“Tierra de la libertad, allá vamos”, pensó Mercedes Cisternas cuando su congregación religiosa la destinó a Mendoza.
Era una monja abnegada que había sido educada en una familia profundamente católica de San Nicolás y que dedicaba sus misiones solidarias en el Impenetrable Chaqueño.
Le hablaron de esta zona de Cuyo y al principio lloró desconsolada. Pero rezó mucho, se repuso y volvió al cruce: “Tierra de la libertad, allá vamos”.
Ella no lo sabía, pero Mendoza, efectivamente, iba a abrirle las puertas de la libertad, la felicidad y el aprendizaje. Porque fue aquí, alrededor de los 40 años, donde tomó una gran decisión, alejarse de la Iglesia luego de 23 años de votos perpetuos. Aclara, no obstante, que aquello no significó distanciarse de Dios. “Por el contrario, estoy más unida que nunca, pero ya sin instituciones que me hagan sentir coartada”, resume Mercedes desde su casa, ubicada en Luzuriaga, Maipú.
Desde aquella fuerte decisión corrió mucha agua debajo del puente y debió sortear tiempos difíciles: cuando se alejó de los hábitos quedó sumida en la pobreza, sin empleo, dinero ni vivienda.
Una familia la albergó y, poco después, su título docente, aquel que había logrado mientras estudiaba para monja, le permitió ser directora de una escuela de adultos en Las Heras.
Fue el puntapié de una historia repleta de matices inesperados. Porque Mercedes nunca más se detuvo y, por el contrario, sigue transitando un camino de crecimiento sin fin.
Fundó entonces uno de los principales motores de su vida: la Organización Gestión Nativa, que en los sectores más vulnerables del norte de Las Heras -como Capdevila, Panquehua y El Resguardo, entre otros- trabaja junto a un grupo de mujeres carenciadas en la plantación de especies autóctonas como cactus, jarilla, cola de zorro, retama y acacia, además de plantines para huertas de estación, para luego comercializar y posibilitar que las familias del sector cuenten con un sustento económico.
“Representa, además, un lugar de encuentro para la restauración de ecosistemas ambientales, el cuidado del recurso hídrico y, por qué no, hablar de nuestras propias historias”, expresa la mujer.
Los tramos de su intensa vida, pensamientos y sentimientos, la llevaron a la necesidad de escribir. Nació así su primera obra “No me hables en nombre de Dios”, que explica el porqué de la difícil decisión que cambiaría sus días.
-Mercedes ¿Qué sucedió, concretamente, para que abandonara la vida religiosa?
- Empecé a sentir un profundo deseo de continuar mi obra solidaria y de construir comunidades pero ya no desde la institución, sino a modo personal. Creo que las instituciones despersonalizan. Fue muy importante alejarme de esos mandatos.
-¿Qué sucedió después?
- Un episodio clave, el caso Próvolo. Las denuncias por hechos de violencia física, psicológica y sexual por parte de sacerdotes y monjas hacia niños y adolescentes no hicieron más que ratificar mi decisión. Por entonces falleció mi papá, un hombre muy fuerte en mi vida y muy creyente. Me hice millones de preguntas.
-¿Cómo empezó de nuevo como mujer?
-Fue difícil, tenía 40 años y no tenía recursos, pero sí la convicción de continuar en el servicio de manera libre.
-¿Su carrera docente la ayudó?
-Claro, de joven estudié profesorado de matemática en la congregación docente y eso me dio la posibilidad de ingresar a un colegio y proyectar este trabajo que me da tantas satisfacciones.
-¿Se siente una mujer más del grupo?
-Una mujer que está sanando junto a otras con las que se siente hermanada a través del trabajo colectivo.
-¿Se enamoró?
-Sí, tengo un compañero maravilloso con el que comparto mis sueños, mis ganas, mi energía.
Una congregación en Mendoza y la difícil determinación
Porteña, aunque criada en la ciudad bonaerense de San Nicolás, Mercedes, que hoy tiene 69 años, recuerda que en su hogar todos sus hermanos fueron educados bajo la fe de la Iglesia. A los 16, finalizando la secundaria, optó por el noviciado, que concluyó en Rosario como religiosa y también profesora. Poco después incursionó en el Impenetrable Chaqueño, colaborando en comunidades muy pobres. “Me dejó una gran enseñanza, alegría y ganas de vivir”, evoca.
Ya en Mendoza, durante cuatro años alternaba su tarea entre esta provincia y Buenos Aires hasta que en 1990 se fundó una sede de la congregación en el barrio 5 mil lotes. Fue allí cuando empezó a sentar bases. Poco después llegaría la gran decisión.
Un papá sacerdote y la necesidad de escribir
Como si a la historia de Mercedes le faltara algún ingrediente, cuando su papá quedó viudo, a los 69 años, en San Nicolás, se convirtió en sacerdote y ejerció hasta sus últimos días, con 92 cumplidos.
“Era un sacerdote hermoso, adorado, dedicado por completo a la iglesia y a escuchar a los fieles. Todavía recuerdo las largas filas en el confesionario del santuario para hablar con él”, recuerda.
Así, mientras ella se alejaba de la vida religiosa, su papá se acercaba. Cada cual supo acompañar la vida del otro. “Siento que estoy en la permanente búsqueda, por eso continúo escribiendo”, reconoce, y cuenta que el libro “A veces creo”, que publicará en septiembre, responde a las preguntas que suelen formularle: si cree en Dios.
Mercedes asegura: “creo en un Dios personal que cada uno va descubriendo y respeto el misterio de otras de sus formas, la energía, la luz”. Y concluye: “Solemos poner la fe de por medio porque no podemos mirar alrededor y descubrir la perfección de la naturaleza y de las personas”.