Según su definición en la Real Academia Española, la “resiliencia” es la capacidad para adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos. Sin embargo, para Alejandra Guiñazú y Julio Cuenca, es mucho más que una palabra y su adornada definición. Para ellos es algo de lo que, quizás sin otra alternativa, han tenido que hacer su estilo de vida.
¡Y vaya que lo lograron! Porque el 11 de noviembre de 2013, la hija de Alejandra y de Julio –Agustina- se quitó la vida mientras se encontraba internada en un centro de rehabilitación por adicciones en Buenos Aires y tras atravesar los peores 8 meses de su vida en el lugar. Pero 9 años y un mes después, Alejandra y Julio lograron canalizar todo ese dolor, y el fin de semana pasado inauguraron una fundación para ayudar a jóvenes en situación de consumos problemáticos y a sus familias. Para que no haya otra Agustina más.
“Es el sueño cumplido. La idea es trabajar y ser un puente entre todos los centros de salud, los hospitales, las escuelas y la gente de la comunidad. Vamos a trabajar en lo que es salud mental. Es un homenaje a nuestra hija, Agustina Cuenca, y queremos ayudar al otro en todo esto que hemos aprendido durante tantos años y que tiene que ver con el acompañamiento en adicciones. Vamos a trabajar junto a los padres, porque también estuvimos ahí”, resume Alejandra Guiñazú (62), presidenta de la flamante fundación y quien está a 3 materias de recibirse de Psicóloga. “Se llama ‘Fundación Agustina’”, destaca con emoción al hablar de su proyecto –ya concretado- y al recordar a su hija.
Julio Cuenca, papá de Agustina, es el vicepresidente de la fundación. Tanto Alejandra como Julio siguieron sus propios caminos, ya que están separados. Aunque siempre los unirá ese indescriptible dolor de haber perdido a una hija. Florencia y Micaela Calderón, hermanas de Agustina, también tendrán un rol activo dentro de la “Fundación Agustina”.
“Nos acompañan muchas familias de chicos y chicas que han sufrido y vivido situaciones muy similares a la nuestra. La mamá de Saulo Rojas, un chico que también murió en una comunidad, es una de ellas. También están las familias de Estefanía y de Nicolás, otros dos chicos que también murieron por problemas relacionados a las adicciones, aunque no estaban en centros de rehabilitación. Los tratamientos no son muy efectivos ya que no suele haber una continuidad en el abordaje, ni para los pacientes ni para sus familias”, resume la mujer, quien –sin importar qué se encontrara en el camino- siempre salió adelante.
“Haber podido inaugurar la Fundación Agustina es una alegría inexplicable y estar junto al papá de Agustina, a sus hermanos y a amigos de mi hija. Fue como tocar el cielo con las manos, como si se hubiera prendido una estrella. Realmente fue como tenerla al lado. Es esa sensación de hacer posible lo imposible, con mucho entusiasmo. Hablamos mucho de todo lo que tenemos por delante. Durante los 9 años que llevamos desde que pasó lo de Agustina hemos estado siempre en contacto con Julio, hemos hablado mucho, hemos ido juntos al cementerio. Son cosas que solamente nosotros dos sabemos, ese dolor. Pero lo que le pasó a Agustina es ese ‘carrito’ que uno va a llevar a todos lados”, agrega, emocionada.
Una ayuda y un eslabón indispensable
Casos como el de Agustina Cuenca o el de Saulo Rojas, ambos mendocinos y que fallecieron en condiciones inhumanas mientras estaban viviendo en centros de rehabilitación o comunidades terapéuticas, obligaron a replantear el abordaje de las personas con problemas de adicción. Pero también pusieron –una vez más- la lupa sobre el abordaje integral de la salud mental.
“La ‘Fundación Agustina’ vendría siendo el primer eslabón de la cadena. Porque tenemos pensado hacer muchas más cosas, más actividades e iniciativas. Dentro de la fundación, vamos a trabajar con acompañamiento y con talleres de autoestima, para poder ayudar a la gente al momento de tomar conciencia en muchas de las áreas que es indispensable. Y que pueden ir desde la problemática de las adicciones hasta el embarazo adolescente, por ejemplo. Ya hemos tenido un primer acercamiento con la Municipalidad de Godoy Cruz, por lo que la red está tendida para empezar a trabajar juntos”, resume Alejandra.
La idea es, además, generar un vínculo especial con las distintas obras sociales, para que sean tenidos en cuenta como un actor indispensable ante estos casos. “Los talleres van a ser destinados a toda la familia, desde lo sistémico. Van a estar abiertos a toda la comunidad, orientados a las familias completas, y ello nos va a ayudar a recabar datos también”, sintetiza la referente social.
La sede física de la “Fundación Agustina” se encuentra en calle Lautaro 2.463, departamento 3, en Villa del Parque (Godoy Cruz).
La triste y solitaria muerte de Agustina
El 11 de noviembre de 2013, a las 16:45, Alejandra Guiñazú recibió la peor noticia que una madre puede llegar a recibir. “Señora, Agustina se suicidó” escuchó decirle a la voz del otro lado del teléfono; contundente, fría. Agustina era Agustina Cuenca, su hija de 18 años y quien desde hacía 8 meses se encontraba internada en un centro de rehabilitación en Buenos Aires, lugar al que había llegado a raíz de un problema de adicciones. Era el director de la institución quien llamaba por teléfono a Alejandra desde el establecimiento ubicado a más de 1.000 kilómetros de la casa de la familia. Un día antes, los padres de Agus habían estado visitando a su hija en el lugar, y acababan de regresar a Mendoza desde Buenos Aires cuando recibieron esta triste llamada, por lo que debieron regresar a aquella provincia luego del llamado.
La estadía de Agus en la comunidad terapéutica donde estuvo internada –así se les llama a los establecimientos orientados al abordaje de personas con situaciones de consumos problemáticos- fue un verdadero martirio, a tal punto de que la familia de la joven (quién hoy tendría 27 años) responsabilizó desde el primer momento de este trágico final a los encargados del lugar y a las condiciones en que estaba Agustina. La causa llegó a la Justicia, ya que los padres de la joven accionaron por la vía civil contra la institución, la compañía de seguro y la obra social que tenían en ese momento. Lo hicieron por inacción, malos tratos y falta de responsabilidad de los profesionales que tenían a cargo la salud de la joven. Y el 16 de octubre de 2016, las partes arribaron a un acuerdo y se ordenó a la institución y a la compañía de seguros a abonar un monto “por todo concepto derivado del hecho ocurrido el 11 de noviembre de 2013″.
La última vez que Alejandra vio a su hija, la encontró realmente mal. Ese día, Agus le dio una foto de ella misma, donde había escrito un mensaje a mano diciéndole que la amaba y que la perdone por todo. Fue el 10 de noviembre de 2013, un día antes de su muerte.
Luego de esta angustiante situación, Alejandra regresó a Mendoza ya que no podía quedarse más tiempo con su hija. Pero la amarga sensación la acompañó durante todo el viaje, hasta que –un día después- recibió el triste llamado por parte del director de la institución.
“Después supe que el día en que murió, Agus había tenido una crisis y las operadoras le habían hecho una requisa y le habían tirado todas sus pertenencias. Además la habían humillado adelante de sus compañeras. Agustina decidió morir porque la dejaron sin esperanza. La llevaron a esa crisis, la indujeron al acto y no le dieron posibilidad alguna de vivir” rememoró su madre en una antigua entrevista con Los Andes. “Las pastillas tranquilizantes que ingirió antes de morir se las dio una de las operadoras de la institución para que dejara de hacer tanto lío”, agregó, con dolor.