El 9 de abril de 2019, poco antes de la pandemia, Manuel Vargas junto a su esposa Carolina Galbán, comenzaron a percibir numerosas necesidades en el barrio Sol y Sierra de Godoy Cruz, en un sector ubicado detrás del dique Maure. Con lo poco que tenían, porque a ellos nada les sobra, decidieron abrir un merendero al que denominaron “Dios todo por ellos”.
El nombre responde a su fidelidad a la Comunidad Cristiana de la Ciudad, que es creyente en un Dios vivo. El mismo Dios que, aseguran, les da fuerzas para seguir adelante cada vez que caen.
En estos días Manuel y Carolina están padeciendo, justamente, una de esas “caídas”. Para ser más exactos, la cuarta en apenas 90 días, según señalaron en diálogo con Los Andes, con angustia y desolación. Haber conseguido los insumos para brindar las viandas a tanta gente fue producto de mucho esfuerzo y especialmente de tiempo. Y todo se derrumbó en minutos.
El lugar, que se inició con 35 niños y que hoy recibe a 150 personas tres veces por semana, muchas de ellas abuelos en situación de pobreza extrema, no tiene colores políticos ni recibe subsidios o planes sociales. Funciona solo a partir de la buena voluntad de sus cocineros y de la mucha gente que suele ayudar con donaciones.
“Por eso estamos tan angustiados, cansados de que, a pesar de cerrar con candado, se metan a robar lo poco que tenemos. Es el cuarto o quinto robo en tres meses, ya ni siquiera llevo la cuenta. Se llevaron cables que teníamos para conectar la luz, una hormigonera, un tanque de 1100 litros, un disco para cocinar, un colador grande, machimbre, bolsas de cemento, materiales de construcción y también mercadería, aceite, leche, gaseosas…”, enumeró Vargas.
Dijo, también, que en otras oportunidades no hicieron públicos los robos, aunque esta vez “tenemos que contarlo para pedir ayuda, no damos más y debemos reponer lo perdido”. En esta ocasión, además de robar, los delincuentes también perpetraron daños, como la rotura de la puerta de una heladera vieja pero que funcionaba perfectamente.
“Dios quiera que no se vuelvan a meter. Todo lo que hacemos es por la gente y nosotros también somos humildes. No vivimos en el merendero, sino a 11 kilómetros y los traslados también implican dinero. Alrededor de 50 familias retiran sus viandas, cada vez más gente y más pobreza”, sostuvo.
“No sabemos quiénes fueron, pero sí sabemos que deben ser personas que conocen los movimientos del merendero. Posiblemente gente de esa zona. Rompieron el candado y las cadenas”, agregó.
“¿De quién dependemos? De nosotros mismos. Mi esposa Carolina y yo somos los que publicamos, pedimos ayuda, recibimos donaciones y cocinamos”, reiteró, para señalar que no cobran ningún plan social, no trabajan para políticos ni reciben ayuda del gobierno provincial o municipal.
“La plata de los gastos del merendero sale de nuestro bolsillo, trabajamos haciendo changas, mi esposa es ama de casa y en la semana hacemos la limpieza de la iglesia a la cual solemos ir, que se llama C3 Comunidad Cristiana de la Ciudad. Repito, cocinamos voluntariamente”, aclaró.
No es la primera vez que el merendero -que, en realidad, funciona como comedor comunitario- atraviesa situaciones difíciles. En dos oportunidades, más allá de otros robos, estuvo al borde del cierre debido a la crisis económica y a la falta de donaciones.
Al borde del cierre
“Estamos muy mal, al borde del cierre. Ya no tenemos ayuda de la gente como antes y es una lástima. Muchos niños y adultos, casi 150, se alimentan gracias a este lugar tres veces por semana”, había dicho Manuel Vargas, quien señalaba que había pedido ayuda por todos lados y que no la recibía porque “la gente está mal, no hay dinero ni para ayudar con lo mínimo”.
Es que, cuando el lugar abrió sus puertas concurrían 35 chicos, aunque esa cifra, con la pandemia, la inflación y el incremento de los índices de pobreza, se cuadriplicó y, además, concurre otra franja.
Desde muy joven el sueño de Manuel Vargas fue inaugurar un merendero y devolver lo mucho que a él lo ayudaron estos establecimientos en su infancia signada por las carencias. Lo logró en un lugar situado en el medio de la nada, pleno descampado, sin los servicios básicos y donde las viviendas son extremadamente precarias, fabricadas en su mayoría con cartón prensado y nylon.
El comedor “Dios todo por ellos” puede ubicarse en Facebook con ese mismo nombre. Allí, solo existe un contrapiso porque el anhelo de poder construir un techo aún sigue siendo un imposible. A la intemperie y con la ayuda de vecinos, niños y algunos adultos reciben su porción de comida tres veces a la semana.
Manuel y Carolina comenzaron a pulmón y de la misma manera continúan. Pero ahora necesitan, tal vez, más ayuda que nunca.
“Le pedimos a la gente reponer todo lo que nos han robado, algunos elementos, incluso, robados antes de esta oportunidad. Todo material para la construcción nos viene bien para techar y seguir armando el lugar, aunque necesitamos también ropa, calzado, frazadas, mobiliario, vajilla, mercadería, como carne molida, leche, aceite, chocolate, galletas, fideos. En fin, donde hay tantas carencias todo viene bien”, expresó, para dejar el alias y poder comprar con las donaciones lo más urgente.
Hoy, como ayer, dijo, la pobreza crece y ellos la pueden palpar todos los días. Aseguran que hay realidades muy tristes, historias muy crueles.
Cómo ayudar
Los contactos para ayudar al Merendero “Dios todo por ellos” son:
- Carolina Galbán 2615607126
- Manuel Vargas 261560745
- Alias: vargasmanueleduardo