Los cementerios, de por sí, son lugares que suelen generar más rechazo que atracción, y que, por lo general, las personas prefieren evitar. De hecho, más allá del sentimiento de tristeza, angustia o nostalgia que despierta ir a visitar a los seres queridos que allí descansan en paz, es muy probable que nadie elija ir a un cementerio a pasar el día o para “matar el tiempo” si no tiene otra cosa que hacer.
El detalle es que hay personas a las que no les queda otra que ir al cementerio, y deben hacerlo todos los días, religiosamente -si se permite la expresión- porque allí está su lugar de trabajo. Es el caso del Cementerio de Capital, ubicado en calle San Martín (un sector) y en calle Mitre (otro), de Las Heras. De hecho, hasta hace algunos años, existían hasta serenos para los cementerios, aunque luego fueron reemplazados por los infaltables preventores de la Municipalidad de la Ciudad de Mendoza.
Y son los ex serenos del Cementerio de Capital -a quienes ratifican algunos efectivos de la Policía de Mendoza que solían acompañarlos por las noches- quienes coinciden al momento de describir a dos niños traviesos que suelen merodear y corretear por los pasillos del cementerio. Dos niños que, dicho sea de paso -sostienen-, fallecieron hace ya varios años.
“La Nena”
En el sector principal del Cementerio de Mendoza, aquel que tiene su acceso prioritario por calle San Martín, se encuentra el cuadro 24. Para tomar como referencia, esta parcela está pegada al Cementerio de los Británicos, que -a su vez- se encuentra separado por un cerco metálico de las otras tumbas.
Al norte de este sector hay un nicho especial para sacerdotes y monjas. Y, como si se tratara de un intruso que interrumpe el tránsito por el pasillo que separa ambos sectores, hay un mausoleo con cuatro ataúdes: dos adultos, un niño y una niña.
“Acá es donde, cuentan, la han visto salir y meterse a la nena”, destaca el director del Cementerio de Capital, José Curia, mientras recorre ese pasillo que se ve -abruptamente- bloqueado por este mausoleo que no respeta ninguna simetría ni lógica en relación al resto de los bloques.
“Antes, cuando había serenos, contaban que por la noche la veían correr entre los pasillos, como jugando y riéndose. La describían con un vestido muy parecido al de la Familia Ingalls, y cuando alguien comienza a hablar de ‘una nena’ que vieron sola en el cementerio, ya sabemos de quién está hablando”, repasa Curia, mientras recorre los pasillos por los que -se dice- ella corretea y se escabulle de los demás.
Siempre de acuerdo a estos relatos, es en horas de la siesta, o bien ya entrada la tarde y la noche, cuando se la escucha correr. ¡Y hasta se la ha llegado a ver!
“Una vez, hace 3 o 4 años, fue una señora hasta la administración del Cementerio a avisarnos que había visto a una nena perdida que la siguió unos metros y después no la vio más. Cuando la empezó a describir, supimos que era ‘La Nena’. A la señora le agradecimos por avisar y le dijimos que ya iba a ir alguien para que no siga perdida. Pero sabíamos de quién hablaba”, acota otro trabajador del cementerio.
El comportamiento de “La Nena” es siempre repetitivo: camina y juega por las calles cercanas a su mausoleo y al Cementerio de los Británicos hasta que capta la atención de alguien. Acto seguido, sale corriendo y se la pierde de vista a la altura del descuidado mausoleo ya descripto.
Quién es “La Nena”
Si bien la historia de “La Nena” del Cementerio de Mendoza y sus relatos cuadran a la perfección en uno de esos casos en los que, definitivamente, es “creer o reventar”; hay toda una teoría dentro del Cementerio de Mendoza sobre su posible identidad. O, mejor dicho, la posible identidad de ella mientras estuvo viva.
El mausoleo donde se “esconde” -de acuerdo a los relatos de quienes alguna vez la vieron- pertenece a una familia mendocina (se obviará su apellido por una cuestión de respeto). En el lugar reposan 4 féretros, aunque evidencia un prolongado abandono de hace ya varios años.
Lo llamativo, según se desprende de una emotiva placa instalada en la puerta, es que la hija mayor del matrimonio fue la primera en morir. Y todo parecería indicar que “La Nena” es el alma en pena de ella.
En la placa se lee la fecha de nacimiento de la niña -26 de septiembre de 1928- y la de fallecimiento -26 de diciembre de 1942-, por lo que fue una pequeña que solamente vivió 14 años.
“E. (NdA: aquí se menciona su nombre completo), tu ausencia sombreó nuestras vidas. La luz que trajiste en tus horas vividas volviose tiniebla en la noche eternal. Y te fuiste al cielo porque tu existencia reflejo fiel era de pura inocencia, alma de ángel en vida mortal. No has muerto, E., tan solo te fuiste en un viaje largo, en un viaje triste, silencio de labios cerrados en paz. Si bien nos quitaron el sol de tu vida, la luz de tu alma virtuosa y querida está con nosotros por siempre encendida, radiante de gloria, no muere jamás”, se detalla en la emotiva placa. La misma que está firmada por “Tus padres y hermanito”.
“El brasilerito”
De ser reales los relatos de trabajadores y ex trabajadores del Cementerio de la Capital, “La Nena” no está sola y hasta tiene con quien jugar en sus sorpresivas recorridas por los pasillos. Y es que hay relatos -también bastante frecuentes- de un niño a quien se lo ha visto correr en los lugares e, incluso, escabullirse entre los pies de los visitantes.
“Hasta 2010, aproximadamente, había serenos en el cementerio. Y eran ellos quienes contaban siempre la historia de un nenito chiquito, con camisa blanca, bermudas y un pelo ruludito -tipo mopa- a quien veían corriendo. Y, cuando intentaban seguirlo, el nene se escondía y no lo encontraban más”, rememora el director del Cementerio de la Capital, José Curia. “Era como que no estaba y, de repente, aparecía al lado de ellos, los asustaba, y se iba corriendo como si fuera una travesura”, completa la historia.
Si bien generalmente salía a hacer sus travesuras en hora de la noche, alguna que otra vez un visitante les preguntó a los encargados por un “niñito de rulos” que habían visto solo por el lugar. A diferencia de “La Nena”, no hay indicios de quien puede llegar a ser “El Brasilerito”. Su apodo no responde a la nacionalidad, sino al parecido físico -sobre todo en su peinado- con un infante de ese país.
El cementerio tiene su propia Llorona
La historia de “La Llorona” es tan antigua como la existencia o los relatos sobre la presencia de fantasmas en sí. Y aunque siempre varía un poco -dependiendo de la zona geográfica y sus culturas-, palabras más, palabras menos; el relato habla de una mujer que perdió a sus hijos y que vaga como alma en pena mientras llora pidiendo que le devuelvan a sus hijos. Hay quienes, incluso, la representan y describen con un vestido blanco de novia.
En el Cementerio de Mendoza hay quienes dicen haberla visto en la galería sur, a la altura del campanario, aunque es poco lo que se sabe también sobre su supuesta identidad.
Una fotografía tomada por los trabajadores del cementerio evidencia algo atípico. “Fue un día en que habían estado trabajando duro y hecho un gran trabajo, entonces les saqué una foto para celebrar. Cuando la vi en el celular, se veía que en uno de los pórticos de la galería había una silueta de una mujer vestida de blanco. Le mostré la foto a una amiga que es fotógrafa y ella me dijo que era real la foto, que no tenía nada agregado”, sintetiza otro trabajador del cementerio.
Y señala en la foto la difusa y misteriosa silueta blanca que asoma por la galería, detrás de los trabajadores que posan sonrientes.
Claro que tampoco faltan quienes eligen ser escépticos e insistir en que se trata de un filtro que traen algunos celulares para agregar efectos a las fotos que se toman.
La bolsita de caramelos
Siempre en el terreno de lo sobrenatural, y con la aclaración de que son historias de “creer o reventar”, hay otros relatos sobre presencias inquietantes en el Cementerio de la Ciudad de Mendoza.
“Hace ya varios años también, un día me crucé con uno de los muchachos de mantenimiento y vi que tenía una bolsa enorme de caramelos. Yo, pensando que eran para él, le dije: ‘Che, tené cuidado que te van a caer mal si comés tantos caramelos. Y él me dijo: ‘No, no son para mí. Es para cuando paso por el lugar donde están las tumbas de los niños. Los escucho que se están quejando, entonces les tiro caramelos y así dejan de quejarse’”, completa el relato uno de los trabajadores del cementerio capitalino.