Trabajar con 41° o 42° de temperatura de ambiente no es lo mismo para todos. Indudablemente es una situación totalmente diferente para aquella persona que lo hace desde su casa u oficina, con el aire acondicionado y todas las comodidades si se compara con quien debe patear la calle o estar encerrado en un galpón de chapa –por ejemplo-. Pero ni enero ni la ola de calor que atraviesa el país –y Mendoza- desde hace ya varios días son excusa suficiente para ausentarse en el trabajo. Ni hablar para aquellas personas que, si no trabajan, no comen; para quienes no existen los certificados médicos ni el teletrabajo.
Estas son solo algunas historias de mendocinos que le ponen el pecho y hacen frente al calor (incluso cuando supera los 40°), trabajando como siempre –o quizás más-, y rebuscándoselas de la mejor manera posible para, con creatividad, intentar paliar el sofocante calor en sus escenarios que poco ayudan al momento de encontrar un alivio.
Empapados en el lavadero
Leo Jofré es el encargado del Lavadero Florida, ubicado justamente en la calle Florida 97 de Dorrego (Guaymallén). Junto a sus compañeros, todos los días de 8 a 18, están al pie del cañón, listos para lavar los vehículos que llegan. Porque esta tarea no sabe de olas de calor ni discrimina entre días lindos o insoportables.
“Tener un lavadero ahora, en este contexto de tanto calor y crisis hídrica, nos ha llevado a replantearnos el tema del uso del agua y a buscar alternativas, equipos más eficientes, por solidaridad”, destaca Leo en un descanso entre auto y auto. Entre otras cosas, toman el recaudo de no dejar las máquinas encendidas cuando están abocados a otras tareas que no tienen que ver específicamente con el lavado o el enjuague de un vehículo.
“Lo que puedo decir de estos últimos días es que me estoy cocinando al vapor de a poco, en especial ayer y hoy. Somos muy agradecidos de nuestros vecinos, quienes se acercan con una botella de agua congelada. También a veces vamos a comprar una bolsa de hielo, todo suma para hacerle frente al calor”, confiesa Leo.
Entre las ventajas de trabajar en un lavadero, Jofré destaca que la más importante es que están todo el tiempo mojados. “Generalmente, el resto del año, tratamos de evitar mojarnos mucho mientras trabajamos. Pero en esta situación extrema, todo vale. Porque al calor tenés que sumarle que, en días como ayer u hoy, se suma la humedad del galpón encerrado. Entonces metemos la cabeza debajo de la manguera, tomamos mucho líquido y así vamos tirando”, se sincera.
Pensar en un intento de uniforme de trabajo en días así suena hasta gracioso, como si se tratara de un chiste (y de muy mal gusto). “Lo que nos pasa con la ropa de trabajo es comparable con la la historia de la bikini desde los 30 hasta la década del 70: fuimos cortando el uniforme con el pase de los años. Hoy yo estoy con zapatillas empapadas, una malla con palmeras blancas divinas y una remera blanca a la que no le queda nada seco. Toda la formalidad la hemos dejado de lado por estos días”, describe Leo Jofré, quien aclara –intentando llevar sobriedad a su emprendimiento- que por lo general no van a trabajar con malla. Pero con más de 40°, estas eximiciones se convierten en permitidos.
Trabajador i-lustre
Luis Rodríguez tiene 58 años y lustra zapatos desde los 9, por lo que está próximo a cumplir medio siglo en esta profesión. Es uno de los célebres hermanos Rodríguez, quienes ya se han convertido en parte del paisaje típico del centro mendocino, con sus cajones de lustrar y siempre listos en la Peatonal, en la zona de la Legislatura, en las inmediaciones de Tribunales y también en la Casa de Gobierno. Pero en enero, con la feria judicial y las licencias en la Legislatura –sumada a la poca actividad en Casa de Gobierno-, hay “poco zapato” en la calle. Y los Rodríguez, cajón, cepillo y pomada en mano siempre, se las rebuscan para ganarse la vida.
“La verdad es que hace calor acá en la esquina”, destaca el Luis, mientras está sentado en la puerta de una sucursal bancaria ubicada en la esquina de San Martín y Peatonal Sarmiento. “Hagan 40° o hagan 2°, siempre vamos a estar acá nosotros”, aclara.
La pandemia golpeó duramente el trabajo de los Rodríguez –que nada tienen que ver con la banda que lideró Andrés Calamaro-, a tal punto de que se redujo 30% el lustrado de zapatos, según ellos mismos estiman. “Yo me dedico también a la construcción y hago trabajos de pintura, pero ahora se me han caído algunos laburos al menos hasta febrero. Así es que acá estamos, haciendo unas 4 o 5 lustradas por día, que con suerte alcanzan para el puchero”, grafica el trabajador.
A diferencia del resto del año, en enero –y en especial en días de tanto calor-, Luis y su hermano están solamente hasta las 13 o 13:30 en esa equina. Luego, se marchan a sus casas. “En la tarde casi nadie sale por el calor que hace, es realmente infernal esta ola de calor. Recién ahora hay un poquito de aire, pero para colmo es caliente”, sigue Luis; y mira la hora: son las 12:30 y un cliente que le dejó un par de zapatos todavía no pasa a retirarlo.
“Son días en los que hay que tomar mucha agua, estar lo más hidratado posible. Porque de otra forma no se puede estar”, concluye.
Recolector de residuos… ¡Y de calor!
Diego Medina trabaja hace 12 años en el servicio de recolección de residuos urbanos en la Ciudad de Mendoza. Es famoso entre los mendocinos por su alter ego, ese que lo lleva a ser profesor de fútbol por la tarde y ser el coordinador de la Escuela de Fútbol Infantil (EFI) El Ciclón, con la que ha podido sacar de la calle –y de sus peligros- a cientos de niños de El Bermejo (Guaymallén).
Pero es en su trabajo principal donde, cual superhéroe que le hace honor a la características de tener dos personalidades (la de recolector y la de profe), también pone el cuerpo y el alma a la imposible ola de calor que azota a Mendoza desde hace varios días (y con mayor fuerza, este jueves). “Lo que más hacemos es pedirle a Dios que pase rápido el tiempo”, describe Diego entre risas.
Su turno lo tiene arriba del camión recolector todos los días, de 6 a 13. “No hay botella de agua que aguante. Te llevás todas las mañana la botella de agua congelada de la casa y a las 10 ya no queda nada de hielo. Y antes de las 9:30 ya tengo una botella de 1,5 litros de agua adentro”, reconstruye su jornada el profe recolector. Por jornada bebe entre 3 y 4 litros de agua.
Como su recorrido es siempre el mismo, ya hay algunos lugares en los que los esperan con una botella de agua congelada reservada para que se lleven consigo. “Nuestro recorrido incluye el Mercado Central y ahí siempre nos esperan con una botella. Con eso tiramos hasta el mediodía, que pasamos por un restaurante que tiene dispenser de agua y ahí rellenamos. A eso le sumamos una agüita saborizada que compramos a lo largo de la mañana, para meterle algo de azúcar. Y así tiramos”, sintetiza Medina, quien cumple su cuadrícula junto a dos compañeros.
El uniforme de trabajo también es todo un tema para los recolectores. Y es que se les entrega, además de la indumentaria, gorra y fajas de seguridad para el cuerpo. “Después de 12 años de trabajo, ya se hace una costumbre. Por ahí te arremangás un poco, pero en nuestro laburo te transpiran los brazos. Entonces alzás hojas y te pica todo. Ni bien llegás a casa, te metés directamente a la ducha, no hay otra forma de hacerle frente”, agrega Diego. Y agradece: “es la que nos ha tocado y le vamos a seguir metiendo para adelante”.