“Todo lo que has hecho con amor, desinterés y sinceridad regresa a ti con mayor proporción”. La frase pintó de cuerpo entero lo que les sucedió ayer a Melina y Pablo Basualdo, un humilde matrimonio de vendedores ambulantes que días atrás donó pan y tortitas a los niños de Costa Esperanza, un barrio extremadamente pobre de San Rafael.
La noticia, publicada por Los Andes el 3 de agosto pasado, llegó a un mendocino radicado en Madrid, España, quien, conmovido por el gesto, de inmediato envió una donación de dinero que los destinatarios utilizaron para la compra de un horno.
“Estoy emocionada y profundamente agradecida a este señor anónimo que tuvo este gesto. Lo que hicimos fue desinteresado pero el Señor lo vio todo y nos mandó esta bendición”, dijo Melina, quebrada en llanto, cuando se enteró de la noticia.
“Lo llamé a mi esposo enseguida y no podía creer cuando le dije que desde España nos compraban el horno que tanto deseábamos”, dijo. El 2 de agosto pasado, como todos los días, se levantaron temprano, encendieron la radio y empezaron a amasar para luego salir a vender pan, raspaditas y tortitas.
Melina le hace compañía a Pablo desde las 4 de la mañana –ella ordena el desorden, dice- y alrededor de las 8 sale a ofrecerlas en el interior de una caja de cartón atada al volante de su precaria bicicleta. Pero aquella mañana, una mañana helada, la venta no fue la esperada y regresó a su casa con mucha mercadería.
“No vendemos lo que queda, solemos donarlo. Y eso sucedió ese día”, recordó “Meli”. Se puso en contacto con la titular de la asociación Fierritos Solidarios, Silvia Romero, intermediaria para entregar donaciones, y esa misma mañana las tortitas se distribuyeron.
Esa historia simple de solidaridad, que demuestra que hasta los más humildes pueden ayudar, fue publicada por Los Andes y llegó a un mendocino fuera del país. “¿Solidario yo? No, ellos lo son”, se limitó a señalar el hombre, que prefirió el anonimato, a Los Andes
Si bien tiempo atrás Pablo se desempeñaba como albañil, la cuarentena lo obligó a reinventarse y decidió intentar con lo que más le gusta, la cocina. Así, ambos elaboran un gran stock casero que luego ofrecen en distintos sectores.
Melina y Pablo son padres de dos hijos y hacen un gran esfuerzo por salir adelante. Ese día demostraron que la solidaridad aflora con mayor énfasis entre quienes verdaderamente conocen las necesidades. Con un palo de escoba que acondicionaron para amasar, ambos comienzan la jornada con siete kilogramos de harina. No tienen gas natural y deben cuidar la garrafa como oro.
Con ese total de harina suelen salir del horno 5 o 6 docenas de tortas fritas; 190 raspaditas y 15 tortas con azúcar tamaño grande. “Mientras tanto yo cebo mate, conversamos y nos reímos. A las 8 en punto Pablo sale a la calle”, señalaba Melina en la nota anterior, y agradecía poder vivir de esta actividad, alquilar y alimentar a sus hijos.
Este “empujón” les dio fuerzas para redoblar la apuesta y dicen que van por más: “Nuestro sueño es seguir trabajando para abrir algún día una panadería”.