Se llama Migue Granados y para muchos no necesita presentación. Pero es bueno analizar cuál es el humor que practica quien ya no necesita ser presentado como el hijo de Pablo Granados.
Ser cínico se estandarizó como adjetivo peyorativo: les pertenece a falsarios, a quienes detectan que su conducta está errada y por conveniencia prefieren sostenerla. Un cínico es un oportunista de las confusiones colectivas, y los medios de comunicación serían el lugar perfecto para sacarles rédito, por eso en televisión todo luce, a priori, cínico.
Pero el cinismo no siempre debe leerse como sigilo malintencionado. Originariamente, el cínico era un pensador al margen de las convenciones, arrojado a la despreocupación y al hedonismo, adoptando la imagen del perro como virtud. Es lógico que la figura del cínico se mezcle con la del provocador: se ponen en jaque las normas, se las bordea, se desconcierta con la ambigüedad.
Ambas nociones de cinismo podrían aplicarse sobre dos comediantes que son padre e hijo: Pablo Granados y Migue Granados. El primero ha sido un histórico humorista de la época dorada de Tinelli, y no hace falta ahondar en la inmoralidad de este humor ventajista, machista, homofóbico, intelectualmente precario y a todas luces deshonesto.
El segundo se ha definido en contraposición al padre: cultor de un humor absurdo, corrosivo, en sintonía con el legado de Cha, cha, cha y de Capusotto. El cinismo de la injuria versus el cinismo de la sátira.
Es decisivo notar cómo la agresividad de Migue Granados siempre está en potencia, es una intensidad que amaga con cruzar el límite de lo tolerable, pero se disuelve en la ternura del niño travieso que en el fondo se apabulla ante la violencia.
Migue Granados y la gracia de reírse de uno mismo
Si uno escucha archivos del programa Últimos Cartuchos, la insolencia rápidamente se devela como ansias de soltarle la cadena al pensamiento, una desfachatez al servicio de la asociación libre.
El mayor don de Migue Granados es no autocensurarse. Y es un don porque tiene claras dos cosas: que su humor es intempestivo, pero también que nadie merece ser rebajado. El método para dejarlo claro es ironizar continuamente sobre sí mismo, usarse primero como carne de cañón.
Migue Granados engancha en la tradición saludable del cinismo no sólo por su irreverencia, también hay dos signos corporales definitorios: su gordura y una austeridad en el vestir que bien podría pasar como desaliño.
Lo admirable de esta gordura es que no implica un tormento, sino un efecto colateral de su amor confeso por la comida, al punto de ir al programa sobre adicciones de Gastón Pauls en tono paródico. El decorado central de ESPN Playroom es nada menos que unfoodtruck food truck donde los invitados buscan comida.
Nada de protocolo al estilo Mirtha o PH: se come de pie, con la mano, y se pasa a otra cosa. Todo en Migue Granados es informalidad y disfrute. Hasta declara en entrevistas su aversión por el trabajo, y de hecho logró reformular su espacio laboral bajo el imaginario del ocio y el juego: un playroom.
A su vez, cuando uno analiza los contenidos del pódcast La Cruda, la rebeldía se descubre con causa. La Cruda es el abordaje antisolemne de problemáticas delicadas. Que persista aquí la caradurez de Migue Granados es todo lo contrario a la irrespetuosidad.
¿Habría algo más hipócrita en los medios de comunicación que adoptar una actitud paternalista y piadosa ante las minorías o los desahuciados? El cinismo de Migue Granados, en cambio, emerge como una alianza hacia lo marginal. No implica aprovechar un drama, sino exponerlo por fuera de las convenciones y el buen gusto.
Si provocar es insistir sobre aquello reacio al chiste, o merodearle al tabú con una sonrisa desafiante, Migue Granados definitivamente es un cínico, uno de los imprescindibles y valientes.