Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad

Se cuentan con los dedos de una mano en Mendoza y sobreviven por el interés en el estilo campestre de decoración y al ofrecer productos para el campo, el polo y la equitación. Pero el oficio de talabartero desaparece lentamente.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad
Sobre calle Colón, en Ciudad, la talabartería Lapacho fabrica, restaura y vende productos para caballos y jinetes. | Foto: gentileza

Martín tiene en sus manos un filoso cuchillo gaucho, con el que va quitando el excedente de cuero al estribo que acaba de fabricar con sus manos, con paciencia de artesano. De fondo, la voz de la Negra Sosa endulza el ambiente, rodeado de monturas, frenos, alforjas, boinas y rastras de plata. Afuera, en plena avenida Colón, el incesante paso de los vehículos y el estruendo de la ciudad contrastan notablemente. El caballo de cerámica a escala real en la puerta del local también “desentona” con el ambiente, pero marca que allí hay una talabartería, de las pocas que sobreviven en la provincia y último refugio de las tradiciones criollas en la ciudad.

A Martín su apellido parece haberlo signado desde la cuna: Cavallo. Fue justamente su pasión por los caballos la que lo llevó a aprender a usar el cuero hace 20 años y a vivir de ese trabajo hace 12. Es el encargado de la talabartería Lapacho, ubicada en Colón casi esquina Belgrano, de Ciudad, especializada en caballos. Allí se fabrican, restauran y venden todo tipo de accesorios para caballos y jinetes. Además, concurren allí jugadores de polo y de pato, y criadores de caballos criollos.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza Lapacho
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza Lapacho

A una cuadra hacia el Oeste, otra talabartería conserva las tradiciones gauchas y las exhibe con orgullo a un público que, ya en la Arístides Villanueva, aprecia la calidad de los productos autóctonos. Allí llegan paisanos de Córdoba, San Luis, La Pampa y hasta Uruguay en busca de lazos, botas y piezas de platería. Su dueño, Federico Repetto, abrió el comercio hace 32 años cuando llegó de su Buenos Aires natal al no conseguir trabajo como ingeniero agrónomo. Él también sabe que tiene a cargo una de las pocas talabarterías de Mendoza y que el oficio se va extinguiendo.

Entre la tradición y la supervivencia

“Talabarteros no quedamos muchos”, sentencia Cavallo a sus 47 años. Y completa: “De hecho, así como nosotros que nos dedicamos especialmente a los caballos en todos sus estilos ya no quedan. Y fabricantes te diría que hay alguno que otro dando vueltas, pero se dedican a cosas de campo nada más”.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad.  | Foto: gentileza talabartería Lapacho
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza talabartería Lapacho

“Venís acá y te vas a llevar desde un caballo ensillado hasta la ropa que necesites”, explica a Los Andes el talabartero, mientras de fondo se escucha el incesante repiquetear de una máquina de coser.

Cavallo lamenta que en la actualidad no se valore el trabajo artesanal que sus escasos colegas realizan. “Trabajamos a mano muchas cosas, pero la gente ya no le da valor al trabajo manual. En el costo tenés que poner el tiempo que te lleva a elaborar el producto y la mano de obra, pero lamentablemente mucha gente no le da valor”, analiza.

“Cuando yo vine, hace 32 años, había dos talabarterías. Una de ellas era El Pingo, pero ya no existe, mientras que en Buenos Aires eran furor. Yo la pegué justo en ese momento y ahora hay regionales para los tours de jubilados que llevan un recuerdo de Mendoza. El oficio de talabartero se va perdiendo. Yo antes fabricaba porque tenía personas que me ayudaban, pero ahora lo único que hago es armar cinturones y algunos arreglos, ya económicamente no me sirve”, detalla Repetto en su local llamado La Matera.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad.  | Foto: gentileza talabartería La matera
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza talabartería La matera

Lo que más vendo son cinturones, billeteras, platería. A mí me gustaría vender esto que es lo que yo vine a poner a Mendoza, pero no sale todos los días”, aclara el experimentado comerciante mientras señala lazos prolijamente trenzados, colgados en una pared. “Tenés que anexar otras cosas porque si no te morís de hambre, no hacés una caja diaria”, apunta.

Justamente, la diversificación de tareas para ofrecer otros productos se ve a una cuadra de distancia. “No solamente fabricamos, sino que arreglamos y restauramos. Por ahí te traen cosas muy antiguas, como la montura de un abuelo, y es un desafío porque tenés que reemplazar alguna pieza o cuero tan viejo que se rompió entero y tenés que dejarlo igual a como era. Es todo un desafío que lleva mucho tiempo y, el que entiende, valora mucho el trabajo y lo paga”, explica Cavallo.

Son cuatro los talabarteros que trabajan durante la mañana en el taller de Lapacho, que abrió sus puertas en 2007. Por la tarde la actividad aminora, pero no se detiene. “Somos tan poquitos que no nos da el tiempo, gracias a Dios”, completa Martín, y aclara que no hay nuevas generaciones de talabarteros.

Interés por el estilo campestre

Lejos del campo, miles se volcaron a las talabarterías a fines de los años ‘90, apasionados por el “estilo de campo” en la decoración. “Hubo un auge a principios de los 2000 donde se puso muy de moda el estilo de campo e hizo resurgir muchas cosas. Diría que desde ‘Argentina en Mendoza’, un evento relacionado al folclore y a la tradición que se hacía en verano. Venían con caballos, había espectáculos ecuestres y musicales, y eso hizo resurgir la actividad. La gente empezó a recuperar las costumbres y hasta muebles de campo empezaron a aparecer por todos lados”, rememora Martín Cavallo.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad.  | Foto: gentileza talabartería Lapacho
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza talabartería Lapacho

En rigor, el ostentoso festival “Argentina en Mendoza” tuvo su primera edición en 1993, pero se extendió por algunos años. Repetto coincide con su colega en que el evento despertó un sentimiento tradicionalista y reforzó las ventas. “Ahí me cansé de vender sombreros, chalecos, bombachas de campo. En esa época era furor, impuso una moda y se difundió mucho el tema de los caballos criollos. Para mí fue bárbaro porque vendía muchísimo”, dice convencido.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad.  | Foto: gentileza talabartería La matera
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza talabartería La matera

Aún hoy, en menor cantidad, muchos de los clientes de las pocas talabarterías que quedan buscan artículos para cultivar ese estilo. “Hay mucha gente que consume la onda tradicional. Quizás no le gustan los caballos o no han tenido nunca, pero les encanta un poncho o cosas relacionadas con el campo”, explica Cavallo.

Y apunta a unos vistosos elementos a un costado de la vitrina: “Esos lazos son de cuero trenzado. En el campo se sigue usando para atrapar animales, pero hay mucha gente que los compra para decorar. Los cueros de oveja son otro ejemplo, muchos los llevan para adornar un sillón”.

Bolsillos holgados

Más allá del trabajo en el campo, llevar un estilo de vida campestre es costoso. “Una montura cuesta a partir de 500.000 pesos armada, aunque depende de qué quieran ponerle. Fabricamos monturas y la podés llevar entera o bien personalizarla”, apunta Cavallo.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad.  | Foto: gentileza talabartería Lapacho
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza talabartería Lapacho

“Monturas criollas tenés un montón, hay algunas que son netamente para salir a dar una vuelta, para pasear dos o tres horitas, o una montura de campo bien armada, a nivel tradicional, que es donde dormís. Esa ya tiene otros elementos que son necesarios para un tipo que anda en el campo y tiene otro costo”, se explaya el talabartero.

Otro ejemplo: una alforja de lana hecha al telar tiene un valor de 100.000 pesos, pero también hay de 50.000. “Tiene un valor de producto artesanal”, aclaran. Un estribo capacho cuesta 43.000 pesos.

El cuero como imán

A las talabarterías mendocinas llegan turistas extranjeros atraídos por el uso del cuero y la plata. “Tienen una imagen de Argentina directamente relacionada al caballo, el gaucho y su idiosincrasia. La platería criolla les llama mucho la atención, pero no le encuentran un uso. Sí, un cinturón o una hebilla de plata, pero no otras que son de uso tradicional, como una rastra criolla”, cuenta convencido Martín, mientras los sobrantes de cuero que le ha ido quitando a un estribo capacho ya cubren la falda de su guardapolvos.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad.  | Foto: gentileza talabartería Lapacho
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza talabartería Lapacho

“En enero, febrero y hasta mitad de marzo los clientes eran brasileños y chilenos. Ahora se igualó un poco el valor de las cosas, entonces no les conviene tanto. Vienen para comprar cuero, ropa no. Esto es muy argentino, ellos usan otro tipo de cabezadas, de riendas, de montura, entonces no les sirve. Llevan por ahí alguna hebilla o alguna yunta, que son como rastras más chiquitas y más prácticas para usar, pero la típica rastra de gaucho no”, coincide Repetto en el análisis de los visitantes.

Menduco y pituco

En talabartería Lapacho, que pertenece a dos hermanos apasionados por los caballos y los deportes hípicos, se ofrece indumentaria de gaucho al estilo mendocino, que viste distinto al de otras regiones del país. “Hay dos factores fundamentales: la cuestión geográfica y la relacionada a la influencia cultural. Nosotros tuvimos muchos andaluces en Mendoza, al igual que Chile. En cambio, la provincia de Buenos Aires está llena de vascos y vas a ver gauchos con boinas. Hoy se usa la boina en todos lados: vendemos de todos los tipos y colores. Pero era netamente vasca y acá no hubo vascos”, explica Martín Cavallo, apasionado.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad

“Tuvimos una influencia andaluza, por lo tanto el sombrero nuestro es andaluz, de ala ancha. Cuando bailan flamenco vas a ver ese sombrero pero con pompones, sólo que acá se los sacamos porque un gaucho no iba a andar con pompones”, aclara entre risas. “En Mendoza hay muchas cosas que se han perdido, lamentablemente, y han influido costumbres que no eran propias. La boina puede ser más linda, se la puede meter en el bolsillo, pero acá con el calor que hace en verano, es menos práctica que el sombrero, que te protege y te cubre todo”, diferencia el experimentado talabartero.

Y apunta a otro factor, fundamental para la expansión de ese artículo característico, aunque no de estas tierras. “La boina era un producto barato y los sombreros siempre fueron caros. El fieltro, el paño con que se hacen los sombreros, nunca fue barato y más en esa época, cuando se usaba con pelo de conejo. Sigue habiendo sombreros así y los vendemos. Son caros pero de una calidad extraordinaria. Un sombrero común sale 50.000 pesos y uno de pelo de conejo 200.000″, reseña Cavallo.

Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad.  | Foto: gentileza talabartería La matera
Talabarterías, el último refugio de las tradiciones gauchas en la ciudad. | Foto: gentileza talabartería La matera

Y lamenta que se haya perdido el estilo tradicional. “En la Vendimia es muy raro ver a un tipo desfilando que esté vestido netamente como mendocino. Vas a haber estilo salteño, porteño, con guardamontes. Acá se usa pero no tiene la forma de los salteños porque tampoco tenemos el monte que tienen ellos. Se usa de acuerdo a las características del terreno, como en Lavalle cuando te metés en un bosque de chañares o uno de algarrobo, que tienen espinas que puede atravesar al caballo o una pierna”, detalla.

Y concluye, didáctico: “Hay cuestiones geográficas y climatológicas que hacen que tengas que cubrir una necesidad. Por ejemplo, este tipo de estribo que usamos nosotros, que se llama capacho, que es como un sueco de cuero, se usa mucho en la montaña porque te protege del frío. Metés el pie allá adentro y, aparte de protegerte de las ramas, te deja el pie abrigado en el frío de la cordillera”.

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