Leandro Ríos tiene 30 años y una sensibilidad especial que lo llevó, incluso desde muy niño, a realizar tareas de servicio y voluntariado. Empezó con los boy scout y, ya de adolescente, la pobreza y sus consecuencias lo impulsaron a poner manos a la obra en la Casita de Guadalupe, un comedor situado en el barrio Las Viñas, Guaymallén. Más tarde, cuando inició la carrera de ingeniería industrial en la UNCuyo, encontró en la docencia su verdadera vocación.
Comenzó a preparar alumnos de todos los niveles y estratos sociales y se transformó en un profesor con mayúsculas, de esos que conciben a la docencia como una estrategia y que, en estos tiempos de crisis, comprendió que su rol se agigantó.
A su actividad particular, la de apoyo en matemática, física, química, álgebra y estadística, que desarrolla en su domicilio, sumó una iniciativa loable y solidaria en las instalaciones de la Casita de Guadalupe, donde la realidad golpea duramente. Acondicionó un pequeño espacio, colocó pizarras en paredes -y hasta en el placard- y consiguió bancos y pupitres.
Nació así el aula de oficio Educación para el Futuro, sin subsidios ni colores políticos, un espacio que implica mucho más que estudiar, sino brindar herramientas para que los alumnos se capaciten en electricidad, carpintería, peluquería y metalurgia.
La pandemia se interpuso y las puertas se abrirán en poco tiempo más, siempre con la premisa y la convicción de alejar a los adolescentes de los flagelos de estos tiempos, como la droga.
Pero para eso sigue necesitando la ayuda de la comunidad y en especial de maestros voluntarios que enseñen estas disciplinas y que les permitan a los jóvenes encontrar una salida laboral.
“Es muy triste observar chicos que trabajan todo el día en labores pesadas que dañan su salud. Por eso apuntamos a una salida mejor para que puedan sostener sus hogares, porque muchos son jefes de familia”, advierte.
Más allá de las adicciones, que se observa en cada esquina de los barrios vulnerables, Leandro observa problemáticas no menos graves y dolorosas, como el hambre, la deserción escolar y el trabajo infantil.
“Es muy duro cuando los chicos no aprenden por falta de alimentación y contención, verlos trabajar de sol a sol porque deben hacerse cargo de sus hermanos, chicos huérfanos que salen a ganarse la vida…”, enumera. Para este docente de cuerpo y alma, la adolescencia es la etapa más compleja y relegada y esto es indistinto, ya que no siempre va de la mano de lo socioeconómico.
“A los pobres los dejó aún más marginados y sin conexión, por eso directamente dejan la escuela. A los que sí pueden acceder, también los afectó desde otro punto de vista, especialmente desde lo psicológico y social”, diferencia.
El proyecto que encaró Leandro, así como toda la asistencia y contención que brinda el comedor, no posee aportes estatales y menos aún financiamiento privado. “Lo hacemos a pulmón juntando lo que se pueda de todos lados con la consigna de que alimentación y educación son pilares básicos que están relacionados”, expone, para agregar: “Se vienen tiempos difíciles, muy competitivos a nivel laboral y los jóvenes deben salir adelante, deben capacitarse y alejarse de los flagelos que ponen en riesgo su futuro”, dice, esperanzado.
“El profe de los memes”
Para difundir su actividad privada como profe particular, Leandro suele utilizar memes y frases con humor. “Me parece el canal perfecto para que los chicos me sigan”, cuenta. Así fue como sus propios alumnos lo bautizaron como “El profe de los memes”.
“¿Cómo debe ser un docente de estos tiempos? Presente, atento, cariñoso. Los chicos padecen situaciones tremendas en sus hogares y el maestro debe ser apoyo y contención”, asegura.
“Ojo –diferencia- no es un amigo, porque eso es otra cosa. El docente es autoridad. Pero el mundo actual obliga a que la actividad sea mucho más abarcativa, con mucho de psicología y tacto para saber abordar las problemáticas de los que más sufren”.
Maestros y profesores, agrega, jamás deben desatender a sus estudiantes y deben prestar atención a las señales de alerta: si comen, si trabajan, si son explotados, si reciben castigos.
“Hoy muchos ponen dinero de sus bolsillos para comprar tortitas, facturas, fotocopias. Sé que no es obligación de quien conduce el aula, pero, insisto, atravesamos tiempos especiales, todo cambió drásticamente”, considera. Por eso repite una frase común en estos momentos pero cada día más real y valorada: el docente debe ser empático.
“Ponerse en el lugar del otro y entenderlo, porque todo, absolutamente todo lo que sucede fuera del hogar impacta en el aula y en el comportamiento”, asegura.
En el barrio donde Leandro vuelca su entrega cotidiana, la meritocracia, directamente, no aplica, según advierte. “Los jóvenes parten de una realidad desfavorecida y están condenados. Es por eso que seguiré trabajando de manera de brindar herramientas para salir de ese círculo y que puedan alcanzar una vida mejor”, concluye.
Con humildad, Leandro reflexiona que, afortunadamente, son muchos los que trabajan con las mismas ganas y voluntad en medio de la adversidad. Por eso sigue adelante con la misma convicción.