“Tengo 22 años de viejo”, ironiza Pacho O´Donnell, psiquiatra, psicoanalista, historiador y autor del libro “La nueva vejez”, que reivindica esa etapa vital como el “tiempo para pagar las deudas con uno mismo”.
Denominaciones como “nueva vejez”, “edad madura”, “sexalescencia” (el término surge de un artículo que se hizo viral en las redes sociales hace unos años), sirven para describir hoy a las personas mayores de 60 años que se niegan a ser espectadores pasivos de la sociedad, pese a que su número documento los obligue, en muchos casos, a jubilarse.
Lejos de esperar la “carroza”, los adultos mayores están redefiniendo su rol en la actualidad. Ahora disfrutan de la vida, se llevan bien con la tecnología, colaboran con la sociedad, viajan, amplían sus lazos afectivos y, en definitiva, son dueños de su destino. Sí, los “sexalescentes” ahora buscan una vida más activa, plena y con nuevas metas.
En primera persona
Un claro ejemplo es Patricia, de 64 años, quien se jubiló hace dos meses tras 47 años de trabajo como administrativa en la Universidad Nacional de Cuyo. Para ella, la mejor etapa de su vida acaba de comenzar.
“Ya me jubilé, soy una mujer grande, con dos hijos hermosos, tres nietos y buena salud, que es la mayor riqueza. Antes de jubilarme busqué ayuda psicológica para afrontar la transición porque es muy grande. Empecé a trabajar a los 18 años”, describe.
Sin embargo -asegura, risueña- vive tan feliz por estos días que ya se olvidó de la universidad. “Me levanto contenta, voy al club y hago deporte acorde a mi edad. No soy una anciana, pero tampoco una niña. Soy grande. Me quiero, me valoro y amo a quienes me rodean. Tengo proyectos porque la vida no termina aquí, sino cuando llega la muerte. He hecho cambios, incluso mudarme de casa. Hago lo que me gusta y disfruto cada día. Tener 60 años no es un pecado; lo malo es no saber llevarlos”, plantea Patricia.
Mario por su parte, cumplió 68 años y jura estar en el mejor momento de su vida. El mendocino radicado en San Luis fue profesor de Educación Física, pero desde hace décadas dirige una empresa distribuidora de alimentos. Hace gimnasia a diario y se somete a tratamientos hormonales para retardar el envejecimiento celular. Pero más allá de estar en buen estado físico, afirma que su bienestar está en “los lazos afectivos como la pareja, la familia, la amistad y los proyectos laborales que ahora comparto con mis hijos”.
“Me reúno con mis amigos una vez por semana para recordar viejas épocas y tengo una relación basada en el diálogo, la tolerancia y el respeto con la pareja. Disfruto del sexo “más que a los 35″. ¿Si me adapté a la tecnología? Al comienzo fue difícil, pero después aprendí y me simplificó la vida. Yo creo que la muerte es inevitable, pero se puede envejecer sano y no enfermo”, concluye Mario.
La vejez no es sinónimo de deterioro
Virginia Flores, médica geriatra y psiquiatra del hogar estatal Santa Marta, confirma que el paradigma de la vejez ha cambiado por completo, y aclara que en los ámbitos científicos y académicos ya se habla de ‘personas mayores’ en lugar de ‘adultos mayores’, reconociéndolos como individuos con derecho y autonomía plena.
“Hace algunos años, las personas se jubilaban del trabajo y creían que se jubilaban de la vida”, asegura la geriatra. Hoy entienden que pueden y deben conservar su autonomía, su sexualidad, su actividad recreativa… pueden envejecer saludablemente. “La vejez es un momento para reencontrarse y ahí la importancia de educarse y prepararse para esta etapa”, agrega Flores.
De hecho, llegar mejor o peor a los 60 años no es solo una apreciación; es una condición medible. Existe un índice de Valoración Geriátrica que se basa en cuatro ítems: deterioro biológico, psicológico, funcional y social, y que ayuda a los profesionales de la salud a presionar ciertos “botones” para prevenir, disminuir o revertir algunos síntomas con diferentes terapias.
Mariana Vidal coordina un centro de día privado para tratar de manera integral a los mayores de 60. Allí ofrecen una paleta amplia de profesionales de la salud para la estimulación cognitiva y motriz, talleres recreativos y hasta salidas culturales. La propuesta surgió después de la pandemia, la cual “hizo estragos” en ese grupo etario -dice Vidal- porque hubo muertes, pérdidas, duelos, encierro, aislamiento, y los adultos mayores quedaron “muy vulnerables”.
Para Vidal es importante abordar integralmente a un paciente mayor de 60 años porque se puede prevenir o retrasar, en muchos casos, un deterioro que los limite en alguna capacidad. “Hay deterioro, en algún punto, pero en la actualidad, los pacientes de 60 o 70 años, llegan totalmente activos, con proyección de vida y nuevas metas. Es una edad en la quieren vivir otro tipo de cosas”, explica la enfermera.
Casi al unísono, los especialistas abogan por “promover la salud” desde una temprana edad (antes de llegar a los 60) es clave para la geriatra del hogar Santa Marta. Si bien señala que hay diversos talleres y propuestas para los mayores de 60, reconoce que la educación en este sentido no es suficiente, ni desde el Estado ni desde el sector privado.
“El que cree que ser viejo es sinónimo de deterioro va a repetir esa figura cuando llegue a esa edad. Hay un preconcepto que hay que derribar. Se debe comenzar a educar sobre la vejez saludablemente, porque desde que nacemos estamos envejeciendo. El deterioro llega con la rigidez, en todos los sentidos”, explica la médica psiquiatra.
La visión psicoanalítica de la edad
Por su parte, el psicoanalista Luis Prigione, advierte que se puede ser “viejo” a los 60, a los 80 o a los 20 años. “La vejez mental es la intolerancia a la diferencia y la diversidad, es la intolerancia de soportar al otro que salió antes o después de mí”, explica el académico a Los Andes y agrega: “La longevidad es un logro de la ciencia médica, pero es un mito lo de la eterna juventud”.
Prigione recuerda los estudios de Freud y Lacan para repensar hoy los cambios de paradigma sobre la edad y enseguida aclara que el psicoanálisis “no se organiza en términos de etapas evolutivas rígidas (como primera infancia, segunda infancia o tercera edad), sino que se enfoca en las estructuras y dinámicas psíquicas que se manifiestan a lo largo de toda la vida”.
Prigione apunta que no existe el concepto de “salud mental” en el psicoanálisis y sí el de “sufrimiento mental” y con el que las personas deben lidiar a lo largo de su vida.
Ese sufrimiento mental puede surgir en diversos momentos, aunque es especialmente relevante durante la pubertad, cuando se reorganizan nuestras pulsiones infantiles, según Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis. Él identificó fases en el desarrollo psicosexual, como las etapas oral, anal y fálica. Esta última, no como pene, sino como significante del deseo y la búsqueda de completitud.
En este sentido, el investigador y ex docente destaca que la pubertad marca un cambio hacia la adolescencia, momento en que “enfrentamos la falta, el conflicto del ser o tener” y desde allí vamos creciendo. Este proceso no tiene una solución definitiva, sino que se gestiona a lo largo de la vida, ya que el conflicto es sobre la identidad misma y sobre qué hacer. Con los años, asegura Prigione, se puede convivir, mejor o no, con esos deseos y pulsiones.
Ahora bien, ¿qué aporta la teoría psicoanalítica, según Prigione, para entender los cambios de paradigma sobre la edad? El investigador subraya que la longevidad existe gracias a la ciencia y, por ende, la mayor esperanza de vida actual nos relaciona más con el consumismo, la tecnología, el acceso a la información y las redes sociales.
“Se abre la dimensión del consumo y, por tanto, nos hace insaciables e insatisfechos a cualquier edad. El consumo ya venía, pero se acentuó. Es decir, esa falta, ese conflicto de la identidad del ser continúa. Hay que preguntarse: ´esto hice hasta ahora, ¿lo sigo o lo dejo?”, ejemplifica Prigione.
El dinero no es todo, pero cómo ayuda
¿La crisis económica afecta a nuestros mayores? Sí, es la respuesta al unísono.
Para Patricia, recién jubilada de la UNCuyo, el remesón en ese sentido ha sido fuerte. “Afectó un montón a todos, yo tengo una buena jubilación y tengo hijos muy generosos conmigo, pero muchos jubilados la están pasando muy mal. Mi gran sueño es viajar, porque no pude hacerlo de más joven. Conocer Turquía, por ejemplo. Ahora no llego con la plata, pero ya lo haré”, confía.
Para la geriatra del Santa Marta, la crisis económica influye de sobremanera. En su experiencia tanto en consultorio particular como en el geriátrico, Flores advirtió en el último año que sus pacientes salen menos, hacen menos actividades recreativas, se juntan menos con sus pares; ya no se dan algunos “gustitos” como antes y, lo que es peor, no visitan regularmente a su médico por el encarecimiento de las consultas y medicamentos.
Para Flores, con experiencia en el sector público y privado, “no hay dudas” de que repercuten las condiciones económicas y el continente socioafectivo en la infancia, la juventud y la adultez. “Se ve más deterioro en los mayores que llegan al sector público. Suelen haber tenido una vida con más situaciones de vulnerabilidad. En cambio, en el sector privado, el envejecimiento es mejor, aunque no óptimo. En general, no se vive para llegar a una vejez saludable”, completa la psiquiatra.
El mismo Prigione es docente desde hace 47 años en Mendoza. Además el psicólogo sigue investigando, atendiendo pacientes en su consultorio y es hombre de consulta para las nuevas generaciones.
Y para graficar con su propia historia concluye: “Tengo tres límites a mi edad: la sordera, la demencia senil, que quizás no llegue, y la muerte. Mientras tanto, sigo estudiando, investigando, analizando, buscando. En tanto siga vivo, tengo deseos”.
El arte como remedio para la rigidez
Darío Anís es actor y director de teatro. Fundó, hace 30 años, el elenco de adultos mayores “Viejos, los trapos”, que aún funciona en Mendoza con más de 30 integrantes. Nadie como él para corroborar que “el arte sana” y que ha sido, para sus actores y actrices, el mejor antídoto para lidiar con el paso del tiempo.
Anís asegura que los “viejos de hoy” no son los mismos que los de hace 30 años. ¿Qué cambió? En primera instancia, la edad de ingreso: “Antes venían con 50 o 55 años. Ahora el promedio es de 70 años para arriba. Hoy, alguien de 50 no llega acá. No se siente identificado con el espacio. De hecho, tengo tres actores que me acompañan desde hace tres décadas. Llegaron con 50 años. El paradigma de cuándo se es un adulto mayor ha cambiado”, explica el director.
Pero además de la edad, Anís subraya que cambió la vitalidad de los integrantes del elenco. La mayoría -cuenta el director- además practica yoga, folclore, tango, coro, gimnasia. “Ocupan todos los días de la semana con actividades. Tienen mucha energía. Antes, teatro era lo único que tenían y luego se iban rápido a su casa. Ahora salen del ensayo y se van a tomar un cafecito o a comer una pizza. Viven ocupados, ya no se quedan cuidando a sus nietos como antes. Se les respeta más sus tiempos y ellos se hacen respetar más”, grafica.
Como contrapartida de esa nueva autonomía está el desapego familiar, señala Anís. “Creo que los hijos se desentendieron también. Ya no se preocupan. Ahora los abuelos son independientes, pero están más solos. Ni hablar cuando los hijos se van a vivir a otro país. Ese desarraigo lo sufren muchísimo”, cuenta el director, que también dirige otros tres elencos de personas mayores.
¿Qué no ha cambiado en el adulto mayor a través de los años? Según Anís, “el compromiso, la responsabilidad, la puntualidad y disfrutar de la pertenencia”, afirma Darío, quien cumplió 61 años y ya integra la franja etaria de su elenco.
“¡Ni ahí me siento un adulto mayor! Estoy lleno de proyectos, pero no de tanta energía como ellos”, confiesa, a las carcajadas.