Paisaje y población en la frontera sur de Mendoza

El antiguo valle de Jaurúa, hoy departamento de San Carlos, tuvo un complejo proceso demográfico y social a partir de la colonia española. Los resultados de investigaciones recientes nos permiten conocer más acerca de este escenario fronterizo y de interacción multiétnica.

Paisaje y población en la frontera sur de Mendoza
Excavaciones en el paraje Coymallín, en Paso de las Carretas, departamento de San Carlos. Foto: Laura Steele.

El territorio entre los ríos Tunuyán y Diamante en Mendoza fue el escenario de una frontera amplia, flexible y dinámica entre los grupos sedentarios y productores de alimentos que se localizaban al norte y los cazadores recolectores al sur. A partir del siglo XVI, se integró como la periferia rural de la ciudad colonial, frontera sur del imperio español. Los españoles establecieron sus estancias ganaderas en el Valle de Uco, un oasis productivo localizado hacia el oeste, y avanzaron sobre el territorio indígena. Eventualmente denunciaron incursiones para el robo de ganado por parte de las parcialidades localizadas al sur del río Diamante: puelche y pehuenche, en algunos casos aliados a indígenas de la Araucanía.

En 1680, luego de que se abandonaran las estancias y se retrajera la frontera hasta el río Tunuyán como resultado de estas incursiones, se estableció una reducción de puelche chiquillanes en “el paraje de Cormañe”, también conocido como Cormallín o Coymallín, en el valle de Jaurúa, actual departamento de San Carlos. Posteriormente se sumaron 70 familias pampas a esta reducción. El paraje se localiza en las proximidades del arroyo Papagayos. Son frecuentes las referencias a esta localidad en los documentos entre los siglos XVIII y XIX. Entre ellas, el tratado de Paz de 1781 incluye la instalación de pehuenche de la parcialidad de Roco “en el paraje de Papagayos”. Estos “indios amigos” o “indios fronterizos” tenían la función de cuidar la frontera y dar aviso en caso de incursiones de otras parcialidades, a cambio de la autorización para poder pasar a comerciar periódicamente a la ciudad de Mendoza.

Cambios de estrategia

De acuerdo con la información histórica, estas instalaciones en la frontera consensuadas entre indígenas y españoles impusieron algunos cambios en las estrategias de subsistencia y en los patrones de asentamiento y movilidad de estas parcialidades: a los puelches chiquillanes “se les mandó abrir acequias para sus siembras y cultivos…”, en tanto que a los pehuenches se les entregaron 1.000 ovejas para pastoreo. Asimismo, se acentuaron las relaciones comerciales y el intercambio entre indígenas y españoles, ampliando las redes de circulación de bienes y complejizando la interacción social y étnica.

Vista de una roca (ignimbrita toba volcánica) con múltiples cavidades profundas, en el arroyo Papagayos, Paso de las Carretas.  Foto: Laura Steele.
Vista de una roca (ignimbrita toba volcánica) con múltiples cavidades profundas, en el arroyo Papagayos, Paso de las Carretas.  Foto: Laura Steele.

En 1770 se fundó el fuerte de San Carlos, y en 1788 comenzó el proceso de nucleamiento de la población del Valle de Uco en la Villa de San Carlos a través de la reunión de familias provenientes del mismo Valle, que tenían un patrón de asentamiento disperso, y con algunas familias provenientes de las Lagunas de Guanacache y Corocorto (La Paz). Diez años después del inicio de este proceso, la Villa contaba con 297 habitantes. Esta población era multiétnica, con mayoría indígena, de castas y españoles pobres.

Las prospecciones realizadas en la cuenca del Arroyo Papagayos permitieron reconocer dos sitios arqueológicos caracterizados por concentraciones de materiales lítico y cerámico en superficies elevadas, medanosas; en tanto que otros hallazgos frecuentes (18 hasta ahora) son grandes rocas con huecos o cavidades profundas (probablemente para molienda) en número y tamaño variable. La tipología de la cerámica identificada en superficie es diversa, e incluye estilos del sur de Mendoza (cerámicas grises y marrones incisas) y en muy baja frecuencia del norte de la provincia (naranjas con engobe rojo pulido) y coloniales (naranjas con vidriado de varios colores). Realizamos excavaciones en uno de los sitios dentro de una estancia que conserva el nombre indígena Coymallín, en las que pudimos reconocer varios niveles de ocupación entre los siglos XII y XVII. En el nivel fechado en 1640±15 años AD se identificaron restos zooarqueológicos de fauna introducida (ovicápridos y bóvidos), sin embargo, el consumo continúa fuertemente orientado a la fauna silvestre (principalmente, guanaco, quirquincho y huevos de ñandú). Igualmente, el conjunto de restos vegetales recuperados carbonizados está compuesto por especies silvestres (algarrobo). No reconocemos cambios a nivel tecnológico en las tradiciones cerámicas indígenas (como sucede, por ejemplo, en la ciudad de Mendoza) ni un uso significativo de bienes de estilo europeo: salvo escasos restos de ollas y cuencos de cerámica vidriada hallados aislados de las concentraciones, no se encontraron objetos de metal, vidrio, lozas.

Ocupaciones antiguas

Los resultados preliminares de los estudios arqueológicos, por un lado, señalan una ocupación recurrente de este sitio desde varios siglos antes de la colonia; en tanto que se puede reconocer al menos una ocupación del primer siglo colonial que podría corresponderse con la reducción de puelche-pampas de la segunda mitad del siglo XVII-primera del siglo XVIII. Por otro lado, los datos obtenidos por el momento contrastan con las estrategias que señalan los datos históricos: en cuanto a las prácticas de subsistencia estimuladas por los acuerdos de paz (hortícolas y de pastoreo), no se reconocen en el paisaje ni en el registro arqueológico rasgos o restos que concuerden con ellas, salvo por la incorporación en baja frecuencia de fauna doméstica europea que podría haber sido adquirida por alguna de las prácticas que mencionan los documentos (intercambio, regalos, robo). En cuanto a la dimensión tecnológica, la introducción de objetos o materiales novedosos tampoco es significativa e indica una continuidad con respecto a las tradiciones prehispánicas.

Otras tareas del equipo de trabajo en el área de Paso de las Carretas, donde se observa la excavación realizada. Foto: Laura Steele.
Otras tareas del equipo de trabajo en el área de Paso de las Carretas, donde se observa la excavación realizada. Foto: Laura Steele.

Las menciones documentales desde fines del siglo XVIII destacan el intercambio y la demanda de ciertos bienes europeos (principalmente, ropa, adornos y armas de metal), que se ha visto materializada en los ajuares funerarios de los enterratorios indígenas de Capiz y Viluco, localizados también en San Carlos. Sin embargo, al menos en las primeras ocupaciones del período colonial, en la vida cotidiana de la frontera prevaleció la continuidad de las prácticas antes que grandes transformaciones en las comunidades locales.

Como vemos, esta frontera es un escenario complejo de interacción multiétnica y social, que esperamos conocer mejor con el avance de las investigaciones históricas y arqueológicas que hemos iniciado con el apoyo del Conicet y la Secretaría de Investigaciones, Internacionales y Posgrado de la Universidad Nacional de Cuyo.

*La autora pertenece a Incihusa-Conicet e IAyE-FFyL-UNCu. Esta nota fue preparada en coautoría con la investigadora Martina Manchado - Imesc-Idehesi, Conicet e IAyE-FFyL-UNCuyo.

Producción y edición: Miguel Títiro - mtitiro@losandes.com.ar

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