La vida de los héroes, los reales, no aquellos de cartón o de celuloide, están marcadas no sólo por los episodios públicos que todos conocemos, sino también por las instancias privadas. Este bien podría ser el caso de la vida de José de San Martín, conocido como “el padre de la Patria”, pero quien también fue un padre como el común de los mortales, y cuya única hija (Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada) nació acá en Mendoza.
Los pormenores del rol de San Martín como padre son conocidas menos que sus batallas, que la gesta de los Andes o que su formación militar, y de lo que sabemos es de su entrega a la formación de Merceditas, la hija, especialmente tras la muerte de Remedios, la esposa de San Martín, cuando la niña contaba con apenas siete años.
Y justamente de Merceditas es de quien, tal vez, menos sabemos. La persona que convirtió a San Martín en papá, y por quien Mendoza celebra hoy el Día del Padre, es, en muchos aspectos, un enigma.
A la caza de ese secreto, y con el interés de explorar y dar a conocer mejor la vida de Merceditas, se lanzó la escritora argentina Alejandra Guibert. Nacida en Buenos Aires, aunque residente en Europa desde los años 80 (primero vivió en Madrid y luego, en Londres), la autora ha escrito narrativa, teatro, guiones de cine y poesía. Tras su ficción distópica The Vatican Games (finalista del premio Foreword Indies Book of the Year Awards), Guibert escribió La Mendocina, un libro de ficción con documentación histórica, que se propone narrar la historia de Merceditas en primera persona.
La escritora llegará a Mendoza para presentar este libro hoy a las 18.30, en el Museo Casa de San Martín (Corrientes 343, Ciudad), justamente la casa donde vivió el Libertador y donde nació Merceditas. Antes de ello, Alejandra Guibert dialogó con Los Andes.
―¿Cuál fue el aspecto central que te atrajo de Merceditas para abordar una novela sobre su vida?
―Habiendo estado viviendo tantos años fuera, sentí un profundo deseo de escribir un libro sobre mi país, Argentina. Mi intención fue abordar la vida de un personaje femenino de nuestra historia. Fue una amiga querida quien me sugirió el nombre de Merceditas. Mientras iba investigando, para ver qué encontraba sobre Mercedes que pudiera inspirarme para escribir sobre ella, me atrajo imaginar cómo habría sido su relación con San Martín, siendo él un hombre complejo, inteligente y sabio en sus valores éticos. Imaginé que la vida de Mercedes habría sido increíblemente rica en experiencias, al tener que partir con su padre de tan niña, conociéndolo apenas, y estando lejos de su familia materna. Finalmente, lo que me atrapó para abordar esta novela sobre su vida, fue la idea de darle a Mercedes una voz.
―¿Por qué decidiste contar la historia como un diario íntimo?
―No encontré mejor manera para darle una voz que escribir en primera persona y encarnar sus experiencias, sus pareceres y sentimientos. El libro me pedía que le diera a Mercedes la voz histórica que no había tenido. El primer desafío fue hacer justicia a las formas de expresión de la época y luego ser fiel a los parámetros culturales de la mujer en un tiempo en que no existía un espacio de igualdad y expresión libre como el de hoy. Por último, tratar de plasmar o vislumbrar su personalidad, a partir de las pocas cartas escritas por ella de las que se tiene registro o las cartas donde se la menciona. También fue útil evidenciar desde la información de su signo astrológico cuáles podrían concebirse como los rasgos generales de su personalidad. Todos estos elementos me inspiraron a recrear la vida de Mercedes, con enorme respeto y afecto, al igual que la de sus queridas hijas, María Mercedes y Josefa Dominga; cosa que he hecho con tal entrega que las siento como mi familia.
―¿Sentiste una conexión particular con este personaje histórico?
―Cuanto más leía sobre el hombre que era San Martín, más notaba el fuerte paralelismo que existía entre Mercedes y yo en algunos hitos de su vida. Me daba cuenta de que existen profundas coincidencias entre nosotras: yo he vivido gran parte de mi vida en el exterior, mi padre estuvo enfermo casi dos años antes de fallecer y también murió a mi lado, mi padre era artista plástico y San Martín amaba el arte. Por sobre todo, la admiración y el respeto que Mercedes sentía por San Martín son un reflejo nítido de esos mismos sentimientos que siento por mi padre, el poeta Fernando Guibert quien, al igual que San Martín, me inculcó valores éticos de comportamiento que se igualan a los que San Martín le inculcó a Mercedes, en sus actos y sus conversaciones.
―A pesar de que se trata de la única hija del prócer mayor de nuestro país, no se conocen tantos aspectos de su vida. ¿Con qué hechos sorprendentes te encontraste al investigar sobre su historia?
―En realidad, la escasez de datos sobre la vida de Mercedes fue lo que me llevó a escribir esta historia para darle una voz inédita, para que esa vida de la que se carece de información pudiera tomar forma, dentro de un contexto histórico de la vida diaria en París y Boulogne-sur-Mer y la convivencia con su amado padre.
―Mercedes siempre llevó el seudónimo de “La Mendocina”, que es el que lleva tu libro como título. ¿Qué lugar emotivo ocupaba Mendoza en San Martín y en su hija?
–En mi novela se expresa el amor y la añoranza que tanto San Martín como Mercedes sentían por Mendoza. Se sabe por diversas cartas que esos sentimientos estaban siempre presentes, y de alguna manera representaban un anhelo que nunca llegó a cumplirse para San Martín. La cultura mendocina no sólo era parte integral de la familia, sino que la memoria de los años vividos en Mendoza estaba siempre viva para San Martín y Mercedes.
―Hasta los 7 años, Merceditas había sido criada por su madre, Remedios, mientras su padre había pasado poco tiempo con ellas. Sin embargo, luego eso se revirtió y San Martín la acompañó hasta el final de sus días. ¿Qué puede decirse de ese cambio?
―Fue un cambio muy duro en sus comienzos para una niña que estaba acostumbrada a una familia que la mimaba y la adoraba. Al partir con su padre Mercedes pasaba mucho tiempo sola, ya que San Martín tenía una vida ocupada con sus tareas políticas y sociales en el exterior, en reuniones, escribiendo cartas, encontrándose con defensores de la independencia incipiente en esos primeros años. De modo que solamente con la llegada a París, donde San Martín se instaló y vivió con Mercedes durante 17 años, fue cuando Mercedes comenzó a comprender quién era su padre y sin duda admirarlo y adorarlo. Y finalmente cuidarlo con profunda dedicación y entrega.
―En Mendoza se celebra, por la ley provincial 5131, cada 24 de agosto como el Día del Padre. ¿Qué te parece la iniciativa?
―Tengo el enorme privilegio de lanzar este libro en Mendoza, para luego presentarlo el 6 de septiembre en el Instituto Nacional Sanmartiniano en Buenos Aires. El privilegio es doble por ser este lanzamiento en la casa donde nació Merceditas y de dónde partió San Martín para su campaña libertadora. Qué mejor homenaje al día del padre que presentar este relato de los dos últimos años de la vida del padre de la patria, José de San Martín.
Fragmentos del libro La Mendocina, de Alejandra Guibert
Grand Bourg, 17 de enero de 1848
Tarde o temprano tendremos que ir a París para la revisión de la vista de Tatita. Por la poca información que recibo de Mariano y papá no sé cómo iremos a encontrar nuestro barrio, aunque me insisten que todo está bajo control. No es así cómo lo percibo y de alguna manera prefiero lanzarme a lo que sea que haya que enfrentar, ponerle fin a este no saber de una vez por todas. Así también lo hubiera preferido de niña, irrumpir dentro de aquellas habitaciones a puertas cerradas y oír abiertamente lo que de misterioso los adultos tenían que decirse. Aunque hubiera sido doloroso saber que mi madre tenía apenas semanas de vida, o haber conocido las discrepancias y la desunión entre la familia.
Durante los últimos días, antes de partir de la casa de mi abuela en Buenos Aires, mis tías ya no susurraban en las habitaciones cerradas. Aunque sabía yo muy bien lo que opinaban de mi padre, con él debía irme. “Al final de cuentas, es tu padre,” me decían y con esa frase en la cabeza debía contentarme en mi tortuoso viaje a lo desconocido. Sin embargo, cuando llegamos a Inglaterra, mi padre me recordaba cada semana que no dejara de escribirle a mi abuela. Y así lo hacía, y lo hice durante años hasta que las cartas se volvieron cada vez menos frecuentes y el amor por mi padre más profundo.
París, martes 22 de febrero de 1848
Hemos pasado una noche de sobresaltos con el sonido de escaramuzas distantes. Oí a Tatita acercarse varias veces a la ventana y permanecer allí hasta sentir las piernas cansadas y volver a la cama. Los dos de pie junto a la ventana esperando alguna indicación que sacudiera la expectación estática de la noche. No dudo de que él también me haya oído; ambos en silencio por no querer el uno preocupar al otro. Sé bien que el silencio más inquietante venía del barrio, nacía dentro de las casas con las familias y nos hacía contener el aliento.
Al amanecer me despertó el traqueteo de los carretones. Corrí a la ventana en puntas de pie para no despertar a Mariano quien, luego de hacerme compañía toda la noche, finalmente había conciliado el sueño. Me asomé ansiando ver los carretones con carga de animales o verduras. Tatita seguramente no habrá tenido que levantarse para saber que transportan cañones y municiones.
Boulogne-sur-Mer, 5 de abril de 1848
En Boulogne todo parece mucho más cercano. Se ve a las gentes conversar sin reservas con sus vecinos, e imagino que las historias personales se dejan saber con mayor familiaridad; como en Mendoza, donde es fácil conocer al vecindario y las señoras nos sentimos más acompañadas cuando pasamos largo tiempo solas en casa. Sin embargo, aunque aquí todo pareciera ser más cercano, siento un aislamiento profundo en medio del ir y venir en el hotel y sus alrededores. Intento ver nuestro nuevo entorno con los ojos de sorpresa y encantamiento de las niñas, pero creo que todos, a excepción de ellas, nos sentimos aislados y lejos del mundo diario que conocemos.