Este año 2020 va a transformarse en uno de los más destacados de nuestra historia. Pensar que, en el significado de los números, el 20 es “la fiesta”. Doble fiesta, entonces.
Si no es doble fiesta, por lo menos es doble cuarentena, porque cuando comenzó este despiole mundial tuvimos que guardarnos en nuestras casas a nuestro entero beneficio y hemos estado más de 90 días enclaustrados, librados a nuestra propia suerte de entrecasa.
Fue un otoño espectacular el que hemos tenidos, con unos días y unos colores que daban ganas de decirle a Vincent Van Gogh: “Vení, macho, pintate esto que se está produciendo”. Pero no lo pudimos disfrutar. La cuarentena se tragó el otoño y tuvimos que apreciarlo a lo lejos, detrás de alguna ventana. Cuánto escándalo de sol se perdió en esas tardes maravillosas que invitaban a salir a abrazar todo lo que nos rodeaba. En 2020 tuvimos otoño pero no lo vivimos.
Y ahora que se está flexibilizando la cosa nos agarra el invierno, que aún no comienza y sin embargo ya se largó con sus temperaturas mínimas, algunas bajo todo cero. Hubiera sido bueno que el año 2020 hubiera mantenido constante la temperatura en 20 grados durante toda su extensión.
Pero no es así, el invierno está golpeándonos la puerta y aparenta ser un invierno decidido. Si antes de él tuvimos que encerrarnos por la cuarentena, ahora vamos a tener que encerrarnos por el invierno. Estamos condenados al confinamiento. Ya se pasó la mitad del año y no hemos podido salir a disfrutar el afuera y gran parte del año que falta tampoco lo vamos a hacer sin arriesgarnos a contraer alguna enfermedad que no sea coronavirus pero que nos moleste de todas formas.
Hay que soportarlo al frío y cuando es un invierno con ínfulas, aún más. Así que tal vez volveremos a salir si todo mejora, allá cuando septiembre empiece a entibiar los días y podamos dejar los abrigos en un rincón del placard.
Por eso digo que 2020 ha de ser un año especial, y seguramente será recordado como el año que estuvimos adentro, que estuvimos guardados.
El problema va a ser aprovechar ese tiempo que nos ha de quedar después de que la pandemia y el invierno pasen, porque vamos a estar más desacomodados que surfista en el Aconcagua. Vamos a tener que vivir lo que nos deje el año con toda intensidad para recuperar el tiempo perdido.
Pueda ser que tengamos una primavera y el comienzo del verano con toda plenitud, de cuerpito gentil andando por las calles tranquilamente. Pueda ser que encontremos, en esa rodaja de año, un modo de volver a ser como antes y no tener que cuidarnos de nada, ni del virus ni del invierno.
Uno tenía esperanzas en el año 2020 porque el número se prestaba para eso, pero las dos fiestas se transformaron en dos problemas y el tiempo pasa sin importarle si nosotros lo aprovechamos o no. Es inclaudicable. Seguramente cuando el inclaudicable pase, y nos aleje de esta situación digamos en rueda de amigos: “¿Te acordás del año 2020? ¡Qué año tan duro vivimos entonces!”. Por lo pronto no nos demoremos, comencemos ya a planear un año 2021 y roguemos que sea un año normal.