Los episodios de riñas, golpizas, bataholas y ataques en fiestas o boliches durante los fines de semana son una constante en los medios de comunicación. Desde encargados de seguridad (patovicas) que se exceden en sus funciones y descargan su bronca contenida contra alguna persona (o grupo de personas) hasta jóvenes -y no tan jóvenes- que, habiendo consumido excesivas cantidades de alcohol u otras sustancias terminan siendo los protagonistas de un violento desenlace. Sin embargo, muchas de estas crónicas periodísticas suelen girar en torno a un determinado grupo y que, en los informes, aparecen como los actores principales más recurrentes en el rol de agresores: jóvenes que juegan al rugby o, simplemente, ‘rugbiers’, a secas.
El crimen de Fernando Báez Sosa, el joven que fue asesinado en Villa Gesell a principios del año pasado por un grupo de rugbiers que se organizó para golpearlo salvajemente a la salida de un boliche y lo abandonaron muerto en la vía pública ha sido el más resonante de los últimos años. Y recientemente, en Mendoza, cuatro jugadores de rugby fueron imputados luego de que uno de ellos golpeara violentamente a un adolescente de 16 años, ocasionándole fracturas múltiples en el rosto; y amenazara -junto a los otros acusados- a la víctima del ataque y sus amigos. Esto último ocurrió en Chacras de Coria, durante la celebración de un cumpleaños de 15.
¿Un joven es más violento que otro por el solo hecho de jugar al rugby? ¿O se trata de una estigmatización simplista? ¿Se potencian entre sí quienes practican este deporte para golpear ‘por diversión’? ¿Por qué siempre se aclara cuando un agresor es rugbier, pero no se le pone el mote si juega al fútbol o tiene cualquier otra profesión? Un sociólogo, un psicólogo y otros referentes consultados por Los Andes dan sus puntos de vista sobre esta situación y los cientos de interrogantes.
Una visión sociológica
Para el sociólogo Leandro Hidalgo, existen modelos pautados de masculinidad. Y, dentro de esas formas sociales, que además forjan un cuerpo, un estereotipo, una mirada, aparece toda una red que ilumina ese patrón dominante. “No creo sea exclusivo de ese deporte, aunque refracta, pienso también en las violencias de género, en todas esas formas de ser varón, todas las estructuras a las que estamos sujetados, y que nos siguen ofreciendo una determinada dirección de nuestra subjetividad”, destacó Hidalgo.
Para el referente, es fundamental estudiar e investigar al interior del deporte, y por largo tiempo, para ofrecer también otros modelos, otras figuras emocionales, pedagógicas, y abrir la discusión, definitivamente. “No basta a veces con la buena voluntad. Juan Branz, un teórico que se abocó al tema en profundidad, menciona que (el rugby) siempre fue un espacio que legitimó una determinada cultura (europea), todo aquello que quería la clase dominante del siglo XIX, y que ese proyecto civilizador, que los distinguía como caballeros, les ofrecía además un prestigio social por jugar, por pertenecer a supuestos valores morales, disciplina, grupo, rudeza, y todo ese discurso que le es tan propio. Esa génesis de formación es fundamental para empezar a pensar en clave sociológica. Cómo es la forma de ser varón en determinados campos, por ejemplo, qué atributos hay que tener para estar legitimado, qué capitales (simbólicos, económicos, etcétera) se disputan en su interior y por qué, qué historia social presenta y representan. Son apenas preguntas de un iceberg”, siguió el sociólogo.
“La violencia es estructural, no específica, siempre hay un nosotros y un ellos que vuelve, de clase, de equipos, de construcciones ideológicas. Por otro lado, lo fugaz y mediático ofrece la tentación de etiquetar, de prejuzgar, sin entender matices ni multiplicidades. El rugby, como grupo social, constituye ya de por sí una complejidad, un contexto de formación, una historicidad. Pero hay cosas simples también, cargamos con un déficit humano, afectivo, que es urgente reparar. Es necesario discutir, ofrecer miradas al interior de cada institución, de cada casa, sobre cómo educamos, cómo nos educaron a nosotros, para no forjar tan sólo predios alejados, como islas, fortaleciendo una identidad segmentada, sin comunidad”, concluyó Hidalgo.
La psicología y el “error fundamental de atribución”
El psicólogo Mario Lamagrande también se refirió a la existencia o no de ciertos patrones de conducta dentro de esta rama y que puedan repetirse -o no- entre la mayoría de las personas que practican rugby.
“Hay un conocido precepto que sostiene que, si un perro muerte a una persona no es noticia, pero si una persona muerde a un perro, sí lo es. En estos casos se aplica este razonamiento. Porque generalmente los rugbiers suelen estar asociados a grupos de elite, de un alto status económico y social. La violencia es algo que está en ascenso, esta misma semana ha habido otros casos. Pero de ninguno se habla tanto como del caso que involucra a rugbiers”, destacó Lamagrande. En tal sentido, el psicólogo se detuvo en el trabajo que hace un grupo de rugbiers veteranos que están llevando la práctica de este deporte a las personas privadas de la libertad como una herramienta de contención y reinserción, aunque no suele contar con la suficiente comunicación.
“En estos grupos, por lo general, tienden a ser vistos de la misma manera en que ocurre con lo barrabravas: no en el plano individual, sino en grupo. Se trata de lo que en la psicología se conoce como error fundamental de atribución y que tiene que ver con que se da por hecho y algo sobreentendido que, al pertenecer a un grupo que se considera de elite, deben cumplirse ciertas expectativas. La gente tiende a reflejar o querer ver en esas personas valores y normas, que no son más que pautas cognitivas de cómo encarar las cosas. Y si no se cumplen, se las cuestiona”, siguió el especialista.
Para Lamagrande también es peligrosa la generalización de considerar a todos los que practican rugby como sujetos peligrosos. “Si se tiene en cuenta la proporción de la cantidad de hechos violentos que involucran a rugbiers con la cantidad de personas que practican este deporte, el problema no es fuerte. Pero aquí entran en juego otros factores. Y como muchas veces los rugbiers son de sectores vinculados a grupos de poder -y de estos grupos suele venir la corrupción y la violencia-, hay un enojo de la gente. En pocas palabras, mientras más status, más perseguidos son. Y cuando estos grupos actúan de una forma violenta, más se los persigue y se pone a toda la institución en discusión”, destacó Lamagrande.
A modo de ejemplo, el psicólogo se refirió al audio que se filtró hace unos días y que se atribuyó al deportista que golpeó al adolescente de 16 años. Esta mañana, la fiscal Claudia Ríos destacó que ese audio no era del imputado (Luciano Garrido), sino de otro adolescente que lo grabó a modo de “broma” para un grupo de WhatsApp interno. “La velocidad con la que se viralizó ese audio y las conclusiones que se sacaron te muestra lo rápido que se estigmatizan estas cosas. Hace un tiempo, después de uno de los casos resonantes, un grupo de chicos que juegan al rugby estaba entrenando en el parque y se detuvo un auto con personas grandes que quisieron bajarse a pegarles, ¡solamente porque jugaban al rugby! Se proyectó tanto la violencia que legó hasta querer golpear a chicos, solamente por jugar al rugby”, sintetizó.
Fuera de las canchas
El presidente de la Unión de Rugby de Cuyo (URC), Ramiro Pontis destacó que las personalidades y conductas de quienes actúan de forma violenta en distintas situaciones nada tienen que ver con el rugby en sí. De hecho, aclaró que ni siquiera son situaciones que se den en la cancha o mientras se disputa un partido.
“En el rugby suele haber más problemas fuera de la cancha que dentro. Dentro de un partido, si uno le pega a otra persona, se lo expulsa, y luego son durísimas las sanciones que llegan”, reflexionó el dirigente, quien indicó que están en conversaciones con la subsecretaría de Deportes y el área de Diversión Nocturna para realizar distintos talleres con psicólogos y especialistas para evitar estos episodios que periódicamente se convierten en noticia. “No es bueno que lo único que sepa la gente del rugby y de quienes lo juegan sean las cosas malas”, aclaró.
Según explicó Pontis, los propios clubes suelen contar con sus propios equipos de psicólogos y que trabajan en el abordaje de situaciones como manejo de la ira, consumo de alcohol y de sustancias problemáticas. “Son los propios entrenadores quienes aconsejan a los chicos para que este tipo de conductas sean erradicadas. Si el chico vive ocho o 10 horas en el club, como mucho, no se pueden hacer milagros. Pero hay que dedicarle algún tiempito para trabajar en este tipo de formaciones, para evitar el bullying, para manejar la ira”, siguió Pontis
El presidente de la URC destacó que, aunque muchas veces en la opinión pública y los medios las referencias a quienes juegan al rugby giran en torno a “un tipo fuerte, con una sola neurona y que lo único que sabe hacer es pegar”, estas situaciones particulares no tienen que ver directamente con el deporte en sí. “Son cosas que exceden al deporte y que vienen de cada familia, tiene que ver con una cuestión social. Con esto no estoy diciendo que todos los chicos que juegan al rugby sean unos angelitos, porque lamentablemente hay muchos tipos que entienden mal el mensaje y creen que pegarle a los otros es una diversión”, se explayó el presidente de la URC. “Cuando uno bebe una importante cantidad de alcohol, muchas veces se libera, desinhibe, y se destapa la personalidad violenta que una persona puede tener. Pero esto no tiene nada que ver con el rugby en sí, el rugby hace mucho por contener a los chicos”, siguió.
De la misma manera, Pontis se refirió a las distintas acciones positivas que también se encabezan desde esta disciplina, como por ejemplo entrenadores que se dedican a fomentar y llevar el deporte a las cárceles. O también a la creación del equipo de Los Cuyis, a través del cual se ha logrado integrar -por medio del rugby- a chicos con discapacidad de distintas edades.
“En Mendoza, el mayor porcentaje de donación de sangre viene de los rugbiers. Pero esas son cosas que no se suelen saber. Los hechos de violencia son los primeros en conocerse”, indicó.
En primera persona
Pablo tiene 38 años y recuerda que gran parte de su adolescencia estuvo marcada por la violencia de otros jóvenes que jugaban al rugby. “Este problema viene desde hace décadas. Yo sufrí la violencia de los rugbiers durante toda la secundaria. Tanto en el colegio como en fiestas y eventos. Hacían bullying a los demás y buscaban pelea constantemente. Se sentían socialmente superiores y se movían en grupos. Yo no sé si el rugby les enseña a ser violentos, pero muchos lo son”, destacó el hombre en diálogo con Los Andes.
“Para gran parte de ellos agarrarse a trompadas es parte de la diversión. Recuerdo un recurrente modus operandi en boliches: molestaban a propósito a una chica para que el novio saltara a defenderla. Entonces, ahí lo emboscaban en patota y lo molían a golpes. Pero el objetivo principal no era ese, sino ‘probarse’ con los patovicas que llegaban a calmar la situación. Medían fuerzas con los empleados de seguridad. Veinte años después veo que nada cambió, se repite. Lo que pasó en Chacras de Coria hace poco y la salvaje golpiza a Fernando Báez Sosa en Villa Gesell son el mismo caso, solo que afortunadamente el chico mendocino no murió. Si bien conflictos hay en todos los ámbitos de la sociedad, no percibo que en otros deportes se de lo que sí se da permanentemente en torno al rugby”, cerró.