Más allá de cuánto nos gusta jugar con ellos y estar acompañados, hay múltiples beneficios de tener una mascota que desconocemos o que, al menos, las sentimos inconscientemente. La sola presencia de nuestros queridos animales reduce los niveles de estrés y contribuye a desarrollar el sentido de responsabilidad, entre otras cosas.
También ayuda en aquellos casos en los que se padece algún tipo de enfermedad física o emocional, según el magister en salud mental comunitaria y docente de la UBA, Vicente Gemmis: “Hay investigaciones que afirman que la interacción entre una persona y una mascota disminuye la presión arterial y aumenta los neuroquímicos asociados con la relajación”.
El especialista explicó que “el animal no te defrauda, es distinto del humano y no tiene la capacidad de traicionarte”. “El peor pecado de los nuestros es la mentira. En cambio, uno recupera en ellos lo fiel, lo genuino, todo lo que no se basa en la comunicación a través de la palabra”, dijo Gemmis en una entrevista publicada por Télam.
Sin embargo, los beneficios para los adultos mayores serían todavía más. Es que convivir con un perro no solo funciona como una compañía, también son una “alternativa” a la hora de realizar actividad física, y las evidencias científicas lo avalan.
Un artículo publicado por The Journal of Epidemiology and Community Health destaca que menos de la mitad de los mayores en Reino Unido cumplen con los objetivos de 150 minutos semanales de actividad moderada. Por eso realizaron un estudio en donde participaron 3.123 personas, casi todos rondando los setenta años, y llegaron a la conclusión de que quienes tenían perro (un 18%) hacían más ejercicio que aquellos que vivían sin mascotas.
“Sabemos que la actividad física disminuye a medida que la gente envejece, y este declinar es particularmente grande durante el invierno, cuando los días son cortos, fríos y húmedos, haciendo más difícil tener motivación para salir”, manifestó Andy Jones, uno de los investigadores.
“Quienes paseaban a su can eran mucho más activos y pasaban menos tiempo sentados en comparación con los que no tenían perro. Cuando observamos las actividades que los participantes realizaban teniendo en cuenta las variaciones climatológicas, nos sorprendió mucho la gran diferencia entre quienes tenían perro y los que no”, detalla Jones, integrante del departamento de Salud de la Población y Atención Primaria de la Facultad de Medicina de Norwich, perteneciente a la Universidad de East Anglia (Reino Unido).
“En los días más cortos, fríos y húmedos, todos tendían a ser más sedentarios; los que vivían con un perro eran más activos físicamente. Esa diferencia entre unos y otros fue mucho más importante de la que solemos encontrar en intervenciones como las sesiones de actividad física en grupo, que son usadas habitualmente para ayudar a la gente a permanecer activa”, concluyó.