Siempre se puede dejar afuera nombres. Pero detrás de la estela de Gregorio Torres (el mulato que fuera el primer pintor del que se tenga noticia) hay un grupo notable de grandes artistas plásticos y escultores que han sido forjadores de este arte en la provincia. Entre ellos, Fidel Roig Matóns, Vicente Lahir Estrella, Ramón Subirats, Fidel de Lucia, Sergio Sergi, Víctor Delhez, Beatriz Capra o Eliana Molinelli.
Pero hay tres nombres de incuestionable relevancia no sólo provincial, no sólo nacional, sino también mundial. Ellos son Fernando Fader, Julio Le Parc y Carlos Alonso.
Julio Le Parc: el cultor de la abstracción con acento parisino
Ha vivido en Francia por largas décadas y casi es un parisino más. No reside en Mendoza desde 1942, pero Julio Le Parc, nacido en Palmira (San Martín), el 23 de septiembre de 1928, es de esos comprovincianos cuyo nombre solemos poner en las enciclopedias cuando queremos sacar “chapa” de que esta es una tierra de grandes artistas plásticos.
Julio Le Parc estudió arte en Buenos Aires y partió a Europa para convertirse no en un aprendiz o una figura menor, sino en uno de los grandes animadores de la escena artística experimental de un tiempo, el suyo, en el que las vanguardias eran claras y animaban la escena. Su obra apuesta invariablemente hacia la abstracción, con fascinantes juegos geométricos en los que el color juega un rol fundamental. A la vez, practica un arte en el que el movimiento aparece en la obra para quitarle estatismo, obligando al espectador a meterse en ella, interactuar con la misma, dejarse llevar por los efectos que la luz provoca en los planos.
Ese arte original y vanguardista es el que lo llevó a convertirlo en uno de los grandes representantes de esa corriente en el mundo, a inscribir su nombre en las enciclopedias. Por eso Le Parc, quien no vive aquí desde hace tanto, no es un nombre para regatear.
Como si de Messi se tratase en cuanto al arte abstracto y cinético se refiere, Le Parc es de esas personalidades que, aún forjadas en el exterior, tienen todavía algún eco mendocino que los conmueve. Para muestra basta lo que dijo cuando, en 2012, llegó a nuestra provincia para la inauguración del imponente espacio cultural ubicado en Guaymallén y que lleva su nombre. Allí, bajo la hipnótica Esfera roja que donó para este lugar, confesó: “De donde uno viene, uno es. Aquí, esta, mi Mendoza, configuró mi infancia, imprimió en mí la esencia de mi personalidad”.
Fernando Fader: un faro que guía a los artistas de Mendoza
Había nacido en Burdeos (Francia) en 1882 y vivió apenas 20 años en nuestra provincia, cuando diversas circunstancias familiares lo trajeron hacia acá. Pero era él mismo quien se consideraba mendocino.
Fernando Fader, un paisajista que practicó una versión personal del impresionismo y cuya maestría y don destilan en cada una de sus obras, es de esos pintores que han dejado una honda influencia en la plástica mendocina.
Parte de la historia que inscribió Fader como pilar de las artes argentinas se dio con la conjunción de Emiliano Guiñazú, quien lo contrató para decorar su casa (la que ahora es el museo que lleva su nombre, en Luján). Poco después, Fader se casaría con la hija de Guiñazú y quedaría sellada una relación para siempre.
El pintor falleció en Córdoba, en 1935. Pero el magistral arte de sus pinceladas sigue vivo.
Carlos Alonso: pintor e ilustrador con mayúsculs
Pocas obras pictóricas de la plástica nacional tienen tanta fuerza dramática como la de Carlos Alonso.
Nacido en Tunuyán en 1929, este estudiante precoz de arte destacó de inmediato por su gran técnica en el dibujo y con apenas 20 años ofreció su primera muestra.
Tras viajar a Buenos Aires y conseguir una muestra ahí, comienza a ganar fama su pintura, que se enriquece con un viaje a Europa. Al tiempo comienza la otra tarea: la de ilustrador de obras literarias, con la que mostró su gran sutileza y su talento imponente en grandes editoriales.
En 1967 llega su consagración, al exponer en la Galería Internacional de Arte (Nueva York, Estados Unidos). Doce años después, ya convertido en un referente, se debe exiliar por el golpe militar de 1976 y vive en Italia. A su vuelta, en los 80, se radica en Córdoba, donde vive desde entonces.
En Mendoza, el museo, en la Mansión Stoppel, lleva su nombre. Un premio merecido para un pintor con mayúsculas.