Camino a Cacheuta por la ruta Panamericana, en Luján de Cuyo, es imposible que no llame la atención y retenga las miradas los restos de lo que fue una obra colosal, casi encima del río Mendoza. Es que, ¿a quién se le ocurrió construir semejante estructura tan cerca de la corriente de agua? Se trata de lo que hoy se conoce como Ruinas de Fader, lo poco que quedó de una de las obras más importantes de la historia de Mendoza en cuanto a industrialización y modernización. Un innovador proyecto de la época y un desastre natural se combinaron para dejar uno de los atractivos turísticos de la zona, que ya es patrimonio provincial.
Pese a que ya pasaron más de 100 años, dos aluviones, miles de tormentas y millones de turistas, los restos de la obra siguen resistiendo entre piedras y ladrillos, con paredes, escaleras y estructuras que contrastan fuertemente con el paisaje e indican que allí hubo algo importante. “Son ruinas de una usina eléctrica, que se empezó a diseñar como proyecto en 1899. Ese año se le otorgó a Carlos Fader -empresario alemán- la posibilidad de llevar adelante un emprendimiento de construcción de una usina hidroeléctrica”, explicó Horacio Chiavazza, director de Patrimonio Cultural y Museos de la provincia, sobre lo que fue “uno de los emprendimientos hidroeléctricos más importantes del país” durante esos tiempos.
Sin embargo, la naturaleza agreste de la zona precordillerana le jugó una mala pasada y el proyecto “duró muy pocos años porque en febrero de 1913 se produjo un aluvión que la arrasó y destruyó totalmente”, a tal punto que jamás volvió a estar en funcionamiento. “Hoy son un bien patrimonial de la provincia, y son importantes en medida que representan obras del pasado industrial de Mendoza”, explicó Chiavazza, y agregó que fueron “recuperadas y puestas en valor hace unos años”.
Además de cartelería informativa y de prevención, la Municipalidad de Luján estableció un mirador donde la gente frena habitualmente en su camino a Cacheuta o Potrerillos para vislumbrar los restos de la usina eléctrica e imaginarse lo imponente que se debe haber visto el proyecto funcionando.
“Se puede observar desde el otro lado del río. No es conveniente que lleguen hasta allí los visitantes porque generalmente se producen muchos daños cuando caminan por ahí, con el tiempo eso fue vandalizado y sufrió otros daños”, advirtió el director de Patrimonio Cultural.
Un poco de historia
Carlos Fader, o “el Rockefeller mendocino”, como lo apodó el periodista Carlos Campana en un escrito sobre su historia, fue “un aventurero” alemán que junto a su familia se convirtió en uno de los empresarios más importantes e innovadores de la provincia, destacándose como referente y pionero en la industria del petróleo, el gas y la hidroeléctrica.
En 1899 se le otorgó la posibilidad de llevar adelante un emprendimiento de construcción de una usina hidroeléctrica, “obteniendo, por ley de la provincia, la concesión del uso de las aguas del río Mendoza”, explicó Campana.
“Entre 1901 y 1903 recién pudieron empezar las obras, y en 1905 empiezan definitivamente los trabajos. Allí se comienzan a dinamitar unos cerros para obtener la tierra para hacer el represamiento, que elevó el río a un nivel de agua de 10 metros respecto al curso actual”, relató Chiavazza. “Se construyó el lugar donde se alojó el dínamo -generador eléctrico-, los alternadores y todos los elementos que permitían transformar la fuerza hidráulica en energía eléctrica”, agregó sobre lo que sería la primera construcción de este tipo en Mendoza.
“De hecho habían tres en toda Argentina”, por eso el titular de Patrimonio lo destaca como “uno de los emprendimientos hidroeléctricos más importantes del país”.
Pero desde el principio, el proyecto de los Fader parecía estar sentenciado, porque según contó Chiavazza, empezaron con mala suerte. “En 1905 apenas lo empieza el ferrocarril trasandino suspende los fletes con los cuales él llevaba la dinamita para seguir trabajando. Por eso tuvo que hacer un camino desde Blanco Encalada hasta Cacheuta con voladuras”, relató el funcionario.
Además, “traían la madera y otros insumos para llevar adelante la obra desde Ñacuñán (Santa Rosa) y, de hecho, los transportes empezaron a hacerlos en automóvil”, en otra muestra de innovación familiar.
“Fue una época muy temprana para eso, porque en 1913 recién ingresaban los autos a la provincia”, indicó Chiavazza. Pese a todas las piedras en el camino, lograron establecer el proyecto y hacia 1910 se puso en marcha la usina, que llegó a obtener entre 10 y 11 megavatios de potencia para destinarla al alumbrado de Mendoza.
El desastre final
El 22 de febrero de 1913 ocurrió el desastre, del que aún hoy cuesta conocer las circunstancias. Lo cierto es que se produjo un aluvión que “arrasó y destruyó totalmente” la usina eléctrica instalada por Fader.
“Costó más de 1 millón de pesos en moneda nacional de aquel momento llevarla adelante, con lo cual la destrucción fue bastante catastrófica para la familia”, analizó el director de Patrimonio Cultural y Museos. “Eso dejó muy comprometidos a los Fader, porque habían establecido un emprendimiento con gran parte de sus bienes y su capital”, agregó.
“Como eran emprendedores muy decididos e innovadores, cuando tuvieron problemas financieros para avanzar con el proyecto por las dificultades que surgieron, ellos mismos hicieron un camino y fueron hasta Europa para conseguir fondos y financiarla”, contó Chiavazza. A partir de ahí cualquier intento por recuperarla fue en vano, y lo que se perfilaba como uno de los grandes proyectos industriales de la moderna Mendoza, terminó destruido.
Por si fuera poco, en 1934 la historia se repitió: “En la tarde del miércoles 10 de enero, después de varios días de intensos calores y como consecuencia del deshielo y fuertes tormentas, se desencadenó en la cordillera un aluvión de terribles proporciones. Las aguas bajaron a gran velocidad y el cauce del río Mendoza subió 7 metros el nivel del normal”, relatan los carteles informativos en el lugar.
Un glaciar obstruyó el cauce del río, produciéndose una especie de dique de contención, que al ser arrasado por la fuerza de las aguas produjo una crecida “que se prolongó hasta la localidad de Palmira”. Las aguas destruyeron lo que quedaba de la usina eléctrica, el hotel de esa localidad, casas, caminos, puentes, edificios y vías férreas que se hallaban a su paso”.
El número de víctimas sobrepasó las 20 y Rubén Lloveras, historiador mendocino, agregó que “la ciudad estuvo varios días sin energía y agua, además, el ferrocarril trasandino en ‘cajón Amarillo’ quedó totalmente destruido”.
Este segundo desastre natural terminó de moldear lo que hoy se conoce como “las Ruinas de Fader”, que terminaron por convertirse en un atractivo turístico y en una muestra “de los inicios de la industrialización provincial, cómo en ese momento la modernidad estaba impactando fuertemente y los empresarios estaban decididos a modernizar el perfil productivo de la provincia”, sumó Chiavazza.
“Todos estos restos que quedan de ese pasado son sumamente significativos a nivel patrimonial porque permiten tener la materialidad de aquel momento. En ese caso es bueno cuidarlo, no dañarlo ni llevarse nada”, concluyó.