Rocío Lizarzaburu tiene 53 años, nació en Perú y hace casi un cuarto de siglo vive en Mendoza. El detalle es que casi nadie la conoce como Rocío, sino que directamente le llaman “La Petisa”. De hecho, así se llama la gomería de Godoy Cruz de la que es encargada desde 1997. Y donde, más allá de algunas miradas raras de hombres que van buscando asistencia o la reparación de los neumáticos y no terminan de entender que una mujer pueda darles la solución (aún en pleno siglo XXI), demuestra día a día que los estereotipos están para ser derribados.
“Las clientas mujeres son las que se sienten más contentas y muy identificadas cuando llegan. Se sienten bien, porque no tienen que quedarse afuera esperando o esperar en el auto. Incluso, se relajan y me dicen que muchas veces sienten que los hombres piensan que la mujer es tonta. Pero acá se sienten más cómodas”, se sincera La Petisa. Claro que, en contra partida, muchas veces son los hombres quienes no terminan de entender la situación.
“Me he encontrado con hombres que piensan que, por ser mujer, no lo puedo hacer. Y no terminan de entrar en confianza, por lo que les digo que si no supiera hacer algo, no me dedicaría a eso. Todavía está esa idea de que la mujer tiene que estar en la casa o en la cocina, y tenemos que romperlo”, continúa. Y, con una sonrisa cómplice, desvela alguna que otra confesión que le han hecho algunos hombres cuando llegan a búsqueda de asistencia. “Hay hombres que me han dicho que se sienten unos boludos al verme a mi desarmando todo y ellos mirando y sin entender”, se sincera entre risas.
Y no duda en enumerar todas sus especialidades. “Vulcanizo, coso cubiertas rotas. La verdad es que hoy en día están tan caras las cubiertas que trato de salvarlas todas. Cuando no queda otra, ahí si le digo a la gente que va a tener que comprar unas nuevas”, sigue.
De toda la vida
Rocío vivió en Trujillo, Perú, hasta 1997. De chica, junto a sus seis hermanos (tres hombres y tres mujeres, además de ella) se crió en la gomería en que trabaja su padre. De él heredó este oficio y los conocimientos. “La verdad es que nací en todo esto. De las cuatro mujeres, a mí era la que más me gustaba el oficio. Y recuerdo que al comienzo era como un juego: llegaba la gente a echar aire y nosotros corríamos para ver quien llegaba primero y se quedaba con la moneda”, rememora la gomera.
Horas y días enteros en la gomería de su padre la llevaron a ir aprendiendo el oficio y a quererlo poco a poco. Sin perderse ni un solo detalle, Rocío observaba a su padre y aprendió todos los secretos de la profesión. Y cuando ya era más grande, junto a su padre abrió su propia gomería en Trujillo.
Así fue como se estableció en Trujillo, con su propia gomería y logrando formar su propia familia también. Pero las cosas no transcurrieron como ella lo había imaginado, y el vínculo con su pareja se convirtió en una pesadilla que la encontró en el lugar de víctima de violencia de género y maltrato. Por ello es que en 1997 llegó a Mendoza, “me escapé de mis problemas familiares” como ella misma reconoce.
Una nueva vida
Aunque tenía experiencia y sobrados conocimientos en el arreglo de ruedas y neumáticos, su llegada a Mendoza y sus primeros trabajos aquí estuvieron ligados al servicio doméstico. “Empecé como empleada doméstica. Nunca voy a olvidar a la familia González, de San Martín, que me dio mi primer trabajo. Para colmo, yo nunca me había separado de mis hijas ni de mi Trujillo, y venirme a otro sitio fue difícil. Llegué con mucho miedo, pero me recibieron muy bien”, reconstruye La Petisa.
Durante sus primeros años en Mendoza, Rocío se ganó la vida como empleada doméstica. Hasta que un día se dio cuenta de que no tenía intenciones de limpiar casas y vivir de eso hasta que fuera una mujer grande, sobre todo luego de tener que sobrepasar algunas situaciones difíciles.
“Entonces empecé a ahorrar para a comprar mis herramientas y abrir mi propia gomería. En un momento se me cruzó por la cabeza volverme a Perú. Pero me di cuenta de que en Godoy Cruz están mis hijas y mis nietas, por lo que le pedí consejos a mi papá que seguía en Perú y le pedí consejos para poner mi propio emprendimiento. Le conté cuáles eran las herramientas que había comprado y mi proyecto. Y él me apoyó”, acota.
Hace dos años y medio que Rocío abrió su propia gomería, La Petisa (en Perito Moreno y Sarmiento, de Godoy Cruz). Y durante los primeros meses tuvo como socio de lujo a quien fue su primer maestro: su propio padre. “Mi papá se vino y empezamos a trabajar los dos. Pero hace cerca de un año y medio él tuvo que viajar a Perú por algunos trámites y finalmente falleció allá con coronavirus. Fue duro, y me pregunté por dentro: ‘¿qué hago ahora, sola?’ Y me respondí que, si era lo que me gustaba, tenía que seguir. Y aquí estoy”, destaca.
La situación de ingresar a una gomería y encontrar a una mujer trabajando, arreglando, emparchando pinchaduras, vulcanizando y coordinando todo no es muy frecuente. Y, sin importar si el cliente es hombre y mujer, la postal es –cuando menos- llamativa. Pero Rocío, La Petisa, lo toma con mucho humor.
“Acá, en las paredes, yo cuelgo cartitas y dibujitos que me regalan mis nietos. Y eso es algo que, cuando viene la gente y los ve, le da mucha ternura y cariño. En las paredes de esta gomería no hay pósters de mujeres sin ropa. Y eso es algo que le gusta a la gente”, concluye, siempre con una sonrisa.