Desde mi punto de vista, ante fenómenos como los llamados “paranormales” es imposible una posición intermedia. Es decir, o se los acepta o se niega la posibilidad de su existencia. Es improcedente el “no negar ni afirmar” en este punto.
Habrá que explicarse: si bien estos fenómenos pueden ser abordados desde el campo de una ciencia particular (la psicología, la física, la química), es desde la filosofía desde donde puede ir más allá de las pruebas empíricas para decidirse al respecto. Y, por supuesto, cuando uno aplica un análisis filosófico del tema no parte de la ambigüedad o de un lugar impreciso, sino al contrario: se ubica en coordenadas filosóficas puntuales, y así, no será la misma la posición de una filosofía materialista que una espiritualista.
Así que, al fin, desde el punto de vista de un materialista filosófico, como soy yo, no hay posibilidad de apariciones fantasmales, es decir, de espíritus descarnados, de fantasmas, de seres “exentos” de todo anclaje material. Atención: hablo de una materia no sólo física, ya que –aun diferentes– tan materiales son un cerebro como un proceso psicológico y hasta el conjunto de números primos, por dar algunos ejemplos.
Para alguien que acepta la existencia de espíritus y almas andantes, por supuesto, una aparición espectral cabría en el horizonte de posibilidades. En cambio, un materialista como yo encuentra justamente en esa imposibilidad la definición de su postura filosófica. Y es que para el materialismo no existen los “vivientes incorpóreos”: toda vida es corporal (sea vegetal, animal, mónera, alga u hongo).
Dicho esto, hay algo inobjetable con respecto a todo el rango de lo “paranormal”: siempre es pasible de otra explicación, más “económica”. Una alucinación, un espejismo, una psicosis colectiva o incluso, la fantasía, la ilusión o la distorsión de lo que se percibe, suelen ser las explicaciones más razonables para fenómenos descriptos por psíquicos, videntes, médiums y otras personas, incluso las que no pretenden engañar a nadie. Y aun si no la tienen, eso no avala explicaciones “sobrenaturales”.
Sin afán de novedad, creo que lo que mejor resume la actitud que ha de tener alguien que quiera abordar con seriedad estos fenómenos es aquella que supo condensar en una frase el famoso científico y divulgador Carl Sagan: “Afirmaciones extraordinarias requieren evidencia extraordinaria”. Para todo lo demás, existe la navaja de Ockham: “En igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable”. Y un alma errante no es, seguramente, la explicación más simple. Acaso, sí, la más simplista.
(*) El autor es editor de Sociedad en Los Andes, escritor y autor del blog Razón Atea, que desde 2006 trata cuestiones sobre religión, escepticismo y filosofía.