueron los de los abusos en el Instituto Próvolo y los del Cristo Orante. Tras tan impactantes casos, ¿hay acciones hoy en la Iglesia mendocina en pos de evitar que hechos de ese tipo vuelvan a suceder? ¿Cuáles son?
–Es muy importante perseverar en la implementación de herramientas que fortalezcan una actuación preventiva de los abusos, lo cual nos requiere a todos nosotros, fortalecer nuestra formación permanente como sacerdotes, catequistas y fieles en general, para cuidar al máximo la vida y la integridad de todos los que se acercan a nuestras instituciones y servicios. A tal fin, por ejemplo, se están dictando cursos de prevención de abusos a lo largo de toda la arquidiócesis para catequistas y educadores. También se implementan distintos protocolos para asegurar directivas claras a sacerdotes, educadores, catequistas y colaboradores eclesiales, con criterios específicos que impidan que se verifique cualquier tipo de abusos.
–Algunos estudios estadísticos hablan de una caída en el número de fieles católicos en la Argentina. ¿Cuál considera usted que es la razón de esto y cómo trabaja la Iglesia, por ejemplo desde Mendoza, para evitarlo?
–Las estadísticas se refieren en general a la caída de una participación en todas las confesiones religiosas. El cristianismo, en la perspectiva de la Iglesia católica, no requiere de proselitismo y políticas de márketing en vistas a incorporar nuevos fieles. El mundo necesita de testigos creíbles y una fe que se irradie convencida, serena y alegre. De eso se trata, de vivir la propia fe con entusiasmo y la decisión de testimoniarla como comunidad eclesial con amor, a través de los distintos gestos de solidaridad y cercanía fraterna. Los numerosos voluntarios de nuestras pastorales de solidaridad, por ejemplo en Cáritas o Pastoral de la Calle, nos hablan de eso. Son portadores de un cristianismo creíble, renuente a “caretear” con su fe, decidido a compartirla activamente y a celebrarla en comunidades vivas sin mandarse la parte ni quedarse solamente en las dimensiones doctrinales o rituales de la fe. La fe creída, proclamada y celebrada, requiere ser vivida y expresada con amor, con vidas creíbles, honestas, apasionadas por el bien, la belleza, la verdad. A eso se refiere el Papa cuando le dice a los jóvenes que no “balconeen” (mirar desde el balcón) su fe, sino que se comprometan a fondo desde ella, con los hombres, especialmente los más pobres, que son sus hermanos.
La Catedral de Mendoza, por ahora, lejos de concretarse
–En 2014 se anunció el inicio de la construcción de la Catedral de Mendoza, en Ciudad. ¿En qué estado está ese proyecto?
–Llegué en 2018 y al momento se espera la terminación de distintos trámites vinculados a los títulos de los terrenos cedidos a tal fin. Son tiempos muy difíciles para construir, no disponemos de los fondos que exigiría una construcción de esa índole. Dios dirá cuándo se podrá afrontar esa iniciativa. Además, hay muchas necesidades imperiosas en las familias mendocinas más pobres que requieren nuestra solidaridad eclesial permanente, lo cual exige fondos también. Mientras tanto, la Catedral provisoria es Nuestra Señora de Loreto. Para encuentros y celebraciones masivas, nos ayuda mucho celebrarlas en las Iglesias Nuestra Señora de Lourdes en el Challao y de Nuestra Señora de los Dolores, en la ciudad.