A veces, cuando María de Lourdes Fernández repasa su vida, plagada de adversidades, comprende que todo fue por un propósito y que, por algún motivo, su existencia está destinada a continuar en la lucha.
Tal vez por eso, hace unos días, cuando logró aprobar su última materia de Psicología Social, lo tomó como uno de los grandes premios que cosechó, contra viento y marea.
Con innumerables cirugías y complicaciones de salud desde su primera infancia, que incluso la dejaron sin poder movilizarse por sus propios medios, Lourdes vuelca actitud y esperanza a estos tiempos difíciles.
Fue venciendo peldaños que la dejaron en silla de ruedas. Primero una lesión en la médula y luego otras dificultades que, igualmente, no le impidieron cristalizar sus sueños: dedicar su vida a enseñar en la Fundación Carmela Fassi.
Así, esta terapista ocupacional de 52 años, mamá y abuela, oriunda de Guaymallén, obtuvo su anhelado título de Psicóloga Social con su silla de ruedas firme frente a la computadora. Fue a través de la Asociación Mujeres por la Nación, que le posibilitó esta tecnicatura. Y, con ella, las reflexiones más profundas.
“Nada es fácil cuando uno sufre una discapacidad, desde los traslados hasta la mirada social y las trabas burocráticas. Pero siempre supe que saldría adelante por mi familia, por las enseñanzas que me dejó mi madre y para dar el ejemplo”, señala.
Está convencida que hay que aferrarse a los sueños y hacerlos realidad. “De eso se trata. No es imposible y siempre hay gente dispuesta a encontrar una mano o la pierna que necesitamos”, resume.
Sin la ayuda de sus hijos, según recuerda, no podría haber llegado a este presente. “Me acompañaban a cursar la secundaria, me esperaban y regresábamos de noche, pleno invierno. Lo mismo hicieron cuando empecé la carrera”.
La docencia, relata, es lo mejor que le ha sucedido y la fundación Carmela Fassi, de la mano de su fundadora, Cristina Macello, le abrió las puertas y la integró.
“Enseñar es una terapia, me apasiona, es mi forma de vida y la devolución es incalculable. El amor y el cariño que recibo no pueden dimensionarse”, reflexiona.
En esa fundación de Las Heras donde Lourdes despliega su profesión, todo está adaptado para su condición: baño, rampas, pizarrón bajo.
“Encontré una gran familia y mi forma de ganarme la vida”, señala Lourdes.
Historia de lucha
Las dificultades en la vida de Lourdes empezaron desde muy pequeña, cuando debió pasar años en rehabilitación debido a un quiste en la médula que la dejó parapléjica.
La primaria fue su primer lugar de contacto con la sociedad. Valora el apoyo de docentes y compañeros.
Ya en la secundaria, pese a sus excelentes calificaciones, se vio obligada a abandonar por problemas personales. Se quedó viviendo en la zona rural de Lavalle con su tía y su abuela y un tiempo largo se dedicó a tejer a máquina para afuera.
Pero el deseo de terminar la secundaria estuvo siempre latente y así fue como lo logró a fuerza de voluntad y esmero. Miles de oportunidades se le abrían en su cabeza: abogacía, enfermería. Pero su condición física la limitaba.
Fue allí cuando la docencia apareció como una posibilidad concreta. Por entonces la fundación Carmela Fassi necesitaba docentes ad honorem para los muchos chicos que concurrían a los talleres y a recibir el almuerzo.
“Probé, les gustó mi trabajo y luego aparecieron cargos rentados. Nunca dejé de estudiar y de capacitarme. Eso sí. Lograr el título de Psicóloga era mi mayor anhelo”, evoca.
Problemas, sufría a montones: desde dificultades para trasladarse --porque los taxis y micros no siempre frenan frente a personas discapacitadas- sino también su cuerpo, que se iba debilitando sin prisa ni pausa.
Así fue que la silla de ruedas se convirtió en su aliada. “Llega un momento en que todo empieza a cerrarse, incluso me han negado el certificado de aptitud psicofísica, pero desde la fundación siempre buscaron la vuelta para que pudiera seguir trabajando”, aclara.
Y lo agradece, con creces. Porque en su casa, la situación tampoco resulta fácil. “Mi marido sufre un grave problema pulmonar y es difícil sobrellevar esta situación sobre todo en pandemia”, cuenta.
Tres de sus cuatro hijos aún viven con ellos y están “al pie del cañón”, siempre pendientes. “Por eso haber estudiado y rendir fue para mí tan importante. Es una alegría, una terapia, una manera de estar en contacto con la vida”.
Por un lado, este esfuerzo tuvo nombre y apellido, asegura Lourdes. Ni más ni menos que su familia. “Pero por otro lo hice por mí, por mi integridad y mi propia valoración”, continúa y remata: “¿Quedarse en camino? Eso sí que no estuvo jamás en mis planes”.