Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, conocido popularmente como Manuel Belgrano, quedó inmortalizado en la historia como el padre de la bandera argentina. Sus figuritas en las revistas, sus láminas escolares, los manuales de estudio y su bronce en estatuas siempre lo describirán de la misma manera. Sin embargo, la insignia argentina no fue su único legado; y -si de sangre hablamos-, dejó dos hijos más; aunque la historia oficial habló durante años de su única hija.
Manuela Mónica fue la única hija reconocida del creador de la bandera, y fue fruto de una relación extramatrimonial con María Dolores Helguero. La niña nació el 4 de mayo de 1819, poco más de un año antes que el general -quien también fue vocal de la Primera Junta de Gobierno en mayo de 1810- falleciera. Precisamente de su fallecimiento, que tuvo lugar el 20 de junio de 1820, se cumplen este domingo 201 años.
Sin embargo, no es de Manuela Mónica sobre quien hablaremos en esta nota; ni tampoco de los dos grandes amores que Belgrano tuvo en su vida y que -casual o causalmente- fueron mujeres casadas. Estas líneas serán dedicadas a Pedro Rosas y Belgrano, el segundo hijo de Manuel y quien recién de grande supo que su verdadero padre era el creador de la bandera argentina.
Su primer apellido también es conocido y popular dentro de la historia nacional. Porque Pedro fue adoptado y criado por Juan Manuel de Rosas, quien le dio su apellido. “Le voy a decir algo: usted es hijo de un hombre más grande que yo, que se llama Manuel Belgrano” cuenta la historia reciente que se ha logrado reconstruir sobre el momento en que Rosas le confesó su verdadero origen a su hijo adoptivo. “Entonces, desde ahora voy a ser Pedro Rosas y Belgrano”, respondió, contundente, el hijo oculto de Belgrano.
Manuel Belgrano, padre por dos
Dejando de lado los simbolismos y metáforas que nos llevan a colocar al abogado, economista, periodista, político, diplomático y militar rioplatense (en esa época parecía estilarse coleccionar profesiones) como padre de la bandera; Manuel Belgrano tuvo una única hija reconocida oficialmente.
Manuela Mónica Belgrano nació el 4 de mayo de 1819 en Tucumán, y el propio prócer la menciona abiertamente y reconoce como su hija en el documento que terminaría por convertirse en su testamento. Cuando nació la niña, él ya estaba muy enfermo; por lo que con este escrito la deja como heredera de parte de sus bienes.
Sin embargo, lo que no sabía Manuela Mónica y que durante muchos años tampoco se supo oficialmente es que la niña no era la única hija de Belgrano; ni tampoco fue la primogénita. Y es que, en 1813, Belgrano había tenido -en secreto- a su primer hijo varón, nacido en Santa Fe y en una estancia alejada de todos sus amigos y afectos. Las circunstancias del nacimiento de Pedro no fueron casuales; ya que había sido concebido de forma casi clandestina en Jujuy. Y con el mismo secreto con que se mantuvo el embarazo de la mujer durante meses, se dio el nacimiento: lejos de toda la atención, centrada por aquel entonces en la siempre hegemónica Buenos Aires; y en una estancia en medio del campo santafesino.
La madre de este niño era María Josefa Ezcurra, a quien Belgrano había conocido 11 años antes de este secreto nacimiento, en 1802, y en una de las habituales tertulias de las familias notables de la época. A comienzos del siglo XIX, Manuel Belgrano había regresado al país -tras estudiar en España- cuando conoció a esta joven 15 años menor que él. Él tenía 32 años, mientras que María Josefa apenas contaba 17.
Y aunque se enamoraron a primera vista -como suele decirse-, el romance estuvo condenado al fracaso desde el primer momento: los Ezcurra no veían en Belgrano un buen partido para su hija. Los padres de la adolescente, en cambio, encontraron el futuro que (creyeron) sería conveniente para su hija en un primo de María Josefa, Juan Esteban Ezcurra. Y, con el temor latente y sabiendo que las llamas del amor entre María Josefa y Manuel no se habían extinguido; aceleraron la boda entre los primos (que también se estilaba en la época).
Nueve años fue lo que duró el matrimonio -en la práctica- entre los Ezcurra; lapso en el que no tuvieron hijos y la relación transcurrió sin sobresaltos (ni tampoco una gran pasión o atracción). Fue Juan Esteban quien decidió priorizar su carrera política y repatriarse a su España natal. No obstante, legalmente nunca oficializaron la separación; por lo que seguían siendo un matrimonio ante los ojos de la ley.
Con su esposo a decenas de miles de kilómetros del país, el amor entre María Josefa y Belgrano volvió a asomar a la superficie (porque nunca se había disipado) poco a poco. Al seguir legalmente casada, el amor entre la feliz pareja debía mantenerse en la clandestinidad. Belgrano, quien había estado destinado en Rosario -donde enarboló por primera vez la bandera celeste y blanca- regresaba a Buenos Aires, y allí se reencontró con su primer y gran amor.
Juntos a todas partes
Sin la presión familiar intentando separarlos, pero con el peso legal del casamiento entre ella y su primo; María Josefa y Manuel lograron recuperar el tiempo perdido y en el que habían debido vivir sus vidas por caminos separados; sin escuchar su corazón.
En 1812, Belgrano fue asignado a Jujuy para asumir la conducción del Ejército del Norte. María Josefa Ezcurra no quería volver a separarse de su amado, por lo que decidió instalarse en el Norte Argentino con Belgrano. Claro que debían trasladarse por separados y en el más absoluto secreto; por lo que la mujer llegó a Jujuy 45 días después que el creador de la bandera.
En agosto de ese año se instalaron en Tucumán; y en octubre de ese año se confirmó la noticia que, en otras circunstancias, habría sido una hermosa noticia para los enamorados; pero en la realidad era un verdadero dolor de cabeza: Ezcurra estaba embarazada.
El 29 de julio de 1813, en la más absoluta soledad y hermetismo, María Josefa dio a luz a Pedro. Fue en la estancia santafesina ya mencionada, con Belgrano y su ejército aún en el Norte. El niño jamás fue reconocido por su padre ni por su madre, por lo que fue anotado como un nacido huérfano y bautizado en la Catedral de Santa Fe.
La adopción de Rosas
Las familias notables de la época siempre estuvieron vinculadas entre sí. Por esto mismo es que no debería sorprendernos, entonces, que la hermana de María Josefa -Encarnación Ezcurra- haya contraído matrimonio con Juan Manuel de Rosas. Y que meses después del nacimiento del “huérfano” Pedro, este matrimonio haya adoptado al niño. Porque, más allá de la clandestinidad y del secreto público, la familia de María Josefa estaba al tanto de la historia del pequeño Pedro (que todavía no tenía ese nombre).
Fueron los Rosas quienes llamaron al pequeño Pedro Pablo Rosas y quienes lo criaron como su propio hijo, aunque en la realidad era su sobrino (hijo de la hermana de Encarnación Ezcurra). El propio Belgrano, quien también estaba al tanto de que su hijo había sido adoptado por los Rosas; les había pedido que cuando su hijo oculto fuera mayor de edad le confesaran toda la verdad sobre sus raíces.
En cumplimiento de este pedido, cuando Pedro Pablo Rosas cumplió 21 años, su padre adoptivo le contó su verdadera historia. Y fue allí cuando se dio el citado diálogo al comienzo de esta nota, en el que el joven contestó que -a partir de ese momento- firmaría como “Pedro Rosas y Belgrano”.
Ya adulto, Pedro Pablo Rosas y Belgrano se desempeñó como comandante militar interino y juez de paz en Azul, Provincia de Buenos Aires. La mayor parte de su vida transcurrió en los campos que su padre adoptivo le cedió en ese punto. Contrajo matrimonio con Juana Rodríguez y su historia de amor fue todo lo opuesto a la de sus verdaderos padres: juntos tuvieron 16 hijos.
El coronel Pedro Rosas y Belgrano falleció el 26 de septiembre de 1863.