Sergio Suppo: “Los isleños no aceptan que los argentinos reclamemos la soberanía sobre las Malvinas”

El periodista Sergio Suppo y su esposa Alejandra Conti visitaron las Islas Malvinas en el 40 aniversario de la guerra, y su experiencia se convirtió en el libro “Malvinas, el lugar más amado y desconocido por los argentinos”. El libro explora la vida en las islas, la ocupación británica y el reclamo argentino.

Sergio Suppo: “Los isleños no aceptan que los argentinos reclamemos la soberanía sobre las Malvinas”
Alejandra Conti, Sergio Suppo. Malvinas, El lugar más amado y desconocido por los argentinos

Hace un año, cuando Argentina rememoraba los 40 años de la última guerra de la que fue contendiente, el periodista Sergio Suppo (director de Cadena 3) y su esposa y colega Ale

jandra Conti, viajaron a las Islas Malvinas.

Fue aquella, sin dudas, una experiencia movilizante, pero, además fructífera. Y es que la visita, el recorrido y las entrevistas que realizaron Suppo y Conti en ese viaje sirvieron para escribir Malvinas, el lugar más amado y desconocido por los argentinos (editorial Ariel), un volumen que combina lo emotivo con los datos más duros (en el doble sentido de datos específicos y a la vez movilizantes) de la vida en las islas sobre las que nuestro país sigue reclamando la soberanía por sobre la británica.

En una fecha como hoy, cuando se conmemora un nuevo aniversario de aquella guerra en el Atlántico Sur, Suppo se toma un tiempo para hablar de su libro y de lo que vivió en aquella visita a “la perdida perla austral”.

–¿Cómo nace este libro y cómo se dio la visita a las Islas Malvinas en el 40 aniversario de la guerra?

–Nació a partir del viaje que hicimos hace exactamente un año a las Malvinas, para la cobertura de Cadena 3. Viajamos con Alejandra Conti después de un largo trámite de más de cuatro meses para poder ser aceptados. Todavía estaba la pandemia y no había vuelos regulares comerciales desde Chile y San Pablo, con lo cual tuvimos que ser aceptados primero y luego viajar al Reino Unido desde una base próxima. Supone una vuelta algo más que una vuelta al mundo por el ecuador. La cobertura y la realización del libro es una combinación entre crónicas de viaje, en la que contamos los datos de la realidad de las islas hoy en día, a 41 años de la guerra, y todo lo que ha cambiado.

–¿Con el libro buscaron darle mayor realismo a la vida de la gente de las islas, que a veces, desde la distancia, está idealizada, deformada o directamente se ignora? ¿Qué encontraron como aspecto más llamativo?

–Nuestro objetivo con este libro es responder lo que el título plantea: “Malvinas, el lugar más amado y desconocido por los argentinos”. Buscamos remediar el desconocimiento que, en general, los argentinos (salvo algunas excepciones) tienen respecto de las islas: qué hay en ellas, cómo son, qué hábitat tienen, cómo viven, etc. El libro cuenta cómo se transformó la vida de los isleños a partir de la guerra, tanto desde el punto de vista político como social y económico. Se plantean las fuertes transformaciones que permitieron a los isleños, a partir de 1986 (4 años después de la guerra), apropiarse del mar que circunda las Islas, lo cual les dio licencia de pesca y transformó fuertemente su capacidad económica. Esto modificó la decadencia que las Islas tenían antes de la guerra, con un despoblamiento gradual pero persistente en los 30 años previos. La mayoría de los jóvenes emigraba debido a las nuevas condiciones económicas planteadas en las Islas. El libro pretende contar cómo se vive en las islas, cuál es la relación que los argentinos tienen con ellas y cómo evolucionó esa relación. Esta relación no siempre fue igual a lo largo del tiempo, especialmente en los últimos 40 años, en los que había un gran nivel de proximidad o creciente proximidad antes de la guerra, la cual se interrumpió abruptamente a partir de ella.

–Una parte crucial del libro es la exploración en la manera en que justifican los propios malvinenses la ocupación británica de las islas y también la cuestión de la supuesta capacidad de “decidir” a qué nación deben pertenecer. ¿Cuál es el pensamiento que predomina entre los isleños acerca de la legitimidad de esa ocupación y del incesante reclamo argentino?

–Es evidente que, para los isleños, esto también era muy patente antes de la guerra y lo es mucho más ahora. Los isleños no comprenden ni aceptan los reclamos argentinos sobre las Islas. Ellos consideran que, por vivir ahí desde hace varias generaciones, desde mediados del siglo XIX de forma ininterrumpida, tienen el derecho adquirido de contar con la soberanía y no discutirla con Argentina. El hecho de que Gran Bretaña haya ganado la guerra añade el hecho de que ellos consideran que, con una guerra ganada, el reclamo de Argentina debería cesar por completo. Además, en muchas de las conversaciones que tuvimos con autoridades de las Islas y también con habitantes comunes, ellos no se explican por qué los argentinos seguimos insistiendo con el reclamo de soberanía. No comprenden ni aceptan que los argentinos sigamos insistiendo y están muy atentos y vigilantes a que en Argentina pueda haber algún avance respecto de los británicos, de que los británicos, en algún momento, pudieran soltarles la mano. Claramente, la guerra alejó y aleja, sin fecha ni plazo, la posibilidad de que Inglaterra pueda volver a considerar, como lo había hecho aparentemente en los años anteriores a la guerra, una negociación con Argentina respecto de la soberanía de las islas.

–Como parte de la desinformación sobre las islas, algunos podrían pensar que la política liberal propia del Imperio Británico mostraría algo distinto a lo que sucede allí: que la mayoría de las personas son empleadas del Estado. ¿Les sorprendió encontrarse con eso?

–Para entender la situación laboral de los isleños, es necesario examinar su origen desde un punto de vista social y económico. Actualmente, solo hay alrededor de 3.600 habitantes permanentes en las Islas, sin contar al personal de la base. Los datos del último censo indican que una buena parte de ellos son inmigrantes con contratos de trabajo en otros países, o que trabajan en servicios como la limpieza. Antes de que se abriera la licencia de pesca, las actividades principales eran tres: la actividad rural, en la que actualmente trabajan unas 600 personas que no viven en Puerto Stanley, sino en las estancias donde históricamente se desarrolló la actividad principal de las Islas, la cría de ovejas para lana. Las otras dos actividades eran el comercio en Puerto Stanley, para una comunidad pequeña de 2.500 a 2.600 personas, y las actividades del estado, aunque son un pueblo pequeño, la conformación del estado de las Islas les permite tener una serie de empleos y cargos públicos, lo que aumenta la cantidad de empleados públicos hasta en un 30% de la población. Además, muchos de estos empleados públicos también tienen otras actividades laborales durante el resto del día. Por ejemplo, en los meses de verano, cuando los cruceros pasan diariamente por las Islas en su camino hacia el Cabo de Hornos, muchos isleños se dedican a hacer guías de turismo improvisadas. Es importante tener en cuenta que hasta hace poco tiempo, la única actividad económica estaba monopolizada por la Falkland Islands Company, que era propietaria de la mayoría de las tierras en las Islas. Sin embargo, la empresa se ha ido desprendiendo de algunas estancias para permitir una economía más abierta y diversificada. La presencia del estado es explicada porque no hay muchos medios de producción, lo que limita la generación de otras fuentes de trabajo más allá de las políticas liberales tradicionales de un país capitalista como el Reino Unido.

Sergio Suppo, Alejandra Conti.
Malvinas, El lugar más amado y desconocido por los argentinos
Sergio Suppo, Alejandra Conti. Malvinas, El lugar más amado y desconocido por los argentinos

–Me imagino que visitar las islas es una experiencia conmovedora. Me gustaría saber, para terminar, ¿qué sensación tenían acerca del reclamo de Argentina sobre las Malvinas antes de visitarlas para este 40 aniversario y qué sensación tienen hoy, luego de haber estado allí y haber escrito este libro?

–Malvinas, para cualquier argentino, es una experiencia que moviliza sentimientos y hay momentos durante el viaje en los que resulta muy reconfortante estar ahí, por ejemplo, en el cementerio de Darwin o en alguno de los escenarios de las batallas que se libraron durante la guerra. Eso es indudable, a cada uno le impacta de manera diferente, pero es muy difícil encontrar a un argentino que haya visitado las islas y no se haya sentido conmovido en algún momento del viaje. En el caso de nosotros dos, Alejandra ya tenía una larga experiencia en visitas a Malvinas, este era su sexto viaje en los últimos 25 años, con cierta periodicidad para hacer coberturas periodísticas, lo que le dio una experiencia y un conocimiento mucho más amplio que el que yo tenía. Como su esposo, había escuchado sus relatos y tenía un conocimiento previo bastante completo de las islas, por lo que no me sorprendió mucho lo que encontré. Sin embargo, para alguien que no tiene ese background, probablemente se sorprenderá por muchas cosas que yo ya tenía registradas. Una de las cosas que pueden sorprender es la completa britanicidad del paisaje urbano y humano de las islas. Puerto Argentino (Puerto Stanley) es muy similar a un pueblo costero del norte de Escocia, con edificaciones y construcciones que evocan la imagen de un pueblo británico. Las personas que viven allí eligen ser británicas y rechazan ser argentinas. Está claro que quieren seguir siendo ciudadanos británicos y se aferraron a esa situación en los peores momentos, cuando la situación económica de las islas se hizo inviable. Ahora, después de la guerra, han tenido un crecimiento económico que les ha dado sustentabilidad y los ha hecho viables económicamente sin muchas más necesidades.

El lugar más amado y desconocido por los argentinos
El lugar más amado y desconocido por los argentinos

Un fragmento del libro

Compartimos aquí unas páginas del libro Malvinas, el lugar más amado y desconocido por los argentinos, de Alejandra Conti y Sergio Suppo:

La expresión «la capital de las islas» por Puerto Argentino (Stanley) suena grandilocuente. El pueblo, con categoría de ciudad desde el jubileo de la reina Isabel, a principios de 2022, no deja de ser una comunidad reducida, empequeñecida aún más por la inmensidad del mar que la rodea.

Cuesta pensar cómo es la vida diaria en un lugar de tres mil habitantes, donde no hay otro pueblo cercano para evadir la rutina y esquivar las caras conocidas.

La otra aglomeración de población es la militar, que se halla en la base de la Real Fuerza Aérea, donde se supo alojar a unas tres mil personas hasta antes de la pandemia, que hoy no son más de ochocientas. Fuera de eso, solo se encuentran pequeños caseríos o grupos de estancias cercanas entre sí que constituyen las localidades que vemos como puntos en el mapa. ¿Cómo se siente uno interactuando siempre con las mismas personas? Amigos y enemigos, amores y desamores, socios y rivales, todos juntos para siempre en los pocos kilómetros cuadrados de la ciudad, cruzándose en tres restaurantes y cuatro pubs. Suena a pesadilla. Pero el espíritu del isleño, de los isleños en general, es muy particular y no se altera por los desafíos que impone esa condición.

Siendo tan pocos, se deben conocer todos, ¿no? «Antes era así», nos responde una mujer que nos pide, como tantos otros, no aparecer con nombre y apellido. «Ahora no tanto; no te creas. Hay muchos trabajadores que vienen, están un tiempo y se van. Al menos era así hasta antes de la pandemia”.

Algunas costumbres de pueblo chico se mantienen. A veces la gente saluda con un «hello» cuando se cruza por la calle.

La imagen que muchos argentinos tienen de los malvinenses como una población exclusivamente anglosajona y rural, dedicada a la cría de ovejas, ya no es así. Si bien el setenta y cinco por ciento de los habitantes es anglosajón, el resto tiene origen en diferentes lugares del mundo. Cada vez hay más profesionales en las islas; la gente viaja por el mundo, habla otros idiomas y forma parte de la gran aldea global, comunicada en tiempo real. Casi en tiempo real, en realidad, si se considera la lentitud y precariedad con la que todavía operan las conexiones de Internet y de telefonía.

Muchos de los residentes más antiguos, es decir, los británicos, cuentan que sus familias llevan allí ocho y hasta nueve generaciones. Ya no se advierte un sentimiento de inferioridad respecto de la metrópoli como cuando eran ciudadanos de segunda categoría.

Los relatos de cómo sus antepasados llegaron hasta las islas son similares a cualquier historia de migrantes de cualquier parte del mundo, incluso de los que llegaron a Argentina desde Europa: familias, generalmente humildes o directamente pobres, en muchos casos militares veteranos de guerra y retirados, que respondieron a un aviso de la Falkland Islands Company publicado en Inglaterra o Escocia. Antes de seguir pasando necesidades en sus lugares de origen, decidieron partir al desafío de vivir en unas remotísimas islas del Atlántico Sur.

A aquellos colonos británicos les habían prometido tierra cultivable, que nunca encontraron, y un clima parecido al de Escocia o el norte de Inglaterra, cuestión que sí fue verdad. Así fue que desde 1846 empezaron a llegar a las islas los antecesores de los actuales pobladores.

Hay infinidad de relatos que describen las dificultades que debieron afrontar estas personas, con chicos y grandes que frecuentemente se enfermaban y morían por la falta de atención médica y una dieta limitada. Ese pasado de sacrificio es el capital simbólico de los isleños; el argumento que esgrimen a la hora de defender su pertenencia y posesión. «Vivíamos acá cuando nadie más quería venir», suelen decir.

No todos los recién llegados eran pobres, sin embargo. No lo eran los hermanos Lafone (franceses) que se instalaron en nada menos que la mitad sur de la isla Soledad para iniciar un emprendimiento ganadero que dio origen a la Falkland Islands Company.

Como el tránsito marítimo era muy intenso en esa época en el Atlántico Sur (no existían el canal de Panamá ni el de Suez) y las condiciones marítimas y climáticas tan extremas, se producían muchos naufragios. Por eso, llegaban a las islas aventureros de diverso prontuario que estaban dispuestos a pasarlo mal al principio para ver lo que les deparaba el destino.

No nos olvidamos de que las mismas inclemencias castigaban a los gauchos que habían quedado desde la época del gobernador argentino Luis Vernet y a los que llegaron posteriormente a la usurpación de 1833. Desde el comienzo de la ocupación humana de las islas iban a parar allí personas sin perspectiva alguna en el continente y la mayoría se dedicaba a las tareas rurales más pesadas.

Los gauchos no fueron solo argentinos, uruguayos, chilenos, ni solo de origen hispano o de pueblos originarios. También los hubo ingleses, escoceses, irlandeses, franceses, gibraltareños, muchos de cuyos descendientes aún viven en las Malvinas. La mayoría eran hombres, pero también hubo mujeres, solas y valientes, que se dedicaron a tareas rurales.

Los descendientes de anglosajones siguen siendo mayoría, pero hay un diez por ciento de santaelenos, originarios de la isla Santa Elena, más remota y perdida en el océano Atlántico que las propias Malvinas, que trabajan principalmente en el sector de servicios. En un viaje anterior, un simpático chef santaeleno había preguntado en broma a un grupo de periodistas argentinos: «¿Por qué no le piden a su gobierno que nos invada, a ver si Londres nos hace un aeropuerto?». Se refería a que después de la guerra de 1982 Gran Bretaña había mejorado la infraestructura en las islas, lo que incluía un aeropuerto nuevo y conexión aérea con el Reino Unido. No era el caso de Santa Elena, donde hasta 2016, cuando se construyó por primera vez un aeropuerto, solo se salía en barco, o no se salía.

A la comunidad de santaelenos le sigue en número la de los chilenos, unos trescientos, en su mayoría procedentes de Punta Arenas.

En total, hay unas sesenta naciones representadas entre los habitantes de las islas, según el último censo. No quiere decir que haya nativos de sesenta naciones, sino que muchos de los actuales residentes son hijos o nietos de personas de distintos orígenes. Entre los que sí son nacidos fuera de las islas hay hasta dos holandeses, además de filipinos y algunos zimbabuenses, que llegaron para retirar las minas que quedaron de la guerra de 1982.

Ver a los zimbabuenses es toda una novedad, ya que antes casi no había gente de raza negra en las islas. Si bien el frío es todo lo contrario al clima de su Zimbabue natal, la posibilidad de un buen trabajo, estabilidad económica y política, educación y salud gratuitas también son todo lo contrario a la realidad de su país.

En cuanto a los pocos argentinos, casados con isleños o isleñas, son tanto o más partidarios que los nativos de que la situación política permanezca como está; es decir, bajo el mandato británico.

Cuando le preguntamos a un empleado filipino de uno de los restaurantes qué pensaba al respecto, nos dijo: «No veo por qué las cosas deberían cambiar. Están bien así»

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