Sentimientos encontrados. Por un lado, el agradecimiento por haber pertenecido a un maravilloso grupo humano en una empresa icónica en Mendoza y, por otro, la desazón de cerrar una etapa y quedarse sin trabajo.
Hace unos días, Falabella bajó sus persianas en la provincia -primera ciudad donde debutó en la Argentina, allá por 1993- y con su cierre finalizó un ciclo trascendente en la vida laboral de alrededor de 400 mendocinos.
Y más allá de la nostalgia, la mayoría de los empleados coincide en un punto: el privilegio de haber pasado por esa tienda con el plus de no haber sido jamás “un número”.
Todo lo contrario. Los que ahora son exempleados, aseguran que tenían nombre, apellido y circunstancias. Y que el personal jerárquico jamás se hizo notar.
“Más que amigos y compañeros me quedan verdaderos hermanos y el sabor de haberme sentido importante para el equipo”, se sincera Malco Ceballos, que pasó los últimos años en el sector de indumentaria masculina.
Gerentes, empleados de limpieza; de ventas o de vigilancia eran exactamente tratados por igual.
“En definitiva éramos todos seres humanos”, ejemplifica Carina Bruera, con casi 18 años de antigüedad, primero en “Refuerzo de eventos” y luego en “Damas”.
Papá de tres hijos, Malco trabajaba nueve horas diarias y la tienda se convirtió en su segundo hogar.
En esos pasillos forjó vínculos entrañables, pasó momentos felices y de los otros y siempre se sintió digno, valioso. “Jamás sentí que tuve que pagar el derecho de piso, ni siquiera cuando ingresé, sin conocer la dinámica”, reflexiona. Y agrega: “Al contrario, fuimos todos iguales desde el primer día por eso en gran medida mis compañeros y yo estamos del lado de la empresa, que aguantó hasta donde pudo”.
Carina admite que inconscientemente, cuando comenzaron los rumores de cierre, se negaba a creer lo que sucedía. “Con la pandemia empezaron los trascendidos firmes. No sé si fue que no quería creerlo o me negaba, pero tengo recuerdos difusos de ese tiempo”, se lamenta. “¿Cómo una empresa de estas características va a abandonar el país?”, dice que solía cuestionarse. Y hasta que un día sucedió.
En medio de la cuarentena eterna, Carina, que es soltera, debe enfrentarse ahora a la difícil tarea de conseguir empleo en otro lado.
“No será fácil ingresar a otro lugar, porque esta compañía nos dio tanto y no me refiero solo a beneficios materiales, sino, insisto, al hecho de sentirse valorado”, expone, por su parte, Malco.
Cuando se celebraba el Día de la Madre o del Padre, a los agasajados se les daba el día libre, además de “llenar al personal de mimos” durante el Día de la Mujer; de la Primavera o del Trabajo, por ejemplo.
“Pueden parecer hechos banales, pero resulta alentador y gratificante desempeñarse en un ambiente cálido y cordial”, agrega Carina.
Desde que se instaló en la Argentina, según Malco, Falabella ha sobrellevado los distintos cimbronazos económicos que sufrió el país, como en 2001.
“Acá sube el dólar y nos sube la vida. La empresa sorteó todas las etapas hasta que esta vez dijo basta, en parte lo entiendo, también por el contexto en que se da”, reflexiona, mientras se define como un vendedor “personalizado”. Tal vez por eso, asegura el empleado de comercio, le han quedado vínculos inquebrantables con novias, quinceañeras y egresadas, porque durante el último período vendió calzado para esa franja de clientas. “Fue un contraste de sentimientos: mientras nos invadía la tristeza, nos reconfortaba el cariño y la comprensión del público, que se involucró como si fuera familia”, continúa. Y concluye: “No creo que el cliente mendocino encuentre tan fácilmente una tienda con la confección, la terminación y la calidad que ofrecía Falabella”.
“Me invade una profunda tristeza”
Después de 17 años de trabajo, Carolina Fernández asume que todavía está en shock. “Falabella era parte de mi vida y la gente mi familia”, señala la empleada de comercio.
Al igual que Malco y Carina, dice que será difícil conseguir un empleo similar, “con un grupo humano de excelencia y un clima laboral excepcional”.
Malco, Carina y Carolina son tres exponentes con el mismo sentimiento de angustia, pero también con un futuro promisorio. Porque en Falabella, aseguran, les dieron las bases para convertirse en vendedores con mayúscula. Carolina agrega: “Es cierto que la angustia sobresale por encima de todo, pero también entiendo que fue un verdadero privilegio haber formado parte del staff, del que guardo numerosas anécdotas”.