Leandro Gabriel García (24) y Luciano Lucho Herrera (27) son primos, amigos y compañeros de trabajo, que -como muchos- en medio de la pandemia, tuvieron que salir a buscar la forma de ganarse el pan... o de venderlo; en este caso, para sobrevivir.
Cuando los recursos son escasos, pero las ganas de progresar sobran, las dificultades se transforman en nuevas oportunidades, al menos eso nos demuestran estos dos jóvenes que no se rindieron pese a que todo parecía ir en contra de ellos.
La historia comenzó en noviembre del 2020: ambos se encontraban sin empleo y la situación en sus respectivos hogares se tornaba cada vez más preocupante. Por eso decidieron iniciar su propio proyecto y comenzaron a vender pan en la zona donde viven, en el centro de Godoy Cruz.
“Tenemos un tío panadero, así que le comenzamos a comprar el pan a él para revender. Les pedí el auto a mis padres para poder hacer el reparto y de este modo colaborar con los gastos de la casa, ya que mi mamá es ama de casa y mi papá es trabajador independiente y, con todo lo del Covid, se quedó sin trabajo también”, contó Leandro.
Poco a poco, la clientela fue creciendo y habían llegado a alcanzar una estabilidad que les permitía vivir del negocio e incluso ahorrar dinero para sus objetivos personales, hasta que el sábado 13 de agosto, les robaron el Fiat Duna, con el que salían a hacer el reparto.
Así, lo único que había permitido paliar las dificultades que se agravaron por la pandemia, desapareció de golpe. “Yo vivo solo y cuando perdimos el auto fue un golpe duro, porque tengo que tener cada mes la plata para pagar el alquiler y poder subsistir”.
No podían quedarse de brazos cruzados, entonces optaron por reinventarse. “Nos miramos a las caras y pensamos: ‘Tenemos que buscar la forma de seguir con el proyecto’. Lo que pasa es que nos encontrábamos con el inconveniente de que la panadería que nos provee está cerca del Aeropuerto El Plumerillo”. Así que apareció la solidaridad de amigos: “Un grupo de amigos ahora nos lleva hasta allá”, comentó Leandro, sorprendido por las muestras de solidaridad.
Pero la parte más interesante, muy propia de aquellos que le hacen frente a las dificultades con lo que se tiene a mano, es que cambiaron de medio de transporte para paliar el robo del auto. Así que hoy la venta de pan a los fieles clientes que han hecho durante este tiempo la hacen usando como medio de movilidad sus bicicletas llevando como ‘novedad’ un parlante que anuncia que han llegado. “¿Cómo anda señora?, ha llegado el panadero, pancito recién sacado del horno. Sí, como escuchó, calentito el pan casero. Venga, salga y vea, ¡ha llegado el panadero! También traemos tortas con chicharrones hechas al horno de barro, salga y vea, ha llegado el panadero…”, resuena cuando pasan por las calles del barrio Bombal Sur y alrededores.
“Ayer una señora nos dijo que manda a sus hijos a comprarnos y que le preguntan por qué hacemos esto, y ella les cuenta nuestra historia. Nos dijo que nos pone de ejemplo, para que cuando sean grandes sepan lo que es romperse el lomo laburando. Cosas así nos pasan todo el tiempo y nos emocionan… Yo no soy de llorar, pero sinceramente este tipo de acciones son el motor que nos impulsa a seguir y no decaer. No voy a negar que se pone difícil. Con el auto llegábamos a más barrios y vendíamos cerca de 30 kg de pan por día, y hoy quizás llegamos a la mitad y es por supuesto menos plata la que nos ingresa, pero estas muestras de cariño de la gente nos llenan el alma”, reconoció Leandro.
Y Luciano agregó: “Por suerte la gente nos ha dado muchísimo cariño y es un mimo para nosotros. A Lean lo considero mi hermano prácticamente y juntos no nos queda otra que meterle para adelante y agradecerle a la clientela que se porta muy bien”.
Sin lugar a dudas, la empatía de quienes ven a estos chicos y eligen colaborar con ellos es un eslabón a destacar en su progreso. Si hay algo que trajo aparejado esta pandemia y se ve reflejado en la comunidad, son esas ganas de ayudar al otro, ser el envión de quien lo necesita para no estancarse. Hoy, cada vecino que le compra el pan a Leandro y a Lucho, y de paso le da una palabra de aliento, les demuestra a ellos que aún vale la pena luchar por salir adelante y que siempre se puede cuando hay voluntad.