Desde Brasilia hasta San José de Costa Rica, desde Zagreb hasta Budapest, desde El Cairo hasta Seúl, la carrera internacional del argentino Sebastiano De Filippi como director se ha desarrollado en cuarenta orquestas, distribuidas en veinte países, y a lo largo de cuatro continentes. Pero también es conocido por el público mendocino, pues actuó dos veces como solista con la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo y otras tantas como director al frente de la Orquesta Filarmónica de la Provincia.
Este martes 5 de diciembre fue reconocido públicamente como Caballero de las Artes y las Letras de la República Francesa por el Embajador de Francia en la Argentina.
- En el contexto de la profunda crisis que atraviesa la Argentina, en la que la cultura no se salva en absoluto a la vez que, en otras partes del mundo, se vuelve a destacar su trabajo como antes ocurrió con el nombramiento a Oficial en la Orden al Mérito de la República Italiana, ¿cómo recibió la noticia de un nuevo reconocimiento internacional?
- Es verdad que nuestra crisis es multifacética, tanto económica como culturalmente estamos atravesando tiempos complejos. La sorpresa fue indudablemente grande y todavía lo es. Por un lado, al tiempo en que uno puede sentirse no muy valorado en nuestro país, aparecen galardones como éste o el que menciona, lo cual indicaría que hay gente del otro lado del océano que nos observa. Y, por otro lado, recibir la misma distinción que antaño recibieran Borges, Ginastera o Argerich me resulta, por supuesto, una desmesura.
- Usted es un hombre joven que, además de dirigir mucho en el extranjero, ha dirigido las principales orquestas de la Argentina; esto lo coloca entre nuestros intérpretes musicales más importantes. Sin embargo, no es exagerado decir que la mayoría de sus compatriotas no lo conocen. ¿A qué cree que se debe esto?
- Antes que nada, me permito corregir su afirmación: no he dirigido todavía la Orquesta Estable del Teatro Argentino de La Plata, cosa que haría gustoso, ya que me considero un amigo de ese coliseo y de esa ciudad. Y aunque es cierto que actúo más en el extranjero que en mi propio país, déjeme decirle respecto a su pregunta dos cosas. La primera: los trabajadores de la cultura en la Argentina no somos populares porque la cultura en sí no es popular en nuestro país. La segunda: dedicarse a un oficio tan público como éste y poder caminar por la calle sin que nadie me reconozca es, en verdad, una bendición que se agradece.
- Siendo el director titular de la prestigiosa Orquesta de Cámara del Congreso de la Nación –que bajo su conducción ganó tres veces el premio a Mejor Orquesta de Cámara del país– y teniendo en cuenta que nos encontramos en plena transición hacia un gobierno que cambiaría el rumbo general de la política argentina, ¿qué expectativas tiene sobre su trabajo en este ámbito?
- ¿Expectativas? Todas y ninguna. Trato de concentrarme en aquellas pocas variables que están realmente bajo mi órbita y no perder tiempo con cuestiones –como la política partidaria– que nunca me apasionaron y que me interesan cada vez menos. Hace diez años accedí por concurso al cargo que menciona y en esta década hice todo lo que estuvo a mi alcance para desarrollar al organismo en lo institucional y artístico. Si las circunstancias lo permiten, estoy listo para intentar otro tanto por una década más.
- Mencionamos muy acotadamente algunos de los galardones que reconocen su aporte a la cultura a nivel mundial y local, pero, ¿qué ha proporcionado el arte musical a su existencia?
- Mucho, muchísimo. La realidad es que ejercer un oficio como el de la dirección musical permite vivir cotidianamente en compañía de algunas de las mentes más brillantes de la humanidad; desde Bach y Mozart, hasta Tchaikovsky y Debussy, pasando por Verdi y Puccini. Aunque en mi caso no hablaría solo de arte musical, sino de artes en plural y de cultura en general. Tengo la suerte de tener muchos intereses por fuera de mi trabajo como intérprete y el privilegio de poder cultivar varios de ellos en paralelo.
- Precisamente de eso quería hablar: usted es un destacado escritor, con muchos artículos y libros publicados. En su última obra, Ensayos de ópera (Editorial Biblos, Buenos Aires, 2022), realiza una incursión en el género lírico y en tres oportunidades lo vincula con el fenómeno religioso. Ambos intereses están presentes en su producción literaria. ¿Qué lo hace acercar esos dos ámbitos que expresan la complejidad humana?
- La ópera es, por lejos, mi mayor pasión, y no podía dejar pasar la oportunidad de pensar en voz alta sobre su relación con la espiritualidad humana, tal como se plasma en lo religioso, por lo que su observación ha dado en la tecla. Hay, por supuesto, títulos que nos interpelan con mayor fuerza desde ese punto de vista, como La flauta mágica de Mozart, Parsifal de Wagner y Asesinato en la catedral de Pizzetti; estas piezas están entre mis favoritas, no solo por sus gloriosas partituras sino por la profundidad de sus libretos, obra de Schikaneder, el propio Wagner y T. S. Eliot. Son óperas en las que existe un sutil equilibrio entre la palabra poética y el sonido musical y supongo que ser escritor, además de músico, puede resultar en una ventaja a la hora de estudiarlas, dirigirlas y apreciarlas en su dimensión más sutil y profunda.
- Entonces la última pregunta se plantea casi sola: ¿cuándo podrá congraciarnos dirigiendo una ópera en el Teatro Colón de Buenos Aires?
- Pocas cosas me resultarían más gratificantes. Es una sala que conozco bien por haber cantado como solista en ella y haber dirigido allí conciertos, el último de ellos precisamente con su organismo lírico, la Orquesta Estable del Teatro. Pero eso no depende de mí, sino de una cantidad de personas y de factores que, al tener poco que ver con lo estrictamente musical, me impiden hacer cualquier proyección al respecto.
Sebastiano De Filippi en la web: www.sebastianodefilippi.com.ar