La inclinación por explorar todo aquello que tenga que ver con la actividad sexual es natural y propia del ser humano. En las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, sepultada en ceniza ardiente tras la erupción del Vesubio, se encontraron cientos de frescos y esculturas sexualmente explícitas. En la actualidad, con la aparición de internet, el consumo de pornografía se ha disparado hasta niveles asombrosos.
Según las estadísticas, 66% de los actores padecen de herpes, 28% tienen o han tenido alguna enfermedad de trasmisión sexual, y 7% de ellos y ellas tienen VIH. La mayor parte de las actrices porno abusan de las drogas -sobre todo mariguana, éxtasis y cocaína- para evadirse y soportar el dolor, el trato violento y las humillaciones de que son objeto durante las filmaciones. De igual modo, un alto porcentaje de ellas sufre de depresión o de trastorno limítrofe de la personalidad. Aproximadamente 88% de las escenas pornográficas contienen algún tipo de agresión física —nalgadas, cachetadas, sofocación—, y el 49% incluye agresiones verbales.
La dopamina en exceso es adictiva
Pornhub, la web de porno gratuito más grande de la red, recibió más de 33.500 millones de visitas solo en 2018. Esas cifras se dispararon durante la pandemia, aunque aún no hay datos definitivos.
Entre las consecuencias neurológicas más visibles está la alteración química en la estructura y el funcionamiento del cerebro, provocando un comportamiento adictivo. Tanto mantener relaciones sexuales como verlas conduce a la liberación dopamina, un neurotransmisor cerebral relacionado con las funciones motrices, las emociones y los sentimientos de placer.
La diferencia con respecto a practicar sexo, es que el porno produce una inundación de dopamina, y la descarga excesiva de esta hormona puede producir desórdenes cardiovasculares, renales, estomacales o endocrinos, entre otros.
Pero además, al producirse esta descarga, el organismo necesita volver a producirlas nuevamente, por lo que promueven la repetición de esta conducta. El cerebro, mientras tanto, reduce su actividad en los centros de recompensa haciendo que necesite más dopamina para sentir el mismo efecto. Las explosiones de placer y recompensa antinaturales, generan potentes niveles también antinaturales de habituación en el cerebro. Este es el motivo por el cual los consumidores de pornografía experimentan dificultades para excitarse en compañía de su pareja.
Disminuye la materia gris
El psicólogo español Omar Rueda, explica en su canal de YouTube algunas de las consecuencias neurológicas asociadas. “No vivimos en una sociedad hipersexualizada, sino hiperpornográfica que se apropia de una zona del cerebro llamada surco paracingulado, -que se encuentra en la corteza prefrontal-, y que no distingue ficción de realidad”.
El terapeuta agrega que, en términos generales “Está comprobado que las personas con esta zona disminuida tienen mayor tendencia a padecer alucinaciones y tienen mayor dificultad para distinguir los eventos reales de los imaginarios. En casos extremos está asociado a la esquizofrenia”. Por supuesto que aquí no se refiere al consumo de pornografía como causa de la enfermedad mental, sino a la zona del cerebro impactada por la pornografía.
Los científicos descubrieron que tres regiones concretas del cerebro eran mucho más activas en las personas adictas a los contenidos sexuales: el cuerpo estriado, la corteza cingulada anterior (control ejecutivo, control emocional) y la amígdala (centinela de las emociones).
Además, ver demasiada pornografía también modifica el tamaño de nuestro cerebro. En un estudio llevado a cabo por el Instituto Max Planck de Desarrollo Humano, en Berlín (Alemania) en 2014, los investigadores descubrieron que el volumen del cuerpo estriado del cerebro disminuía cuanto más porno veían.
“Hemos encontrado un importante vínculo negativo entre el acto de ver pornografía varias horas a la semana y el volumen de materia gris en el lóbulo derecho del cerebro, así como la actividad de la corteza prefrontal”, explicaban los autores del estudio. Los investigadores encontraron que las horas y años de porno estaban relacionadas con una reducción en la materia gris en regiones del cerebro asociadas con la sensibilidad a las recompensas, y a una respuesta reducida a fotos eróticas sin movimiento o imágenes pornográficas convencionales, lo cual explica por qué los usuarios tienden a explorar gradualmente tipos de pornografía cada vez más alejados de lo habitual. Menos materia gris significa menos dopamina y menos receptores de dopamina.
Produce distorsión de la realidad
Rueda analiza también las implicancias relacionales con los demás y con uno mismo, vinculadas al consumo de pornografía. “La persona, inconscientemente, busca vincularse igual que cuando consume porno. Cuando descubre que el otro es real y no puede doblarse o hacer las posturas del porno, se frustra y hasta puede hacer sentir mal a su pareja” por no cumplir con los cánones que tiene formateados en su cerebro a través del consumo de pornografía.
“Además el porno deshumaniza, dándole un golpe a la mujer en su propia imagen porque le da poder al mito de la belleza. La cultura ha obligado a las mujeres a basar todo su valor personal en su capacidad para vivir de acuerdo a un estándar de belleza casi imposible de alcanzar”, explica Rueda. Pero el alcance de esta distorsión llega también a los hombres “los afecta porque la mayoría de los actores son musculosos, tienen un pene de más de 20 centímetros y pueden demorar horas en eyacular”. Entonces cuando el hombre se mira al espejo y ve un cuerpo normal, con un pene normal puede sentirse disminuido.
Otros expertos coinciden en que la pornografía crea ciertos estereotipos sobre la sexualidad que no son reales. “El porno es una fantasía, pero algunos no lo entienden y mezclan la realidad con la ficción”, afirma Michael Castleman, experto en sexo y bloguero del portal web de Psychology Today.
En el caso de los adolescentes, que tienen una amplia variedad de acceso a pornografía por internet, pueden crearse falsas expectativas, incluso mucho antes de que tengan su primer encuentro sexual. Podrían creer, por ejemplo, que en la sexualidad no hay lugar para el juego previo al coito y que el enfoque debe estar en los genitales y la penetración, ya que la industria de la pornografía inculca la visión de que el buen sexo requiere posiciones extremas, crea la idea de que todas las mujeres son multiorgásmica y de que los hombres siempre van al grano, sin juegos previos. Lo más grave es que da la idea de que a las mujeres les gusta el así, directo y al punto, que el sexo fuerte les gusta a todas las parejas o que la penetración anal siempre es placentera para la mujer.
Promueve violencia y cosificación
Los datos recabados por Pornhub revelan que el sexo convencional cada vez interesa menos a los consumidores, que lo sustituyen por temáticas como el incesto o la violencia. La perpetuación de la violencia sexual es especialmente preocupante, ya que podría influir directamente en las estadísticas de episodios violentos en la vida real.
Algunos científicos atribuyen esta relación a la actividad de las neuronas espejo, cuyo nombre no podría ser más acertado: se trata de unas células cerebrales que se activan cuando el individuo lleva a cabo una acción, pero también cuando observa esa misma acción elaborada por otra persona. Las áreas del cerebro que se activan cuando alguien ve porno son las mismas que cuando practica sexo.
Un estudio reciente dirigido por investigadores de la universidad de Cambridge encontró que los hombres que demostraban comportamientos sexuales compulsivos requieren imágenes sexuales cada vez más novedosas porque se habitúan a lo que están viendo más rápido que sus congéneres.
Marco Iacoboni, profesor de Psiquiatría en la Universidad de California en Los Ángeles, especialista en la actividad de las neuronas espejo, conjetura con la probabilidad de que el consumo de pornografía tenga el potencial de estimular el comportamiento violento: “El mecanismo imitador del cerebro indica que nos vemos influenciados automáticamente por todo aquello que percibimos, por lo que cabe la posibilidad de que exista un mecanismo neurobiológico que contagie la conducta violenta”.
Según algunos sexólogos, el consumo habitual de porno en hombres conduce a prácticas y actitudes como voyeurismo, que es una obsesión de observar a las mujeres sin interactuar con ellas; cosificación, una actitud en la que las mujeres se perciben como objetos con formas, tamaños y armonía entre sus partes corporales, y no como personas; validación, que es la necesidad de ratificar su propia masculinidad relacionándose con mujeres bellas; trofeísmo, el cual consiste en la idea de que las mujeres son objetos coleccionables que demuestran al mundo su propio valor como hombre; miedo a la intimidad e incapacidad de relacionarse con las mujeres de modo honesto e íntimo.
Finalmente, en estudios que compararon la actitud de los consumidores de pornografía con grupos de control que no presentan esta característica, los primeros se mostraron más proclives a aceptar como “normales”, “excitantes” o “no tan graves” actos como el acoso sexual, el maltrato, la violencia sexual y la violación.
Genera depresión y baja autoestima
Los estudios existentes demuestran que las alteraciones en la transmisión de dopamina pueden facilitar la depresión y la ansiedad. Los resultados obtenidos indican que los consumidores de pornografía manifiestan más síntomas depresivos, una menor calidad de vida y una salud mental más pobre que aquellos que no ven porno.
Pero además, en un mundo donde la pornografía es tan accesible (representa el 25% del tráfico de internet), aún no hay estudios concretos acerca de las manifestaciones que tendrá en la vida adulta de los adolescentes que hoy consumen pornografía.
En el primer estudio a gran escala de comportamiento sexual masculino en los Estados Unidos llevado a cabo por Alfred Kinsey en 1948 y publicado en el libro subsecuente Comportamiento Sexual del Macho Humano , solo el 1% de los hombres debajo de los 30 años y 3% de los hombres entre 30 y 45 años de edad reportaron disfunción eréctil.
Pero, en un estudio reciente, más de un tercio de jóvenes en servicio militar reportaron experimentar disfunción eréctil. El doctor Matthew Christman, urólogo del Naval Medical Center, de San Diego, realizó una encuesta de seguimiento de salud de 2014 en el Ejército de Estados Unidos. En la última década la disfunción eréctil se había duplicado: de 6 por mil personas en 2004, a casi 13 por mil en el último sondeo.
“El aumento estaba causado principalmente por un incremento de la incidencia de disfunción eréctil psicógena, no de disfunción eréctil orgánica, y coincidió con la expansión de la pornografía en internet”, puntualizó el médico militar
También tiene beneficios
Un reporte de la Universidad de Australia Occidental, conducido por el profesor de Biología Evolutiva Leigh Simmons, afirmó que esta conducta puede mejorar la calidad del semen. “Los hombres eyaculan más esperma y de más calidad cuando tienen competencia”, considera Simmons. Según el biólogo, con sólo ver las imágenes se desencadena en el espectador algo semejante a una “competición de semen”, lo que mejora la cantidad y la calidad. “Nuestros datos demuestran que en estas situaciones los hombres desarrollan espermatozoides con mucha más movilidad cuando eyaculan”, concluyó.
Un detalle parece sostener esa premisa: el efecto, según el citado estudio, resulta distinto si en las cintas aparecen varias mujeres, como es tan usual en la industria pornográfica. El cerebro no interpreta en esos casos que el sexo se realiza con fin reproductivo.
Ezequiel López Peralta, máster en sexología argentino y autor de varios libros sobre sexualidad, se posiciona a favor del consumo moderado de pornografía. Según López Peralta el problema radica en “el uso que se haga de este tipo de estímulo, el lugar que tenga en la vida sexual y la manera en que determina las creencias sobre el sexo”.
Investigadores canadienses publicaron un estudio en The Journal of Sex and Marital Therapy, donde avalan el consumo pornográfico en pareja como medio de compenetración, y no sólo en el ámbito sexual.
La investigación comparó el caso contrario: donde únicamente uno de los miembros veía pornografía a escondidas de su compañero/a (por lo general el hombre) y en ese caso, los niveles de complicidad, entendimiento y satisfacción sexual caían en picada.
Por esa razón los sexólogos recomiendan el cine erótico o el soft porn, donde la sensualidad y la pasión van de la mano. El sexólogo José Manuel González afirma que el porno puede ser muy útil para ser visto “en pareja porque abre la mente para explorar más la sexualidad”, afirmó en una entrevista.